Bernardo Barranco/ Proceso
MÉXICO, D.F.
(Proceso).- Aquella tarde de marzo de interregno pontifical, mientras los
cardenales en Roma estaban poniéndose de acuerdo sobre los temas que
desarrollarían antes del cónclave, yo había concluido una tensa conversación
telefónica con Carlos Aguirre, director general del Grupo Radio Centro. De
manera lacónica había sentenciado: “No puedo aceptar tu participación con mi
competencia y particularmente con Carmen Aristegui”. En ese momento, en el
contexto de la renuncia pontifical y el precónclave, yo ya había participado
con comentarios en por lo menos 50 programas de radio.
Dos preguntas
surgieron de inmediato: ¿Por qué de manera súbita exige una exclusividad no
aplicada en los, por lo menos, 15 años anteriores? Llevo lustros colaborando en
decenas de programas radiofónicos y otros colegas del Grupo hacen lo mismo, por
lo que es una sospechosa formalidad de celo profesional repentino que menoscaba
los derechos laborales. Y la segunda cuestión: ¿Por qué tanta reticencia en
participar en el noticiero de Carmen Aristegui? Será sólo una cuestión
comercial o que ambos hemos sido críticos implacables de Marcial Maciel y sus
Legionarios de Cristo, tan apreciados por el señor Aguirre.
La segunda sentencia
de Carlos fue una advertencia directa: “Tú decides. Si te vas allá, no podrás
participar ya con nosotros”. Mi respuesta fue casi instintiva: “Me colocas en
una disyuntiva muy delicada porque afectas mi actividad profesional. Tendré que
pensarlo”. Ahí mismo lo había decidido: Iba a cruzar la línea, estaba
entusiasmado en participar en el programa de Carmen Aristegui.
Un comunicador
radiofónico –nos decía José Gutiérrez Vivó– debe ser entendido tanto por
personas simples que abordan las combis como por los sofisticados y chocantes
intelectuales. “De los políticos, ahí no hay nada que hacer porque esos nunca
entienden nada”, remataba con su sarcástico humor. Gutiérrez Vivó, con olfato,
y Alicia Ibargüengoitia, con generosidad, me animaron a construir Religiones
del Mundo en 1995, cuando aún era un tema tabú, especialmente en los medios
electrónicos.
En aquellos años la
gente que pertenecía a Radio Red –conductores, operadores y técnicos– se sabía
en la punta del periodismo en la radio. No sólo Monitor era el noticiero más
influyente del cuadrante sino que Radio Red era la oferta hablada más atractiva
por la variedad de temas y solidez de conductores y comentaristas de entonces,
como Ikram Antaki, Patricia Kelly, Carlo Coccioli, Jaime González Graf, Enrique
Krauze, Sara Sefchovich, entre muchos otros.
Después de la venta
de Radio Red a los Aguirre, la estación no sólo ha dejado de “marcar el paso en
la radio” sino que arrastra desde hace años una profunda crisis de identidad.
Muchos empleados del grupo, salvo los sindicalizados, no reciben aumento de
salario desde hace más de siete años; en mi caso, desde hace 15. Los honorarios
se han convertido en simbólicos y los utilizo para pagar un asistente y tener
así un apoyo en la producción de las emisiones. Es decir que he subsidiado
desde hace 10 años el programa Religiones del Mundo. Por ello me hizo mucho
ruido la actitud de soberbia de Carlos Aguirre, el tono autoritario y tan
distanciado de las personas que hacemos cotidianamente la radio.
El viernes 22 de
marzo se produjo mi despido. El director de operaciones, Gonzalo Yáñez
Villalta, con amabilidad pero con una actitud clonada de su jefe, me comunicó
mi destitución sin argumentos. Se negó a dar explicación alguna que fuera más
allá de la absurda ofuscación por la exclusividad y me negó la posibilidad de
despedirme del auditorio. De inmediato Proceso, en su página de internet, hizo
público el despido. Las redes sociales hicieron su parte: Se encargaron de
difundir con velocidad e indignación la noticia. “En Semana Santa hay pocas
noticias notables”, dice Jenaro Villamil. “Por ello tu despido se convirtió en
una noticia notable”.
De inmediato
Francisco Aguirre, vía telefónica, me solicitó la inmediata reincorporación a
la programación habitual, derogando la decisión de su hermano. Pactamos un
encuentro el Jueves Santo, mismo que resultó una conversación de casi cuatro
horas en los jardines de su casa. Francisco fue muy amable, no dudo de su buena
voluntad, sin embargo quedé muy insatisfecho con sus respuestas a las dos
únicas demandas que asentaba como condición de mi regreso: a) una disculpa o
comunicado público que fijara posiciones frente a mi despido y b) una
explicación fundamentada y jurídica de la “exclusividad” demandada. Las respuestas
fueron vagas: “Déjame ver”, “voy a analizar”, etc. En cuanto al comunicado, me
pidió una propuesta de redacción, que le hice llegar una hora después de
nuestro encuentro y que debía ser publicado en vísperas del programa. Esa
condición no se cumplió. Ahí quedaron sellados 18 años de compromiso con una
apuesta radiofónica que llegaba a su fin.
Lo más interesante
de todo este proceso han sido las reacciones de muchísimas personas y
organizaciones de la sociedad civil, laicas y religiosas. Para mi sorpresa se
pasó de la indignación en las redes a la movilización social…
Fragmento del análisis que se publica en la edición
1901 de la revista Proceso, ya en circulación.
(PROCESO/ Bernardo Barranco V. / 8 de abril de 2013)
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