En
los próximos días, el alcalde de Culiacán, Sergio Torres Félix,
presentará su Plan Municipal de Desarrollo. Lo hará con retraso, de
acuerdo a su compromiso de hacerlo dentro de los primeros tres meses de
su gobierno, pero esto es tal vez lo menos relevante. Lo hará en medio
de una percepción casi generalizada de que al frente de la comuna hay un
hombre sin definiciones claras sobre la administración municipal, hasta
en temas tan triviales como el de los circos.
Bofo su discurso, los primeros cien días de su administración, que se cumplen este jueves, solo han servido para confirmar porqué el alcalde llegó al poder con una de las votaciones más bajas que ha tenido el PRI en la historia de Culiacán —120 mil votos, contra 172 mil que obtuvo su partido en 2010, o los 153 mil que logró en 2007. La votación obtenida, en todo caso, refleja que no logró motivar ni a sus propios compañeros de partido.
Sergio Torres puede presumir que hace 30 años llegó al Ayuntamiento barriendo y trapeando el edificio y ahora es alcalde. Es humanamente loable, pero no una garantía para ser un buen presidente municipal.
Solo el texto leído al tomar posesión del cargo dibuja el pálido perfil de un hombre que llegó al poder si saber a qué. En una ciudad donde se cometen casi el 50 por ciento de los asesinatos que se registran en Sinaloa (46 por ciento en marzo pasado), el tema de la seguridad debe ser obligadamente prioritario. Pero Torres Félix le dedicó una sola mención, una de las 2 mil palabras que utilizó en el discurso, en medio de dos renglones: “…en coordinación con el gobierno estatal y federal, pondremos todo nuestro empeño para mejorar la seguridad pública”. Eso dijo, nada más. Dedicó, sin embargo, 160 palabras de agradecimientos al gobernador Mario López Valdez, 36 en reconocimientos al ex alcalde Aarón Rivas, 49 a los empresarios y 67 a ¡Manlio Fabio Beltrones! Al tema de seguridad: 17.
Tal vez sienta que el asunto no le corresponde, o que se limita a meter borrachos al “bote” para reducir el índice de accidentes. O a levantar infracciones a los conductores descubiertos en el WhatsApp. Pero resulta que Culiacán sigue concentrando, con muchísima distancia —y no es solo por el nivel de población— la mayoría de los delitos del alto impacto. Y que de los 275 asesinatos registrados en los primeros tres meses en Sinaloa, 130 se cometieron en la capital del estado. Y que le matan a un alto funcionario del IMSS a dos cuadras de su oficina. Y que a los dos días le balacean al director del diario Noroeste, Adrián López Ortiz, después de quitarle el auto.
Alguien puede decir que esto les corresponde a los gobiernos estatal y federal, pero es cierto solo en parte. Prevenir es una tarea del municipio y de ello depende en gran medida que los niveles de violencia se reduzcan. Lo primero que se proponen los gobiernos de Medellín, de Bogotá o de Palermo, por ejemplo, es cómo abatir los índices de criminalidad porque ese sigue siendo el problema principal de esas ciudades. Culiacán se está ahogando en sangre y no puede un alcalde refugiarse en discursos trillados de “tolerancia cero” cuando los sicarios siguen adueñados de la ciudad, con estructuras policiacas a su disposición. ¿Quiere realmente bajar los índices delictivos? Entonces pida al gobierno estatal el desmantelamiento de las bandas de robacarros. No es tan difícil saber quienes las conforman. Ahí está el caso “resuelto” del ataque al director de Noroeste en menos de 24 horas, lo que demuestra que sí se puede. No lo hacen porque la mayoría de los autos robados se van a las estructuras de la mafia, y resulta que las policías trabajan para ella. O pida apoyo al gobierno federal para desmantelar las redes de distribución de drogas. Todo el mundo sabe, en cada uno de los barrios, quién vende drogas, dónde. Pero hacerlo significa meterse con la parte más delicada del negocio y lo más probable es que ni la PGR ni la SEIDO estén interesadas en hacerlo. Y poco se puede hacer contra el sicariato. Alrededor del 98 por ciento de las ejecuciones ni siquiera se investigan y cuando alguien cae es por casualidad. No hay que olvidar, además, que muchos de estos crímenes son cometidos por los mismos policías al servicio de los cárteles. ¿Debe postrarse Sergio Torres ante esto? No. Pero se requiere un verdadero servidor público para enfrentar al monstruo. Y hasta ahora no se mira por ningún lado.
Bola y cadena
¿QUÉ VA A PROPONER entonces el alcalde en su Plan Municipal de Desarrollo sobre el problema más fuerte en el municipio? Pues hay que esperar. Pero si no ha podido resolver el problema de los pepenadores, que conoce de sobra, no hay que abrigar muchas esperanzas.
Sentido contrario
ES INCREIBLE CÓMO TIENE que organizarse la sociedad ante la incompetencia y complicidad de las autoridades. En la zona norte han surgido los “rastreadores de cuerpos”, hombres que buscan en los montes, en las riberas de los ríos, en terrenos baldíos, huellas de familiares y amigos que tuvieron la desgracia de “desaparecer” de un día para otro o de ser “levantados” por algún comando o por la misma policía. ¿Qué más, gobernador? Y en su propia tierra.
