
Un experto en sistemas de cómputo, padre de dos hijas, se debate entre la vida y la muerte por las quemaduras sufridas cuando intentó apagar la estación incendiada por Los Ayotzinapos.
Momento de la explosión en la gasolinera en Chilpancingo el
15 de diciembre pasado. Foto: Lenin Ocampo
CHILPANCINGO, Gro.- Tiene 48 años. Se llama Gonzalo Miguel Rivas
Cámara. Es jarocho, originario del puerto de Veracruz, como su padre, aunque
tiene sangre yucateca, pues su madre nació en Yucatán.
Y es ella, Clitia (nombre
tomado de la ninfa griega enamorada de Helios que los dioses convirtieron en
girasol), su mamá de grandes ojos cafés, quien, en la sala de espera de
Urgencias y Terapia Intensiva del hospital Lomas Verdes del Instituto Mexicano
del Seguro Social (IMSS) de la Ciudad de México, habla brevemente de su
hijo:
“Dios me bendijo con cuatro hijos muy buenos. Él… él es muy buen muchacho.
Desde chamaco no tuvo vicios. Siempre ha sido muy buen hijo: buen estudiante,
muy trabajador, buen papá… Qué le digo…”. Intenta esbozar una sonrisa.
No puede hablar más. Está muy angustiada. Espera ansiosa a que los médicos
del hospital de Traumatología se aproximen para informarle cómo evoluciona el
estado de salud del padre de sus dos nietas. Saca su cartera. La abre. Busca una
foto de su hijo, pero no la encuentra: “La dejé en la casa”, cuenta. Sólo halla
la del padre de Gonzalo Miguel, una foto en blanco y negro donde su esposo luce
un impecable traje militar.
Con voz dulce, con mirada suplicante de ojos que reprimen lágrimas, invita a
que la charla concluya: “Ya no quiero hablar más, siento mucho al hablar de él,
¿me entiende?… Ahorita lo único que quiero es estar pendiente de su salud…
Discúlpeme…”.
Tiene razón en estar asustada, preocupada: de acuerdo a la evaluación de los
médicos que lo atienden, Gonzalo Miguel Rivas Cámara tiene varias quemaduras de
tercer grado. Predominan desde el tórax hasta la cabeza, en 35 por ciento de
esas partes de su cuerpo.
Está “grave pero estable y respondiendo” en terapia
intensiva, donde es monitoreado sin interrupción. Permanece sedado: debido al
dolor de ese tipo de quemaduras (sobre todo las del rostro), sería difícil
mantenerlo con vida despierto.
Cada día le hacen “lavados quirúrgicos”. Si
continúa con vida y evoluciona favorablemente, los doctores tendrán que hacerle
injertos de piel.
Su recuperación puede tardar tres, seis, nueve meses, un año.
No hay certeza médica al respecto. Por lo pronto, su estado de salud es de
“pronóstico reservado”.
“Pronóstico reservado”. Ese término médico, de los más temidos entre
familiares de hospitalizados, significa que la evolución o mejoramiento del
paciente es incierto: que puede vivir, pero… también morir.
Así yace Gonzalo Miguel Rivas Cámara, el hombre que es experto en sistemas de
computación, y que el 12 de diciembre ardió en llamas en la gasolinera Eva, de
Chilpancingo, Guerrero, cuando un par de supuestos estudiantes de la Escuela
Normal de Ayotzinapa
prendieron fuego a la estación y el hombre, impelido por
una temeraria actitud heroica, intentó sofocar el incendio y evitar un desastre
en el lugar.
Alejandro Montealegre Borja es el encargado de la gasolinera que fue
incendiada durante el desalojo de normalistas a la altura de Chilpancingo, en la
Autopista del Sol que va de México a Acapulco. Durante la refriega murieron por
disparos de bala dos estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro
Burgos”, de Ayotzinapa, Guerrero: los guerrerenses Jorge Alexis Herrera Pino, de
22 años, y Gabriel Echeverría de Jesús, de 20, originarios de Atoyac de Álvarez
y Tixtla, respectivamente.
Aquí Montealegre narra los hechos de aquel lunes, mismo día en que presentó
una demanda ante la Procuraduría General de Justicia de Guerrero (PGJE) contra
quien resulte responsable por los delitos de intento de homicidio y daños en
propiedad ajena, como consecuencia de las quemaduras de Gonzalo Miguel y los
destrozos en la estación. En entrevista con el corresponsal de M
Semanal, Rogelio Agustín Esteban, realizada el jueves 15 de diciembre,
Montealegre lo contó así:
“A las 11:30 horas, aproximadamente, nos percatamos de que llegaban algunos
autobuses de los que comenzaron a descender estudiantes y empezaron a bloquear
la autopista Cuernavaca-Acapulco.
