domingo, 26 de julio de 2015

RANCHO FIGUEROA


RAMÓN RUIZ, CRONISTA DEL MISTERIO

En este relato escrito en el marco de un entorno rural y el misterio que permeaba el monte, los brechas y callejones, cría de ganado en frente de las lomas del Cauteve, en plenas marismas del Río Mayo, a escasos dos kilómetros de su desembocadura, Ramón Ruiz, el cronista del misterio, narra hechos y costumbres de los pobladores y su relación con el rancho Figueroa, visitado por don Andrés García de la comunidad indígena del Torocoba en aquella época de los cuarenta del siglo pasado, como a continuación se describe:

Cuenta el cronista del misterio que un hijo de la familia García, se fue a vivir al Torocoba, quien un día le dijo a Diego Ochoa, alias el “Chury”, alista el carro de mulas, respondiendo Ochoa, ya está listo. Don Andrés, subió al carro y le dijo sube y el “Chury” contestó, voy por agua, la pala y un machete, insistiéndole de nuevo don Andrés, sube Chury” y el “Chury” se subió, diciendo don Andrés, vamos por tu hermano para que nos ayude, llegando al ranchito de Rosalino Ochoa, a quien le llamaban el “Chapo“ Ochoa, a quien al llegar lo saludaron y le pidió don Andrés subiera al carro de mulas, encaminándose en seguida al rancho Figueroa; por el pueblo de Figueroa pasaban dos caminos, uno al oriente y el otro a poniente. Cuando llegaron al pueblo, quedaron en medio de dos caminos en medio del pueblo que se ubicaba en medio de dos lomas de arena. Una vez ahí, don Andrés empezó a voltear pa’ todos lados caminando para allá y para acá; el “Chury” y el “Chapo” caminaban detrás de él y así pasaron todo el día. En la tarde para regresar cuando estaban en el carretón, le preguntaron al señor Gracia, que si qué buscaba, contestándole que una brea, un arbolito, pero no lo encontré porque el ciclón Liza la tumbó, entonces le dijo el “Chury” ¿Qué hay en la brea?, entonces don Andrés, se sentó y comenzó a platicarles la historia.

Cuando yo tenía diez años, era muy apegado a mi padre, un día por la brecha vi a los indios que venían en varios caballos y traían jalando doce mulas y le hablaron dos señores hacia afuera del pueblito y fuimos con ellos y le dijeron: queremos que nos ayude, la cordada nos viene siguiendo y no tardarán en alcanzarnos. Imperativos le dijeron, traemos las mulas cargadas de oro, dinero y plata; y mi padre los llevó cerca de la Brea. Ahí hacia el poniente vaciaron el cargamento y lo cubrieron con arena y choya y se fueron; llevándose las mulas siguiendo el camino rumbo al Río Mayo, mi padre y yo cerramos las huellas, pero cuando íbamos llegando a casa, vimos que por el camino venía la cordada, llegando hasta donde estábamos, preguntándole a mi padre -narraba don Andrés-, ¿no vio pasar unos de a caballo?, les informó mi padre y siguieron de largo por el camino y llevaban unas mulas jalando, e inmediatamente los de la cordada empezaron a galopar, escuchándose un rato después, una balacera, matándolos a todos y desde entonces, todos los días he venido a cuidar el entierro. Falté unos dos años, ahora no encuentro las señas que tenía y así estuvieron visitando el lugar varios años, sin dar con la fabulosa fortuna. Pasó el tiempo, don Andrés García quedó ciego y murió a la edad de 115 años en 1965, dejando sólo el misterio de aquel fuerte cargamento de oro, plata y monedas de esos metales preciosos.


(DIARIO DEL YAQUI/ Bernardino Galaviz/26 DE JULIO 2015)

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