Podría ser el único o uno de los pocos destellos de franqueza que
ha tenido Mario López Valdez como gobernador de Sinaloa —el que mostró
un día después de la votación del 7 de julio— al declarar que la alianza
que participó en esta elección no es la misma que lo llevó al cargo
hace tres años.
Incluso tiene razón: en aquella ocasión jugó con los
partidos Acción Nacional y de la Revolución Democrática y esta vez operó
para el Revolucionario Institucional, regresando al redil al cual ha
pertenecido siempre.
Es el PAN, en todo caso, el que se muestra incapaz de sincerarse al
acusar que en el municipio de Ahome hubo elección de estado. Resulta
patético que luego de hacer alarde una y otra vez de que gobiernan en
Sinaloa, y aparte defendieran con todo la alternancia, de pronto la
dirigencia panista blande la espada de la ruptura como si la mayúscula
derrota del domingo los hubiese trastornado también a un nivel
superlativo.
El reclamo de responsabilidades entre partido y gobernador viene a
ser una especie de bruma para que la sociedad no señale a ninguno como
directamente culpable.
El deslinde de López Valdez del bloque opositor
que lo llevó al poder no es nuevo, empezó en el momento que el PRI
recuperó la Presidencia de la República y ocupó de Malova un
diezmo político para Enrique Peña Nieto, en un intento por minimizar el
impacto de la arremetida priista por haber traicionado al partido que
hasta 2010 le había dado todo al ahora mandatario sinaloense.
El PAN lo sabía en sus estructuras nacional y estatal. Se ve mal fingiendo olvido. El mismo pragmatismo que llevó a Malova
a salirse del PRI lo orilló a regresar a ese partido, decisión que se
le notó, evidenció e incluso delató cuando acudía con Peña Nieto y lo
veía como su nueva deidad.
Y por si acaso los panistas no se dieron por
enterados, vino Francisco Labastida Ochoa, uno de los padrinos de la
insubordinación malovista al PRI y dijo que en esta elección el
gobernador estaba jugando con todos los partidos.
Con Arturo Duarte como candidato a la presidencia municipal de Ahome,
el gobernador se descaró al ponerse al frente de toda la estructura
gubernamental para sacar adelante a quien fuera subsecretario de
Administración del Gobierno del Estado.
En Salvador Alvarado facilitó la
victoria de Liliana Cárdenas, sobrina de David López Gutiérrez,
director de Comunicación Social de la Presidencia de la República, y en
Culiacán el triunfo de Sergio Torres se operó en el tercer piso de
Palacio de Gobierno, como parte de un oscuro proyecto sucesorio que ya
se fragua para dentro de tres años.
Todo está a la vista. Ni que fueran tan complejas las moralejas de la
elección como para que el gobernador y el PAN no las entiendan y tengan
que enfrascarse ambos en una discusión tan caduca como tonta.
Según el
veredicto de las urnas, con todo y la decisión ciudadana de no salir a
avalar con el voto candidaturas de talante mafioso en Culiacán, tanto
Acción Nacional como Malova son castigados con una sanción de la misma dimensión que los errores cometidos por el partido y el gobernante.
El escarmiento de las urnas corresponde al tamaño del ineficiente
desempeño del gobernador y la complicidad o tolerancia del PAN.
La
oferta del cambio se les desmoronó al reeditar las peores épocas de
corrupción, inseguridad, opacidad y pedantería de los gobiernos
priistas.
Treinta meses después, si este fuera un referéndum para
revocar o reafirmar el gobierno de López Valdez, sin duda alguna tendría
que ser disuelto.
Es por ello que llama la atención la manera en que el dirigente
estatal del PAN, Edgardo Burgos Marentes, declara que en Ahome hubo
elección de estado —¿que no gobierna el PAN en Sinaloa?— y cómo panistas
de la talla del senador Francisco Salvador López Brito incitan a romper
con el malovismo.
Nunca dieron la cara en desastres mayores como los
recurrentes escándalos de corrupción, la incrustación de personajes de
triste fama en los mandos de Seguridad Pública, o el videoescándalo
provocado por las declaraciones hechas por el escolta de Malova, pero se horrorizan al descubrir que el gobernador ya no sirve a los intereses de la alianza panperredista.
Asistamos pues a la escenificación ya no del domingo siete, sino de
otra parábola del cambio: la del ciego cándido y el bribón ladino.
Re-verso
Las casillas, a contraluz,
corroboran lo evidente:
Malova le clavó la cruz,
al PAN, de por sí inerte.
Lección marismeña
No hay diablo que dure cien años ni infierno que lo aguante. La
derrota electoral de Alejandro Higuera Osuna, el aparentemente eterno
alcalde de Mazatlán, debe servir de escarmiento a los políticos que
piensan que el pueblo está para aguantarles sus ínfulas de poder y creen
que la gente no quiere estadistas sino reyecitos del carnaval.
Entiéndanlo: también los imperios de oropel terminan.
Hora del destete
La utilidad mayor que podría dejar el fortalecimiento electoral del
Partido Sinaloense sería que el PAS deje en paz a la UAS y suelte la
ubre rosalina antes de que el alma máter sufra consecuencias
irreversibles. La Universidad a la academia y Cuen a su diputación.
(RIODOCE/ Columna OBSERVATORIO de Alejandro Sicairos/ julio 14, 2013
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