
Tomás Domínguez
Pétreo, inquieto, vivaz. Su mirada inquisidora parece escrutar siempre el
entorno que lo rodea, aun cuando tiene frente a él algún interlocutor o
pronuncia uno de sus encendidos discursos acompañados de incesantes
gesticulaciones. Es Carlos Salinas de Gortari, el político de lento ascenso cuyo
arribo a Los Pinos le costó más de 25 años, según confesó él mismo.
Y si bien su
investidura como presidente sólo duró un sexenio y concluyó el 30 de noviembre
de 1994 inmerso en el escándalo, su obsesión por el poder se prolonga hasta
hoy.
El poder es oscuro, Salinas también. Pero ¿cuál Salinas es más oscuro: el que
ocupó la Presidencia de la República o el que mueve los hilos y concita furias
generalizadas cuando se autoexilia para sentirse ciudadano del mundo, lanza un
libro, asiste a una fiesta o se deja entrevistar sólo para exhibirse, para
demostrar su pretendida superioridad, sus dotes de estadista?
Salinas es un hombre de apegos, arrebatos, protagonismos y contradicciones. Y
así como sus amigos describen su irrenunciable amor por Agualeguas, Nuevo León,
el terruño de sus padres que él adoptó como propio, también saben de su pasión
por el poder y el reconocimiento, así sea sólo el de las élites, de ahí que en
los últimos años muestre un inusual interés por los movimientos ciudadanos.
En él sorprenden tanto sus silencios prolongados como su peculiar forma de
irrumpir en la escena pública en su afán por estar siempre presente, aun cuando
su familia, su partido y sus amanuenses –de 2000 a la fecha ha publicado libros
como México: Un paso difícil a la modernidad (Plaza & Janés, 2000);
La década perdida 1995-2006. Neoliberalismo y Populismo en México
(Debate, 2008); Ni Estado ni mercado: un nuevo ciudadano para el siglo
XXI (Debate, 2009), Democracia republicana. Ni Estado ni mercado:
una alternativa ciudadana (Debate, 2010) y
¿Qué hacer? La alternativa ciudadana (Debate, 2011)– estén en
desgracia.
Pocos se atreverían hoy a admitir el sello singular del sexenio salinista en
el cual se prefiguró la crisis epocal por la que atraviesa el país, pues fue él
quien cambió los tiempos y ritmos en las instituciones.
(Extracto del texto que se publica esta semana en la revista
Proceso 1849, ya en circulación)
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