Son chingaderas que hagan
este desmadre nomás porque vino ese pendejo. El señor tenía la cara contrahecha
por la ira que le causaba el tremendo embotellamiento tras el cierre de tres
carriles de la importante avenida García Morales, la que lleva al aeropuerto.
¿A quién se refiere? Preguntó el soldado. ¿Cómo que a quién? –contestó el
hombre– a Enrique Peña Nieto. Si no respeta el operativo –reviró el soldado– no
lo dejaré pasar. No –dijo el hombre al borde de la ira–, no me dejarás pasar
por eso, sino porque estoy protestando.
Me fui más adelante y me
encontré otra escena exactamente igual que la anterior, pero con matices
inesperados. Esta vez otro furibundo ciudadano (y por lo que se vio, apurado,
porque como quiera que sea hay gente que sí tiene que trabajar) increpaba a un
policía federal y aun soldado. Otra cosa que vi es que de pendejo no bajaban al
presidente. Es que nosotros –dijo el federal con una sonrisa– estamos
totalmente de acuerdo con lo que usted dice (y cómo lo dice), esto no debería
ser, ¿verdad? –dijo dirigiéndose al soldado. Afirmativo, dijo el de verde
olivo, y esbozo una levísima sonrisa.
Frente a la base aérea había
una pequeña manifestación de profesores inconformes con lo que el gobierno
llama reforma educativa. Adentro del perímetro de las instalaciones castrenses
había una pequeña multitud de acarreados. De pronto se hizo un pequeño tumulto
porque tres muchachas preparatorianas cayeron desmayadas, abatidas por los
inclementes rayos de sol. Me acerqué a una profesora y empecé la plática para
que soltara la sopa. No necesitó mucho.
“Es un abuso –dijo la mujer.
Estos pendejos viven en su pinchi mundo. Ya ve, puras pendejadas, que la
economía está sólida, que la caída del peso no nos afecta, es más hasta nos
beneficia, que las finanzas están fuertes, que el empleo va para arriba, la
pobreza para abajo. Y como sus gatos en Los Pinos no quieren ni imaginarse que
este güey fuera a llegar y que no hubiera nadie para recibirlo, pues ya me
imagino: ‘Oye Claudia, ahora que llegue el presidente, como no queriendo la
cosa, asegúrate de que el pueblo entusiasta lo vaya a recibir’. Pero como el
pueblo está hasta la madre, pues aquí están sus pendejos de las escuelas
públicas del estado. A nosotros nos ordenaron venir de acarreados con alumnos y
quesque nos iban a dar de comer. Una pinchi torta mal hecha nos dieron,
mientras en una pantallita que pusieron afuera se veían ellos tragando a gusto
en el aire acondicionado. Eso sí, hoy por la noche los locutores de Televisa y
TV Azteca se les va ir el hocico chueco hablando del entusiasmo con que
recibimos al menso ese.”
La verdad, oiga, es que todos
los políticos son iguales –dijo un policía de tránsito que sudaba a chorros
cuidando una cerca portátil para que no pasara la gente. Un hombre ya viejo se
quejaba porque viene ese “pendejo” (cero y van tres) y se apropian de la
ciudad.
Ellos a toda madre y uno aquí rodeando hasta la quinta chingada para
poder llegar a donde va uno. Pues sí, tiene razón –replicó el policía–, pero yo
no tengo la culpa; yo nomás cumplo órdenes. Ya mirándome a mí, dijo, todos son
iguales. Yo tengo 23 años como policía y por aquí han pasado todos los
partidos. Todos quieren dinero, los mismo jefes lo obligan a uno a morder; los
gobernadores y los presidentes hacen su desmadre por donde andan y nosotros
tenemos que cuidar los operativos de acarreo. Usted qué mensaje le mandaría al
presidente Peña Nieto –le pregunté hasta con ingenuidad. Pues nada más que vaya
y chingue a su madre.
(CRÓNICA SONORA/ ALEJANDRO VALENZUELA
/FEBRERO 11, 2016)
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