Luego llegaron elementos de la Policía Federal
(PF) por el carril de la autopista en dirección de Acapulco. Enseguida nos
percatamos que del otro lado —carril con dirección a México— descendieron otros
estudiantes que comenzaron a insultar a los federales…
Nosotros pusimos en
funcionamiento el protocolo de seguridad, como cortar el suministro de gasolina
de las bombas, la energía eléctrica y suspender el servicio de la tienda y de
los baños. También bloqueamos el acceso al patio de la gasolina, aunque
permitimos a la policía que lo utilizara para dar paso a varios vehículos
particulares que habían quedado varados. Después volvimos a instalar los
biombos...

“Pasaron los minutos… Después un grupo de estudiantes comenzó a patear los
biombos… Luego otro grupo entró y comenzó a desprender los extinguidores
colgados de las bombas de suministro.
Otros tiraron las aceiteras, se derramó el
producto, y tiraron los botes contenedores de basura. Uno de estos basureros se
lo llevaron a mitad de la carretera. También descolgaron las mangueras de las
bombas, no sé con qué propósito, quizá pensaron que iba a salir gasolina de
ellas”.
El encargado de la estación relató enseguida los momentos más importantes,
primero, cuando dos presuntos estudiantes de la Normal provocaron el
incendio:
“Entraron dos tipos vestidos de rojo, que les puedo asegurar que en sus
playeras decía ‘Normal de Ayotzinapa’: yo lo vi de frente…
Uno de ellos traía
una garrafa con gasolina y comenzó a rociar una bomba expendedora de gasolina…
Luego la depositó en la parte superior de la misma bomba y de su pantalón
extrajo unos cerillos.
Le gritamos que no fuera a prender fuego, pero él hizo
caso omiso y le prendió fuego a la bomba”.
Luego, narró la desgracia de Gonzalo, quien no trabajaba todos los días ahí,
sino que iba en días alternos, o cuando se le requería, ya que se encargaba de
supervisar el buen funcionamiento del sistema de cómputo, pero no tenía una
plaza fija.
Y para su desgracia, fue a trabajar ese día de la Virgen de
Guadalupe:
“Gonzalo tenía a su cargo el sistema de cómputo con que se controla el
protocolo de seguridad que impide que estalle la gasolinera en caso de que se
incendie una de sus bombas.
Cuando empezó el incendio, él extrajo de su oficina
un extinguidor y valientemente se dirigió a apagar el fuego, pero supongo que no
se percató que los estudiantes habían dejado la garrafa con gasolina encima de
la bomba…
Ese tambo estalló al avivarse el fuego por el aceite que había regado
en el lugar: bañó todo su cuerpo y se produjo una explosión que lo lanzó por el
aire dentro de una bola de fuego… Gonzalo todavía se levantó por su propio pie.
Nosotros corrimos para asistirlo, le apagamos el pantalón que todavía ardía,
pero ya estaba demasiado quemado Lo vimos muy grave…”.
Y sí, Gonzalo Miguel Rivas Cámara no sólo ya estaba grave en ese momento por
las quemaduras de tercer grado en tórax y rostro, sino porque literalmente comió
fuego:
“Tiene quemaduras en los órganos internos, pues aspiró lumbre y aire a
altas temperaturas”.
Así lo publicó el viernes 16 de diciembre Héctor García Álvarez, director del
Diario de Guerrero, en su columna de primera plana “Un Minuto”.
Y es
que García Álvarez conoce bien al llamado “héroe de la gasolinera”: es… su
patrón. Gonzalo Miguel no sólo trabajaba en la gasolinera Eva y otras más,
también en ese periódico, donde prestaba sus servicios desde hacía 10 años para
resolver todos los asuntos concernientes a los sistemas de cómputo. Era el
ingeniero de Sistemas del diario.
García Álvarez había escrito sobre Gonzalo Miguel un día después de los
hechos. En su columna publicada el miércoles 14, los guerrerenses leyeron
esto:
“Gracias a la valiente intervención de Gonzalo Rivas Cámara al combatir el
fuego en una bomba despachadora en la Gasolinera Eva es que no estamos
lamentando la muerte de cientos de personas…
Uno de los ‘estudiantes’ de
Ayotzinapa haciendo alarde de pendejismo auto destructor, se acercó a una bomba
despachadora y con un ‘bidón’ la roció de gasolina y luego le aventó un cerillo
encendido…
Gonzalo Rivas, trabajador del Diario de Guerrero y de la
Gasolinera Eva, sin pensarlo dos veces agarró un extinguidor y se acercó a la
bomba en llamas al igual que otro empleado y comenzó a rociar el químico para
sofocar el incendio…
Una gran llamarada y explosión generada por el bidón de
gasolina que colocaron los ‘estudiantes’ arriba de la máquina despachadora de
gasolina, abrasó a Gonzalo y lo ‘botó’ a varios metros envuelto en llamas, pero
el fuego se controló y con eso se evitó que 100 mil litros de gasolina
almacenados en los tanques subterráneos se convirtieran en monstruosa bomba que
hubiese matado a los manifestantes y a muchísima gente más…
Gonzalo está muy
grave internado en Acapulco con quemaduras internas y externas de 2º. y 3er.
