Desde la primera vez que
llamaron a declarar a Celina Oseguera tras la fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán
en julio del año pasado, se sabía hasta dónde iba a llegar la investigación
para determinar las responsabilidades por la evasión. Oseguera, en ese entonces
coordinadora de Penales Federales, sería lo más alto en la cadena de
funcionarios. Si había responsabilidad, complicidad o culpabilidad, por omisión
o comisión, no iría más arriba. El Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto
lavaría en ese nivel sus culpas y esperaría que el tiempo y el olvido disiparan
la exigencia de una investigación seria. La última tuerca la apretó la semana
pasada el secretario de la Función Pública, Virgilio Andrade, al anunciar la
inhabilitación de Oseguera y otros seis funcionarios por la evasión.
No se sabe en qué se basó
Andrade para inhabilitarlos 10 años por faltas de orden administrativo –no
haber cumplido con responsabilidades que facilitaron la fuga–, pero como lo ha
hecho en anteriores ocasiones polémicas, revolvió la gimnasia con la magnesia.
Por ejemplo, en el caso de Oseguera, donde justificó la inhabilitación porque
no asignó el presupuesto para la actualización de los sistemas de seguridad
internos y la optimización de acciones al interior del penal. Pero los
presupuestos no los asignaba ella, sino el comisionado de penales federales, a
quien no se ha tocado, aunque tampoco dependía finalmente de él, sino del
comisionado nacional de Seguridad y de la Oficialía Mayor de reclusorios.
Los presupuestos de 2013 y
2015 fueron cambiando los porcentajes de recursos en los penales contra gasto
administrativo, de 50% en 2011, a 80% administrativo en el último año. Quien
maneja los presupuestos de los penales pertenece al grupo político del
secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y cuáles fueron las
razones de ese cambio permanece en un misterio. Andrade dijo que Oseguera
tampoco llevó a cabo las acciones para optimizar los sistemas de operación
interna y autorizó la entrega de un televisor a Guzmán. Una vez más, cerró los
ojos ante documentación que prueba lo contrario.
Andrade omitió las decenas de
oficios y tarjetas que entregaron Oseguera y otros funcionarios del penal al
área de Inteligencia de la Policía Federal, de quien dependían formalmente para
estos fines, solicitando el restablecimiento de los sistemas de seguridad que
habían dejado de funcionar por falta de mantenimiento y la no renovación de los
contratos por decisión u omisión de los comisionados Manuel Mondragón y Monte
Alejandro Rubido, cuyas faltas facilitaron la evasión. Tampoco tomó en cuenta
las peticiones de cambio de celda y de penal que solicitaron las autoridades
penitenciarias. El televisor no lo autorizó ningún funcionario: lo ganó Guzmán
en un amparo que le concedió un juez.
Entre los inhabilitados
incluyó a Valentín Lerma, el director del penal, porque, dijo Andrade, omitió
establecer la coordinación de las fuerzas de seguridad federales al momento de
conocerse la evasión, por no activar a tiempo el código rojo de alerta para
responder, y porque había problemas con la visualización del monitor de la
celda de Guzmán. El sábado en que se fugó “El Chapo”, Lerma estaba de descanso
fuera del penal. De cualquier forma tampoco podía haber activado el código rojo
porque los monitores de vigilancia no los tenía él, sino el área de
Inteligencia de la Policía Federal y el Cisen. El código rojo, aunque en forma
le correspondía a él, en el fondo estaba al margen de la información para
activarlo. Por la misma razón es controvertida la inhabilitación de la
exdirectora jurídica del penal, Leonor García, quien esa noche sustituía a
Lerma.
Cuando los monitoristas del
Cisen –que tenían la vigilancia personalizada de Guzmán– y de la Policía
Federal ya no tenían al interno en sus pantallas, pidieron a los custodios que
revisaran la celda, que les reportaron que ya no se encontraba Guzmán en ella.
Nunca le informaron de la desaparición a García, menos a Lerma. Ella se enteró
por el escándalo y la desesperación de los agentes federales porque se les
desapareció en sus narices a quienes estaban en el penal y a quienes, desde los
sistemas de redundancia en la Policía Federal y el Cisen, lo vigilaban.
Andrade inhabilitó también al
personal de seguridad y custodios porque no respondieron al teléfono para
atender la emergencia, aunque la razón por la que no estaban al tanto del
teléfono es porque los habían enviado a revisar la celda. La deficiencia de los
monitores de la Policía Federal se debió a los cambios que hizo el comisionado
Mondragón, que redujo la vigilancia sobre los internos de máxima seguridad
aduciendo sus derechos humanos, y contraviniendo el mandato constitucional que
permite medidas excepcionales contra ellos. Pero ni él ni nadie más, dijo el
secretario, están siendo investigados. Oseguera es la más alta en la cadena. La
inhabilitación es un paso más en el encubrimiento oficial contra altos funcionarios
que son responsables por la evasión. Sigue siendo incomprensible el porqué Peña
Nieto y Osorio Chong se niegan a admitir que se equivocaron con algunos de
sus colaboradores, y permitir que los
investiguen para determinar si hubo incompetencias, descuidos o complicidades.
En el caso extremo, el secretario de Gobernación prohibió que se llamara a
declarar al director del Cisen, Eugenio Imaz, obstruyendo, se puede argumentar,
a la justicia. De Andrade poco se puede añadir. Hace tiempo se resignó a satisfacer
las necesidades de sus jefes, aun a costa de la ignominia.
(ZOCALO / COLUMNA “ESTRICTAMENTE
PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 11 DE FEBRERO 2016)
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