Ismael Bojórquez
(RIODOCE.COM.MX/ Ismael Bojórquez/ junio 9, 2013)
Seis meses son suficientes para saber, al menos, que el presidente
Enrique Peña Nieto no tiene una estrategia clara para combatir con éxito
al narcotráfico.
Un mapeo leve por el país arroja que la violencia no
baja, pues mientras disminuye en unas regiones aumenta en otras, un
fenómeno similar al que ocurre cuando se aplasta una parte del globo y
el aire que se impulsa aparece en otra.
El Gobierno aplaca un poco los
niveles de violencia en Monterrey, pero estos se incrementan en
Guadalajara o en el Estado de México, por ejemplo.
La guerra antinarco
logra acabar con La Familia Michoacana, pero ahí mismo surgen Los Caballeros Templarios.
Esa es una parte del asunto, que el Gobierno no ha logrado diseñar
una estrategia que signifique realmente una disminución de la violencia y
el debilitamiento de las organizaciones criminales, pues estas terminan
por recomponerse, ya sea en sí mismas o creando nuevas estructuras con
nuevos liderazgos.
El otro problema es el surgimiento de las guardias comunitarias en
Guerrero y Michoacán, pues está ligado a la inestabilidad social que
provoca el narco y que, aunque no se había expresado, estaba ahí,
agazapado y creciendo soterradamente, como suelen hacerlo las
inquietudes de contenido social y que de pronto explotan. Hay zonas del
país donde la gente está hasta la madre de la violencia que sufre pero
no actúa. Pero hay otras donde la respuesta está siendo la autodefensa.
Por lo pronto, puede afirmarse que no hay una estrategia clara más
que aquella que se instrumentó desde el arranque del sexenio y que no es
otra que bajarle decibeles al tema, esquivándolo, hablando de otras
cosas aunque el presidente se tropiece con los muertos a donde quiera
que va.
Se especuló sobre la posibilidad de que el Gobierno tratara de llegar
a acuerdos con el cártel de Sinaloa, pero si esto ocurrió o se intentó,
la realidad es que un pacto con los de aquí poco serviría para contener
la expansión de los otros cárteles, algunos de ellos de imponente
crecimiento, como Los Caballeros Templarios y el cártel Nueva Generación.
Más aún, si estos pactos con los sinaloenses eran una estrategia de
mediano alcance para acabar con las otras organizaciones, pues entonces
la medida tendría que estarse revisando ya, pues, por lo que toca a
Jalisco, la segunda patria de los sinaloenses históricamente, ha caído
bajo el control del cártel de Jalisco Nueva Generación.
***
Guadalajara fue durante décadas el segundo hogar de los
narcotraficantes sinaloenses. Allí invirtieron sus ganancias, compraron
casas de descanso, ranchos, fundaron empresas. Y ahí se escondieron
todos cuando tuvieron que salir de Sinaloa, en 1977, espoleados por la Operación Cóndor.
Fue don Eduardo, Lalo Fernández —solo para hablar de la época
moderna del narco—, quien abrió brecha hacia Jalisco. Y de ahí, en
adelante, todos. Inés Calderón, duranguense de nacimiento pero
avecindado aquí, dejó caer semillas en Jalisco antes de morir, en 1988.
A
un cementerio de Guadalajara fueron a descansar sus restos hace algunos
años, cuando fueron exhumados para ser sepultados junto a los de su
padre, don Inés Calderón Godoy, que había sido enterrado allá, en mayo
de 2001, cuando murió siendo de nuevo casi un niño, debido a los
estragos que le produjo la demencia senil.
Desde Guadalajara se fortalecieron todos aquellos que luego se
convertirían en los principales narcotraficantes que ha tenido este
país.
Allá sentó sus reales Miguel Félix Gallardo, donde, al ser
detenido en 1989, le confiscaron decenas de propiedades.
En esa ciudad
vivía y desde ahí operaba Rafael Caro Quintero cuando, en medio de un
escándalo internacional por el asesinato del agente de la DEA (Enrique, Kiki
Camarena), en 1985, fue detenido en Costa Rica, donde fue encontrado
junto a la joven Sara Cosío, hija de un exgobernador de Jalisco.
En esta misma ciudad se hizo fuerte Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto, hasta que cayó preso en 1985, acusado también de haber participado en el crimen contra el agente de la DEA.
Todos ellos desarrollaron sus familias allá, siendo pilares de nuevas
generaciones que ya no fueron propiamente sinaloenses, badiraguatenses o
culichis, sino tapatías.
Ignacio Coronel Villarreal fue otro que, siendo de Durango y habiendo
establecido con Sinaloa fuertes lazos, echó raíces en Guadalajara,
donde consolidó una fuerza propia de narcopoder, indiscutible, hasta que
murió en un ataque de precisión del Ejército apoyado por la DEA, en
julio de 2010.
Y prominentes familias narcas de Badiraguato se asentaron allá, como
los Guzmán, los Salazar, los Beltrán Leyva, los Esparragoza, los Elenes.
No tanto los Cázarez, de Mocorito, que entraron al negocio décadas
después aunque ahora estén tan bien posicionados. Ni los Zambada, que
han preferido siempre el apego a su terruño, Culiacán.
Bola y cadena
POR ESO, UNA DERROTA del cártel de Sinaloa en Jalisco es como si la
estuviera sufriendo en su propia casa. Y no sería una derrota pequeña.
Jalisco forma parte de una región estratégica para el negocio de las
drogas, porque es el núcleo sobre el cual giran Nayarit, Aguascalientes y
Zacatecas por el norte, Michoacán por el sur y Guanajuato por el centro
del país. Una vasta zona, además, para lavar plata.
Sentido contrario
EN ESTE ESCENARIO, el líder del CJNG, Nemesio Oseguera Cervantes, el Mencho, se convierte en uno de los principales blancos del Gobierno, hoy en día.
Humo negro
DE LA CAMPAÑA DE SERGIO TORRES, elogio de la hipocresía: “Veo un
Culiacán en orden, armonía y con grandes oportunidades para la
inversión”. Que se lo diga a los empresarios, a los que no quiso
exponerles su “visión”.
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