Raymundo
Riva Palacio
En
febrero de 1978, Roberto Martínez Montenegro, que escribía la columna
“Escaramuzas” para el periódico El Noroeste, y era corresponsal de Excélsior en
Culiacán, fue asesinado a balazos. El reportero Francisco Arizmendi, en
aquél entonces ayudante de Martínez
Montenegro, narró a Carlos Moncada cuando preparaba su libro “Periodistas
Asesinados” –publicado en 1991-, el entorno de violencia que vivían en aquella
época, donde los periodistas tenían que andar armados. Según Arizmendi, siempre
creyó que Martínez Montenegro estaba en convivencia con policías judiciales que
trabajaban para el narcotráfico. Fue el primer periodista que se tenga
registrado, asesinado por presuntos vínculos con el crimen organizado.
Mucha
sangre ha corrido en México desde entonces. Periodistas acribillados por lo que
sabían o quizás pensaban publicar, como Manuel Buendía en 1984, el columnista político
más importante en los últimos 50 años, asesinado a la hora del crepúsculo para
mostrar fuerza e inyectar terror a sus colegas, o quienes sólo el destino
impidió que murieran en un ataque salvaje, como Jesús Blancornelas, en 1997,
cuyo chofer lo protegió de más de 100 disparos con AK-47. La prensa fue
acallada en el primer quinquenio de este siglo por las balas del narcotráfico,
mientras que comenzaba la lista de periodistas muertos, algunos de ellos, por
haber tomado partido por uno de los cárteles hace tiempo en conflicto.
Un
video difundido este lunes por Carmen Aristegui en su noticiero de radio en MVS
Noticias, dibuja claramente por primera vez lo que ha sido una percepción
acicalada, ante la falta de confirmación, sobre el papel que por años han
jugado varios periodistas en la guerra del narcotráfico, donde no sirven a sus
empresas, ni a su profesión, ni a la sociedad, sino que están al servicio de
los criminales.
Sin
prejuzgar a nadie, en el video aparecen Eliseo Caballero, ex corresponsal de
Televisa en Michoacán, y José Luis Díaz Pérez, dueño de la agencia Esquema, en
diálogo abierto con Servando Gómez Martínez, “La Tuta”, jefe de Los Caballeros
Templarios. Ambos negaron tener vínculos con él, y explicaron que acudieron a
su encuentro porque no había manera de decir que no. Pidieron y recibieron
dinero, pero los dos dijeron que el video estaba editado. Caballero le dio
consejos sobre cómo manejar a la prensa, pero aseguró que no tenía opción. Los
periodistas nunca dieron cuenta de esa reunión a las autoridades. Si no por
comisión, cuando menos por omisión han resultado irreversiblemente afectados.
Lo
periodistas tienen el derecho a defenderse, y la PGR debe demostrar si son
responsables de asociación delictuosa, o deslindarlos si se prueba que actuaron
bajo coerción. Si fuera este el caso, no sería algo inédito en los medios
mexicanos. Periodistas de medios influyentes trabajaron como jefes de prensa de
criminales, como Amado Carrillo, el asesinado jefe del Cártel de Juárez, y
llegaron a jugar el papel de intermediarios o mensajeros de la muerte. Es parte
de una larga historia del narcoperiodismo en México, que ha tenido sus momentos
de clímax y oscurantismo.
En
1993, el entonces procurador general Jorge Carpizo, reveló los avances de tres de seis averiguaciones
previas de periodistas presuntamente vinculados con el narcotráfico. Entre
ellas se encontraba la de un intelectual muy cercano al ex presidente Luis
Echeverría, que llevó alrededor de 250 mil dólares de la época envueltos en una
bolsa de papel al periódico La Jornada, como una aportación para que instalara
su planta de impresión en Guadalajara. El entonces director del diario, Carlos
Payán, rechazó el ofrecimiento. El caso global se llamó genéricamente “los
narcoperiodistas”, y la presión de los medios hizo recular al gobierno de
Carlos Salinas.
En
aquellos tiempos, narcotráfico y periodistas doblegaron al gobierno. En los
tres siguientes sexenios, nadie se metió con la prensa, salvo los cárteles de
las drogas. A quienes no compraron, intimidaron. A quien los enfrentó sin
miedo, los mataron. Un ejemplo fue Miguel Ángel Villagómez Valle, dueño del
periódico La Noticia de Michoacán, el más importante en la región de Lázaro
Cárdenas, al sur del estado, asesinado en 2008. Lo que hace muy distinto el
caso de Villagómez Valle a muchos otros, es que hay evidencias de que quienes
lo entregaron a la entonces vigente Familia Michoacana, fueron colegas de otros
medios, molestos e inconformes por su integridad. No ha sido el único que por
recto, sufre. Amenazas directas de periodistas vinculados a los cárteles han
sido vertidas contra quienes investigan ataques a la prensa en Michoacán, o los
que no han querido participar de las actividades delictivas.
La
historia del narcoperiodismo en México es muy larga y abundante en información
sobre actos de honestidad o de corrupción, complicidades y servilismo. Dinero y
poder ha sido el nombre de este juego que hace casi dos décadas Carpizo quiso
acabar y no pudo. Una generación después hay nuevos intentos de hacerlo en el
microcosmos que significa Michoacán, donde están trazados todos los momentos de
este fenómeno, que empezó con amenazas, siguió con colusión, asesinatos,
subordinación y, hoy en día, con la participación directa de periodistas con
criminales, donde ya no son parte del problema, sino el problema mismo.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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@rivapa
(EJE
CENTRAL / Columna de Raymundo Riva Palacio/ Raymundo Riva Palacio | Jueves 25
de septiembre, 2014)
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