Más de un año duró la batalla
contra Emilio Lozoya, pero al final, Luis Videgaray, el secretario de Hacienda,
logró su remoción al frente de Pemex. Videgaray se enfrentó abiertamente a Lozoya,
a quien responsabilizaba de una mala gestión que acentuó la pérdida en la
capacidad de exploración y producción petrolera, que redujo la plataforma de
exportación de crudo, y de incapacidad para mejorar las finanzas de la empresa.
En Los Pinos tenía ayuda
inopinada, por las alertas al presidente Enrique Peña Nieto, por los accidentes
en las instalaciones de Pemex, que habían motivado la exigencia a Lozoya de un
plan de seguridad. Lozoya, sí tenía en el Presidente un aliado muy poderoso,
pero sus flancos abiertos se daban por todos lados.
Fuera del Gobierno se
quejaban de que la corrupción en Pemex era galopante, algo que siempre negó
Lozoya, y dentro de su mal manejo de la empresa.
Pero nadie tan crudo como
Videgaray, quien dos veces le pidió al Presidente que lo destituyera. La última
vez a principios de diciembre, cuando Peña Nieto, cansado de la presión, según
personas que conocen el episodio, lo paró en seco y le dijo que no volviera a
tratarle el asunto porque Lozoya no se iría.
El Presidente lo llevó a su
reciente gira por los países árabes y al Foro Económico de Davos, donde daba
muestras de estar muy contento con él. ¿Qué sucedió en escasas dos semanas?
La gira presidencial
coincidió con un terrible arranque de año. La desaceleración china tiró los
mercados, metió presiones al peso frente al fortalecimiento del dólar, que lo
depreció significativamente, mientras la guerra de los precios de petróleo
emprendida por Arabia Saudita perfiló meses más de incertidumbre en los
mercados.
El Presidente instruyó a
Videgaray apoyar a Pemex, y la Secretaría de Hacienda respondió que sólo
inyectaría recursos si Pemex presentaba un programa financiero responsable.
Videgaray sabía que Lozoya no podría hacerlo, porque de eso se había quejado
reiteradamente con Peña Nieto. Por tanto, si fue una condición o no, la
disyuntiva estaba clara: el rescate de Pemex a cambio de la cabeza de Lozoya.
Peña Nieto se la entregó esta
semana a Videgaray –el rescate presidencial de Lozoya será probablemente la
Embajada en España–, quien hizo los movimientos en dos áreas bajo su control:
José Antonio González, que hizo la reestructuración del ISSSTE y del Seguro
Social, a Pemex; en el Seguro Social se designó a Mikael Arriola, que estaba en
Cofepris.
Los dos vienen del sector
hacendario, pero no del periodo de Videgaray, sino del único secretario al que
respeta técnica e intelectualmente, José Antonio Meade, el titular en
Desarrollo Social, bajo cuya dirección tuvo su primer trabajo en la
administración pública Virgilio Andrade, el secretario de la Función Pública, y
Aristóteles Núñez, jefe del SAT.
La lectura de la prensa
política de esos cambios le asignaron un enorme poder a Videgaray, de cara a la
sucesión presidencial en 2018. Hubo quien incluso afirmó que con este ajuste,
la sucesión quedaba en sus manos. Lo paradójico es que aun si así fuera,
Videgaray no podría acomodarla para que le beneficiara.
Si bien se fortalece
indudablemente a un grupo político frente al del secretario de Gobernación –que
está a punto de perder a uno de sus bastiones, el director del CISEN, Eugenio
Imaz, por un cáncer que aunque controlado lo tienen muy debilitado–, esa
potencia no le alcanza a Videgaray para imponerse a Miguel Ángel Osorio Chong
en la carrera sucesoria.
Si en este momento se tuviera
que definir al candidato del PRI, en el entendido de que el presidente Peña
Nieto tuviera la fuerza suficiente para imponer a su delfín, las encuestas
mantienen en lo alto a Osorio Chong.
En dos encuestas privadas
consultadas para este texto, Videgaray ni siquiera está en la mente de los
electores cuando les preguntan espontáneamente sobre sus preferencias
electorales.
En las encuestas “ayudadas”
–como se llaman coloquialmente cuando se presentan los nombres de los
aspirantes–, el póquer de ases presidencial después de Osorio Chong, incluye en
segundo lugar, con un dígito de preferencia electoral y muy debajo de panistas,
perredistas y del jefe político de Morena, al secretario de Educación, Aurelio
Nuño, muy cerca de Meade.
Videgaray está debajo de
ellos y muy lejos de dos priistas, Eruviel Ávila, el Gobernador del Estado de
México, que no está en el corazón de Atlacomulco, y compite en preferencias con
Osorio Chong, y a la mitad de la tabla de suspirantes, Manlio Fabio Beltrones,
líder del PRI.
Esto significa que si de
preferencias electorales se trata, Videgaray está eliminado para la sucesión
presidencial.
Se puede argumentar que
faltan dos años para que se decida al nominado del PRI y muchas cosas pueden
pasar. Es cierto, pero en el contexto, lo que vendrá no ayudará a Videgaray.
La crisis mundial prevalecerá
este año, la economía mexicana sufrirá en 2016 y quizás aún más en 2017.
El secretario, además, tiene
un talento innato para hacer más enemigos que amigos. Las estrellas no están
alineadas para él y aún con la dependencia del Presidente en él, lo importante
en 2018 para Peña Nieto deberá ser mantener el poder.
Hoy, Videgaray sólo sería
garantía de derrota. Faltan esos dos años para la definición, pero quizás el
secretario de Hacienda podría mejor empezar a ver una ecuación diferente y
trabajar para que uno de sus dos más cercanos en la contienda, se queden con la
nominación, Ávila o Meade, de lo que se hablará en el futuro.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL”
DE RAYMUDNO RIVA PALACIO/ 11 DE FEBRERO 2016)
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