domingo, 18 de noviembre de 2012

VIVEN COMO BILLONARIOS LOS GENERALES DE 4 ESTRELLAS DE EU

 Rajiv Chandrasekaran y Greg Jaffe 
Washington— El ex secretario de Defensa Robert Gates dejó de recoger las hojas secas de su jardín cuando se mudó a un pequeño enclave militar en Washington en 2007. Su vecino de al lado era Mike Mullen, entonces presidente del Estado Mayor Conjunto, quien tenía un chef, un valet personal y –lo cual no pasó desapercibido para Gates– tropas para cuidar de su propiedad.
 
Gates podría ser el líder civil del ejército más grande del mundo, pero su puesto no incluía personal doméstico.

Fue así que, como decía a menudo en broma, empezó a deshacerse de sus hojas arrastrándolas al césped de Washington.

“Seguido me sentía celoso porque él tenía a cuatro personas ayudándolo en todo momento”, comentó Gates en respuesta a una pregunta luego de un discurso el jueves. Solía quejarse con su esposa de que Mullen disponía de personas que le cocinaban, “y yo tengo que meter las cosas al microondas. Y eso que soy su jefe”.

De la gran cantidad de hechos que han salido a la luz como parte del escándalo del ex director de la CIA David Petraeus, uno de los más curiosos fue que durante sus días como general de cuatro estrellas, en una ocasión fue escoltado por 28 motocicletas de la Policía mientras viajaba de sus oficinas centrales en Tampa, Florida, a la mansión de la socialité Jill Kelley. Pese a que la mayoría de sus viajes no involucraron una caravana tamaño presidencial, el escándalo ha hecho ver más de cerca todo lo que implica el estilo de vida de los generales de división.

Los comandantes que encabezan los servicios militares del país y quienes supervisan a tropas de todo el mundo disfrutan de una serie de beneficios propios de un multimillonario, incluyendo aviones ejecutivos, casas lujosas, choferes, guardias de seguridad y empleados para cargar sus bolsas, planchar sus uniformes y dar seguimiento a sus agendas. Su comida es preparada por chefs gourmet. Si quieren música para sus cenas, su personal puede contratar a un cuarteto de cuerdas o a un coro.

Los comandantes regionales de elite que dirigen grandes regiones del planeta no tienen que conformarse con aviones Gulfstream V. Todos cuentan con C-40, el equivalente militar del Boeing 737, algunos de los cuales cuentan con cama.

Desde la caída de Petraeus, muchos han tenido problemas para comprender cómo fue que un general tan reconocido pudo haber actuado de tal manera. Algunos han especulado que una agotadora década de guerra acabó con su juicio. Otros se preguntan si Petraeus nunca fue el ‘boy scout’ que parecía ser. Pero Gates, quien aún está algo perplejo por los excesos de Washington, ofreció otra teoría.

“El poder tiene algo que altera el juicio de las personas”, comentó Gates la semana pasada.

Entre el cuerpo de oficiales generales del Ejército, son pocos quienes apoyan la hipótesis de Gates. “Lo quiero y soy su mayor seguidor. Pero estoy sumamente en desacuerdo con esa idea”, comentó el general retirado Peter Chiarelli, quien fungió como asistente militar de Gates. “Me preocupa que él y otros no se estén centrando en el efecto que causó en ellos haber peleado en guerras por 11 años. Nadie luchó más tiempo que Petraeus”.

Sin embargo, otros comandantes veteranos estuvieron de acuerdo con Gates. David Barno, ex general de tres estrellas que comandó a tropas estadounidenses en Afganistán, advirtió durante una entrevista que el ambiente en el que viven los principales dirigentes tiene el potencial “de volverse corrosivo con el tiempo, tomando en cuenta la forma en la que viven”.

“Pueden llegar a desconectarse por completo de la manera en que vive la gente en el mundo normal: e incluso de los estilos de vida modestos de otros miembros del Ejército”, comentó Barno. “Cuando eso ocurre no es precisamente lo más saludable para el Ejército ni para el país”.

Pese a que los generales norteamericanos han disfrutado de muchos privilegios desde hace tiempo –en la Segunda Guerra Mundial y en Vietnam algunos cenaban en vajillas de porcelana sobre manteles de lino–, las comodidades de las que disfrutan hoy en día los líderes militares son mucho más lujosas que las de cualquier otro funcionario de gobierno, a excepción del presidente. Los beneficios no han generado demasiada atención entre una población que por largo tiempo ha venerado a sus generales como protectores de la nación y ejemplos de moralidad. Y ningún general había sido tan respetado como Petraeus, hecho que fue destacado por Mullen durante su ceremonia de retiro.

Petraeus solía decir que en una ocasión se le acercó una mujer durante una cena, y que tras ver sus medallas le preguntó si era alguien importante. “Soy el principal asesor militar del presidente”, le respondió.

“Por Dios, general Petraeus”, le dijo la mujer a Mullen. “Discúlpeme mucho. No lo reconocí”.

Petraeus cultivó su fama al comprender, antes que la mayoría de sus compañeros, que el discurso de la guerra moderna no surge únicamente del campo de batalla, sino también de los comentarios que se hacen una vez de regreso en el país. Petraeus solía invitar a escritores a que lo acompañaran, con frecuencia concedía entrevistas a la prensa, llevaba relaciones cercanas con grupos de expertos de Washington y se acercó a líderes políticos de ambos partidos. Cuando el presidente Bush necesitó a un salvador en los peores momentos de la guerra en Irak, recurrió a Petraeus, poniéndolo al frente del aumento de las tropas en Bagdad. En los primeros seis meses de 2007, Bush mencionó el nombre de Petraeus 150 veces durante sus discursos.

Petraeus no lo decepcionó. La violencia disminuyó en Irak una vez que se convirtió en el principal comandante del lugar, y regresó a casa como una celebridad. En 2009, se le pidió que arrojara la moneda antes del Super Bowl de la NFL.

Se convirtió en invitado especial en fiestas de Washington. Su estrellato, las guerras de Irak y Afganistán, y una culpa colectiva entre civiles sin relación alguna con los conflictos ayudaron a elevar el perfil de sus compañeros generales. No fue sólo Jill Kelley, la mujer de Tampa que se relacionó de manera cercana con él y otros generales, incluyendo al general John Allen, el principal comandante de Afganistán, realizando lujosas fiestas en su casa multimillonaria.
La adulación se adecuaba

a su estilo de vida
“Ser un comandante de cuatro estrellas es como ser una combinación de Bill Gates y Jay Z –además de un enorme poder balístico”, comentó Thomas Ricks, autor del libro “The Generals”, una historia sobre los comandantes estadounidenses desde la Segunda Guerra Mundial.

Muchas de las reuniones tuvieron motivos verdaderamente altruistas; líderes comunitarios y empresariales ayudaron a recaudar dinero a favor de tropas heridas y familias de militares. Pero otras, al parecer, esperaban que la presencia de uno o dos generales entre los invitados les diera un mayor estatus social.

En algunos casos los generales, quienes han pasado buena parte de sus vidas profesionales enclaustrados en burbujas militares, no han tenido el mejor de los juicios al momento de cultivar sus relaciones con personas como Kelley. (Rajiv Chandrasekaran y Greg Jaffe/ The Washington Post)

No hay comentarios:

Publicar un comentario