Bofo su discurso, los primeros cien días de su administración, que se cumplen este jueves, solo han servido para confirmar porqué el alcalde llegó al poder con una de las votaciones más bajas que ha tenido el PRI en la historia de Culiacán —120 mil votos, contra 172 mil que obtuvo su partido en 2010, o los 153 mil que logró en 2007. La votación obtenida, en todo caso, refleja que no logró motivar ni a sus propios compañeros de partido.
Sergio Torres puede presumir que hace 30 años llegó al Ayuntamiento barriendo y trapeando el edificio y ahora es alcalde. Es humanamente loable, pero no una garantía para ser un buen presidente municipal.
Solo el texto leído al tomar posesión del cargo dibuja el pálido perfil de un hombre que llegó al poder si saber a qué. En una ciudad donde se cometen casi el 50 por ciento de los asesinatos que se registran en Sinaloa (46 por ciento en marzo pasado), el tema de la seguridad debe ser obligadamente prioritario. Pero Torres Félix le dedicó una sola mención, una de las 2 mil palabras que utilizó en el discurso, en medio de dos renglones: “…en coordinación con el gobierno estatal y federal, pondremos todo nuestro empeño para mejorar la seguridad pública”. Eso dijo, nada más. Dedicó, sin embargo, 160 palabras de agradecimientos al gobernador Mario López Valdez, 36 en reconocimientos al ex alcalde Aarón Rivas, 49 a los empresarios y 67 a ¡Manlio Fabio Beltrones! Al tema de seguridad: 17.
Tal vez sienta que el asunto no le corresponde, o que se limita a meter borrachos al “bote” para reducir el índice de accidentes. O a levantar infracciones a los conductores descubiertos en el WhatsApp. Pero resulta que Culiacán sigue concentrando, con muchísima distancia —y no es solo por el nivel de población— la mayoría de los delitos del alto impacto. Y que de los 275 asesinatos registrados en los primeros tres meses en Sinaloa, 130 se cometieron en la capital del estado. Y que le matan a un alto funcionario del IMSS a dos cuadras de su oficina. Y que a los dos días le balacean al director del diario Noroeste, Adrián López Ortiz, después de quitarle el auto.
Alguien puede decir que esto les corresponde a los gobiernos estatal y federal, pero es cierto solo en parte. Prevenir es una tarea del municipio y de ello depende en gran medida que los niveles de violencia se reduzcan. Lo primero que se proponen los gobiernos de Medellín, de Bogotá o de Palermo, por ejemplo, es cómo abatir los índices de criminalidad porque ese sigue siendo el problema principal de esas ciudades. Culiacán se está ahogando en sangre y no puede un alcalde refugiarse en discursos trillados de “tolerancia cero” cuando los sicarios siguen adueñados de la ciudad, con estructuras policiacas a su disposición. ¿Quiere realmente bajar los índices delictivos? Entonces pida al gobierno estatal el desmantelamiento de las bandas de robacarros. No es tan difícil saber quienes las conforman. Ahí está el caso “resuelto” del ataque al director de Noroeste en menos de 24 horas, lo que demuestra que sí se puede. No lo hacen porque la mayoría de los autos robados se van a las estructuras de la mafia, y resulta que las policías trabajan para ella. O pida apoyo al gobierno federal para desmantelar las redes de distribución de drogas. Todo el mundo sabe, en cada uno de los barrios, quién vende drogas, dónde. Pero hacerlo significa meterse con la parte más delicada del negocio y lo más probable es que ni la PGR ni la SEIDO estén interesadas en hacerlo. Y poco se puede hacer contra el sicariato. Alrededor del 98 por ciento de las ejecuciones ni siquiera se investigan y cuando alguien cae es por casualidad. No hay que olvidar, además, que muchos de estos crímenes son cometidos por los mismos policías al servicio de los cárteles. ¿Debe postrarse Sergio Torres ante esto? No. Pero se requiere un verdadero servidor público para enfrentar al monstruo. Y hasta ahora no se mira por ningún lado.
Bola y cadena
¿QUÉ VA A PROPONER entonces el alcalde en su Plan Municipal de Desarrollo sobre el problema más fuerte en el municipio? Pues hay que esperar. Pero si no ha podido resolver el problema de los pepenadores, que conoce de sobra, no hay que abrigar muchas esperanzas.
Sentido contrario
ES INCREIBLE CÓMO TIENE que organizarse la sociedad ante la incompetencia y complicidad de las autoridades. En la zona norte han surgido los “rastreadores de cuerpos”, hombres que buscan en los montes, en las riberas de los ríos, en terrenos baldíos, huellas de familiares y amigos que tuvieron la desgracia de “desaparecer” de un día para otro o de ser “levantados” por algún comando o por la misma policía. ¿Qué más, gobernador? Y en su propia tierra.
Humo negro
DIRIGIDO O NO EL ASALTO al director de Noroeste, condenable y ruin por
donde se le vea, lo deseable es que el diario mantenga la cordura.
(RIODOCE/Columna Altares y Sótanos de
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