jueves, 18 de agosto de 2011

LOS TERRITORIOS DUROS AL PASO DE LA CARAVANA



Unos 15 muchachitos se introdujeron al mitin. Todos llevan el rostro tapado. Algunos muestran sus heridas. Piden la salida del Ejército.

Torreón, Coahuila. Calle Juan Pablo II número 680. En los muros del inmueble azul celeste fue pegada una cinta amarilla. En ésta, en letras negras, se lee: “Escena del crimen. PGJ”. Una de las ventanas del lugar está rota. Al estirar un brazo desde la acera es posible recorrer la cortina de la casa: lo que queda a la vista es un salón con sillas de plástico enfiladas frente a un muro con leyendas de autoayuda. Es como un cuarto de sesiones de un grupo de Alcohólicos Anónimos. El suelo está manchado de sangre. No hay impactos de bala. Otra ventana aledaña de la construcción no tiene cortina: al acercar la mirada al vidrio se observa un cuarto con tres camas, varias colchonetas, y numerosas colchas apiladas. No hay impactos de proyectiles, pero todo está manchado de sangre. Residuos rojos de guerra esparcidos en el piso.

Se trata del Centro de Recuperación de Alcohólicos y Drogadictos A.C. La Victoria. Aquí, hace 24 horas, fueron masacrados trece jóvenes. Trece jóvenes que querían dejar sus vicios, sus dependencias, su mundo violento. Trece jóvenes que fueron ejecutados por sicarios expertos: no se ve un solo tiro errado que haya perforado una pared, un mueble, los pisos, los techos. Un vecino, hombre ya mayor, cuenta que todo sucedió muy rápido:

—Llegaron cuatro con unos riflillos, entraron, hicieron eso, salieron, y se fueron en un coche. Luego, dos que quedaron heridos salieron a la calle (ahí, frente al lugar, en la banqueta, quedan gotas de sangre). Otro vecino pidió un taxi y se los llevaron al hospital. No sé si vivirían”.

No. No sobrevivieron. La escena del crimen está a tres cuadras del Bosque Venustiano Carranza. Y aquí, en este parque, en plena zona de fuego, un día después, este miércoles, la Caravana del Consuelo encabezada por el poeta Javier Sicilia realiza un mitin. Un mitin para hablar de la guerra. De la sangre. De los 180 desaparecidos coahuilenses que ha documentado en este sexenio el organismo de sus familiares denominado Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos de Coahuila (Fuundec).

Por el templete flota el desgarramiento verbal de padres y madres. Una tras otra, zumban las voces entrecortadas y resquebrajadas de madres sin hijos vivientes, de padres con hijos que nadie sabe dónde están:

“Soy la mamá de Fanny. Desapareció hace cinco años… Cada día, lo cuento… ¿Dónde está mija? ¿Dónde está?...”, llora. Y llora Sicilia. Y otra vez, los nudos en la garganta de cada día en esta caravana de las almas desgarradas, esta caravana de ojos llenos de lágrimas.

“Mi hijo José Manuel no quiso convertirse en monstruo y matar a alguien. No quiso ser sicario y lo levantaron en un carro blanco y lo mataron el 15 de septiembre de 2008… El miedo no se me quita pero… aquí estoy… Y quiero estar con él… Por favor, que me ayuden… ”. Ahí está la señora llorando también. Baja del templete, busca consuelo, un abrazo. Un abrazo pensando en el hijo que le mutilaron.



Otra mujer, de la Fuundec, lee desde el templete decenas de nombres y apellidos: los desaparecidos. Cada vez que termina de leer los nombres los cientos de personas agolpadas en el lugar gritan y repitán al unísono:

—¡Te queremos de regreso en casa!

Un deseo. Un deseo, hasta hoy, truncado en Coahuila, como sucede en cada estado que ha recorrido la caravana…

***

Caravana del Consuelo. Día 5. Trayecto: Monterrey-Torreón-Chihuahua. Distancia: 902 kilómetros. Tiempo: trece horas de viaje.

Uno. Dos. Tres. Cuatro… Son como quince muchachitos que se introducen en el mitin cuando éste lleva ya como cuarenta minutos de inicio. Nadie los invitó, así que se van hasta la parte de atrás y elevan un par de mantas. Todos están tapados. Llevan el rostro tapado con camisetas, paliacates o capuchas. Son… como los tapados de Monterrey: aquellos chavales reclutados por el narco que salían a bloquear calles y a pedir que el Ejército abandonara la plaza. Han sido llevados hasta el mitin por un par de sujetos, adultos, con cara de… pocos amigos. Pocos amigos pero harta banda. Uno de los chavos, al ser fotografiado, alza su camiseta: lleva tremenda herida en el vientre y tiene un aparato como de diálisis.

—¿Qué te pasó? —se le pregunta.

—Me dieron… —responde con mirada que hiela.

—¿Fierro? —se le inquiere.

—Sí… —contesta con ojos petrificantes.

A otro de sus cuates se le cuestiona:

—¿Qué quieren?

—Que se vayan el Ejército y los federales. Nomás roban en las casas y nos pegan y violan a las mujeres…

—Y los sicarios, los narcos, ¿esos también quieren que se vayan?

—No nos hacen nada… Nada más los soldados… —replica subrayando con energía. Tiene la mirada mala. Tan joven y mala… La misma pregunta se le hace a uno de sus compas. Él, él mejor finge…

—¿Narco? ¿Sicario? ¿Qué es eso?

—El que vende droga y el que ejecuta gente…

—No, no sé qué es eso… Yo de eso no sé…

Un adulto les indica que ya, que se replieguen.

—¿Por qué se tapan el rostro? —se le alcanza a preguntar a uno de los más pequeñines, como de doce años. Cándido:

—No nos deja que estemos sin taparnos el señor que nos trajo, para que no nos vean. Y por las fotos…

Los territorios duros que empieza a pisar la doliente Caravana del Consuelo.

Juan Pablo Becerra-Acosta M.

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