MONTERREY, NL. (apro).- No
manches, Frida es el espacio idóneo para que Omar Chaparro continúe con su
carrera ascendente como estrella de la comedia. Limitado como intérprete, se
esmera por desarrollar papeles graciosos, en los que proyecta un humor de TV,
como si, permanentemente, estuviera en el programa de Sabadazo.
La película mexicana es otra
más de las producciones donde Martha Higareda participa como productora y
coestrella, buscando más taquilla que aportación cinematográfica.
Toda la cinta es un chiste
prolongado, que se concentra en una premisa interesante: Chaparro es un
exconvicto que busca recuperar el botín de un antiguo robo, aunque para
encontrarlo, debe buscar trabajo en la escuela que ha sido construida
precisamente sobre la cruz del mapa del tesoro.
Está basada en la película
alemana Fack Ju Goehte, de 2013, de la que hasta le copia el póster
promocional. Esta cinta europea, a su vez, toma la premisa de De ladrón a
policía, de 1999.
Pese a su base argumental
atractiva, la historia se convierte en una sucesión de situaciones con humor
picante, adulto y escatológico, que desdeña la coherencia. Chaparro, al ser
tomado, erróneamente, por maestro del Instituto Frida Khalo, se convierte en un
profesor perro que debe domeñar a un grupo temible de preparatorianos
inadaptados y problemáticos.
Sin embargo, lo que parece
ser una confrontación emocionante entre bandos opuestos del imaginario
estudiantil, se desvanece rápidamente. Luego de convertirse en un mentor que se
impone a los muchachos pateando sus traseros, se convierte en una especie de
Jaime Escalante chilango, apapachándolos, guiándolos y comprendiéndolos.
Los chicos comienzan a
tomarle cariño y él se involucra en los problemas personales de sus pupilos y
hasta de los profes que lo rodean, principalmente Higareda, la maestra tímida y
nerd, que se convierte en su interés romántico y quien consigue el milagro de
comenzar la transformación.
Todo el truco es ver a
Chaparro diciendo palabrotas y actuando como un chico rudo. En la escuela y
entre los estudiantes rebota sus rutinas y despliega el humor basado en
morisquetas e impostaciones de voz.
El director español Nacho G.
Velilla le da a Omar una oportunidad dorada para que, finalmente, enseñe su
poder persuasivo ante la cámara. Le da una botella y hace que se emborrache con
sentimiento, lamentando su pasado de niño abandonado.
Pero también le permite que
demuestre que puede deprimirse y sufrir por amor. Ahí se ve al histrión con
cara compungida, chistosa, en el pasaje esperado de su rompimiento con la
chica.
Parece que todos se la
pasaron bien en la producción. Mónica Dionne es la estricta directora, que
provoca risa con su pretendida solemnidad. Adal Ramones, sobreactuado,
interpreta a un amanerado y estricto profesor.
Todo se resuelve conforme
conviene, en una gran celebración que rubrica el carácter anodino de la cinta,
que servirá únicamente para pasar el rato, viendo al carismático Chaparro y a
la delgada Higareda, convertida en la reina de la taquilla mexicana.
(ZOCALO / LUCIANO CAMPOS GARZA/ 16
SEPTIEMBRE, 2016)
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