MÉXICO, D.F.
(Proceso).- Desde 1929, cuando se crea el PNR, antecesor del PRI, hasta
mediados del sexenio de Ernesto Zedillo, el derecho a la información con su
ingrediente esencial, el derecho a la verdad, fue administrado, controlado y
dirigido por el gobierno, con algunas excepciones. Hoy la intervención de
fuentes diversas de información ha hecho mucho más difícil mantener el engaño
colectivo. En buena medida ese fenómeno ha transformado las percepciones y
reacciones de la sociedad, generando cada vez más islas de conciencia
colectiva. Veamos.
Primero. Las
tecnologías de la información, aunque llegaron tarde, abrieron un panorama que
no se había previsto entre los operadores de medios del gobierno. El movimiento
del 68, el del 71 y el de Aguas Blancas, por ejemplo, tuvieron consecuencias
simbólicas muchos años después, no en esos momentos. Si alguien se toma la
molestia de revisar la prensa escrita y la televisión de aquellos años, podrá
observar cómo la constante fueron el reconocimiento al presidente Díaz Ordaz,
los ataques a los estudiantes por ser “comunistas” y a los de Guerrero en Aguas
Blancas por ser “guerrilleros”.
El control de los
medios de información (que no de comunicación, porque no había
retroalimentación y por tanto era una relación unidireccional) manipuló los
hechos en esos tiempos para que se fortaleciera la verdad oficial. Muchos otros
eventos de manifestación, de oposición o de protesta social nunca, incluso,
fueron conocidos por la opinión pública porque los medios tenían diversidad
informativa en lo adjetivo, pero homogeneidad en lo sustantivo.
El conflicto de
interés era un poema (lo sigue siendo, pero cada vez más cuestionado). El
presidente Miguel Alemán otorgó la primera concesión televisiva de lo que
después sería Televisa, a cambio, entre otras cosas, de que su hijo formara
parte del negocio, como si ello fuera lo más natural. El “orgullo de mi
nepotismo” al que se refirió el presidente López Portillo, quien tenía a su
hijo y a su hermana en lugares clave del gobierno, era percibido como algo
“normal”. Al revisar la prensa del 76 al 80, sólo 5% de los contenidos
cuestionaban tímidamente el tema, salvo Proceso y otros pocos, cuyo periodismo
hizo decir al presidente López Portillo: “No pago para que me peguen”, como si
los recursos públicos fueran patrimonio personal del presidente.
Segundo. El
surgimiento de internet, primero con motores de búsqueda básicos, como Lycos o
Altavista, a mediados de los noventa, y poco a poco, con la aparición y
procesos de mejora continua de las redes sociales (Twitter, Facebook, YouTube,
entre otras menos populares hoy), abrieron formas nuevas de adquirir
información y de diseminar datos y opiniones. La unilateralidad de los medios
tradicionales se volvió bidireccional con las nuevas tecnologías, de suerte que
el usuario podría convertirse en receptor y emisor de ideas e informaciones con
mayor o menor calidad.
Por fortuna, en
México no se siguió el camino inicial de China de revisar contenidos en un
proyecto enorme para seguir controlando información. Tampoco se optó por la vía
que tuvo en un principio Cuba. Y el gobierno no lo hizo por su ignorancia para
generar estrategias bajo nuevas condiciones informativas.
El abaratamiento de
los costos de acceso a internet y a las redes sociales rompió en buena medida
la percepción colectiva de que lo que sucedía en nuestro país era “normal”, que
pasaba en todo el mundo y que había que tomarlo con “resignación” porque no
había nada que hacer. Hoy en día las redes sociales han roto el patrimonio
exclusivo de los medios tradicionales para allegarse de información y para emitir
información. En todo caso, la información crítica encuentra salida informativa
que antes no tenía.
Tanto han cambiado
las cosas que la información que circula en redes es tomada en algunos casos
por los medios tradicionales, lo que da cuenta de su valor e impacto
informativo. En esa misma lógica, los teléfonos inteligentes y su capacidad de
tomar fotos o videos que, en ocasiones, son transmitidas por las televisoras y
publicadas por la prensa, siguen dando cuenta de cómo han cambiado las cosas.
La indignación social por casos como los de Ayotzinapa y muchos más no se
explica sin la intervención de las redes sociales, que no tienen fronteras y
hacen de un gran número de personas fuentes de información con datos que
viralizan; es decir, se reproducen tan rápido que la opinión pública nacional e
internacional tiene mayor capacidad de informar que la que muestra el gobierno
mexicano de reaccionar con inteligencia y efectividad.
Tercero. Tanto ha
ido creciendo el poder de las redes sociales e internet que en El Salvador la
agenda pública ya no la marcan los medios tradicionales, sino un medio por
internet, www.elfaro.net, nacido en 1998. En México, las redes sociales hacen
las veces de válvulas de escape de largos años de la frustración, la iniquidad
y la impunidad que se observa por el hecho de coartar o reprimir el ejercicio
del derecho de reunión o manifestación en cada vez más puntos del país y del
extranjero. Se expresa ahora una ira acumulada.
Este fenómeno ha
generado en México que la “resignación” y la mentira, abruptamente, sean
bombardeadas con ráfagas informativas que reportan corrupción, abuso de poder,
fragilidad del discurso gubernamental e ineficacia de las instituciones, tanto
porque quienes las manejan no tienen un ápice de ética pública ni personal,
como porque el diseño institucional muestra sus rasgos obsoletos.
ernestovillanueva@hushmail.com
@evillanuevamx
(ANÁLISIS/
ERNESTO VILLANUEVA/ 26 DE DICIEMBRE DE 2014)
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