grado y se debate entre la vida y la muerte…
¿Se imagina Usted la desgracia
mayúscula que estaríamos sufriendo si la gasolinera explota? Algo hay que hacer
con Ayotzinapa… ¡pero ya! Es todo”.
Héctor García Álvarez
Un ingeniero que en ausencia del gerente está a cargo de la gasolinera Eva
dice que a él le sorprendió lo que hizo Gonzalo:
“Él, no sé, como que se llenó
de adrenalina, de aceleración, y se echó a correr para apagar el fuego… No sé
por qué lo hizo.
Creo que ninguno de nosotros pensó en eso sino en
resguardarnos, porque además del fuego, no dejaban de sonar los disparos que
duraron como media hora. No sé por qué lo hizo… Tal vez por su educación, porque
su papá fue militar, según nos dijo, y ya ves que tienen como un sentido de
servicio, de ayudar. Hasta de heroísmo, ¿no?”.
Mientras revisa planos, el compañero de Gonzalo Miguel pide no dar su nombre:
“Aquí uno nunca sabe quién oye”.
Y tiene razón: un joven vestido de camisa roja
y jeans, que junto con otro hombre y una mujer dicen ofrecer orientación
turística a los conductores que se paran en la estación, no cesa en su afán de
intervenir en las charlas entre el reportero y el fotógrafo y los trabajadores
del lugar: su punto es que el experto en sistemas no debe ser visto como
víctima, ni muchos menos como heroico, que para qué se metió, que cómo se le
ocurrió intentar apagar el fuego; vaya, que su historia no debe ni ser contada,
que las únicas víctimas son los estudiantes buenos, y que los malos son los
policías federales y estatales.
Punto. Cuando ya se le pide que deje de
seguirnos por todos lados y que cese de entrometerse, se molesta, lanza miradas
severas, se retira unos metros, vira de nuevo al cuerpo, sube sus manos al
frente, simula que tiene un arma, hace un ademán como de cortar cartucho, y se
aleja de la gasolinera. Antes de que vuelva las entrevistas habrán
concluido.
Gonzalo Miguel Rivas Cámara es un hombre modesto. Así lo dicen sus compañeros
de trabajo en la gasolinera Eva, en Chilpancingo.
Y se nota: ahí, en la estación
de servicio, justo frente a los restos de la bomba de gasolina quemada,
completamente ennegrecida por las llamas que la consumieron, ahí está su viejo
coche de 17 años de antigüedad que nadie ha ido a recoger: es un Chrysler
gris-verde modelo Shadow del año 1994, con placas del Distrito Federal 925
PHP.
El vehículo no tiene defensa trasera. Quizá su dueño no ha tenido dinero para
comprarla.
Aunque, eso sí, aparentemente no es un sujeto deudor: de acuerdo con
el portal de internet de la Secretaría de Finanzas del Distrito Federal, no
tiene ningún adeudo por tenencia, ni con su actual ni con su antigua placa, la
806 HDA.
Tampoco tiene infracciones por pagar en la capital. Al interior del
coche, que tiene la vestidura de la puerta del copiloto destrozada, sólo hay a
la vista un cable negro para un puerto USB.
Pero, ¿cómo es de carácter este hombre del arranque heroico? Las opiniones
varían.
Una mujer que trabaja justo ahí, a un lado del coche, en un puesto de
auxilio turístico del gobierno estatal, dice que es “buena onda, siempre pasaba
y saludaba.
Y cuando venían a arreglarme la compu, él le echaba la mano
a mis técnicos. Ojalá que no sólo se recupere, sino que quede bien, que pueda
trabajar y recupere su puesto”.
Un despachador de gasolina cuenta que es “muy serio hasta para platicar. No
bromea. Siempre anda arreglando las fallas del sistema. Sólo dice ‘buenos días’
o ‘buenas tardes’.
Y nosotros igual, ‘buenos días, ingeniero’. Aquí, como no
viene diario, sólo viene a cumplir”.
Una jovencita que despacha en la gasolinera tiene una opinión diferente de
él:
“No sé, como que tiene complejos, es medio antisocial: a mí sí me hablaba
bien pero criticaba a la gente que venía, por ejemplo, por las facturas.
Con los
que se llevaba es con los hombres y a veces lo vi reír, pero quién sabe de qué:
sólo ellos se entendían.
Aunque eso sí, era buen papá: en ocasiones trajo a sus
dos hijas y las trataba bien, vivía para ellas. Luego les llamaba desde aquí:
‘¿Qué necesitas, mija? ¿Leche? Yo la llevo’, les decía”.

Un joven del Diario de Guerrero cuenta que Gonzalo tiene cuatro
perros.
Uno de ellos, de raza chihuahueña, se llama Fox, como el ex
presidente. “Ese era como su hijo, pero a todos los quería mucho.
Cuando no
estaba con su novia (es divorciado, afirma) y sus hijas, duerme con ellos.
Y él…
pues es medio cerrado, medio intransigente, yo creo que hasta déspota en el
trabajo.
Es como de humor cambiante, voluble, a veces llegaba de buenas, a veces
de malas.
Eso sí, es un cuate muy inteligente, a todo le sabía: fíjate, cuando
algunos aparatos se descompusieron le dimos los instructivos que venían en
inglés, y aunque no hablaba ese idioma, quién sabe cómo le entendió, no sé si
por deducción de las figuras.
Pero incluso agarraba libros y libros para estar
al día en todo lo que tenía que ver con su chamba”.
Gonzalo Miguel Rivas Cámara. El experto en sistemas que intentó apagar un
incendio, voló envuelto en una bola de fuego, sufrió quemaduras de tercer grado,
y literalmente tragó el fuego provocado por dos presuntos estudiantes de la
normal de Ayotzinapa, y por cuyos daños no hay un solo detenido.
El Ayotzinapo de la pluma y el papel…
Con cierto desdén, quienes no están de acuerdo con los constantes bloqueos y
algunos actos vandálicos de los estudiantes de Ayotzinapa, se refieren a ellos
como Los Ayotzinapos, en alusión a la APPO (Asamblea Popular de los
Pueblos de Oaxaca) que en 2006 paralizó la capital oaxaqueña.
Y uno de estos
jóvenes, en plena refriega con policías estatales y federales en la Autopista
del Sol, huyó por atrás de una barda de una gasolinera, se introdujo en la casa
de un empresario local y se dirigió al cuarto del joven hijo de éste.
“No había
nadie en la casa. Cogió una playera y unos jeans, supongo que se los puso y se
los llevó. Imagino que antes traía una camiseta de Ayotzinapa.
Luego tomó cerca
de mil pesos, y también se los llevó. Y bueno, todavía tuvo el tiempo y la
frialdad para buscar una pluma y un papel y escribió:
‘Perdón que me lleve tu
ropa, no es robo, pero nos están persiguiendo y me tengo que cambiar. Tomo
prestado el dinero para mi pasaje’”.
La hija del comerciante que narra la historia, también empresaria, no sabe si
reír o enfurecerse por el atrevimiento del normalista.
Ni el gobernador, ni los normalistas, ni la CNDH mencionan a Rivas Cámara
El gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero, compareció ante la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) para ofrecer pruebas de descargo sobre
la actuación de su gobierno durante el desalojo de normalistas en la Autopista
del Sol, el pasado 12 de diciembre, que culminó con dos estudiantes muertos.
Durante la reunión sostenida a puerta cerrada con el presidente de la CNDH,
Raúl Plascencia Villanueva, el gobernador leyó un documento en el que se limitó
a condenar los hechos y entregó tres carpetas con “pruebas” de las acciones que
su gobierno ha instrumentado luego del percance.
El ombudsman dijo posteriormente que durante la comparecencia se le
dio a conocer al mandatario guerrerense el contenido de las quejas (la última
recibida el 22 de diciembre), y las violaciones que se mencionan son la
privación de la vida de dos estudiantes, posibles actos de tortura y tratos
crueles contra al menos 15 personas que fueron detenidas.
Empero, ninguno mencionó el caso de Rivas Cámara, quien resultó con
quemaduras graves al intentar apagar el incendio provocado en la gasolinera por
los normalistas de Ayotzinapa, hechos de los que hay testimonios y pruebas en
video y sobre los cuales el encargado de la estación de servicio, Alejandro
Montealegre Borja, presentó una denuncia contra quien resulte responsable.
El silencio oficial, de la CNDH y de los normalistas sobre la criminal acción
que tiene a Rivas Cámara luchando por su vida en el hospital, no deja de
provocar sorpresa y enojo, pues mientras la dirigencia estudiantil de la Normal
anuncia acciones radicales para exigir la separación de Aguirre Rivero del
gobierno estatal, y reprocha que la CNDH no la haya convocado para estar
presente en la comparecencia del mandatario estatal, nada dice de sus propias
acciones criminales y de quienes resultaron víctimas de ellas.
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