Rosendo Zavala/ Zócalo
Saltillo.-
Traicionado por el destino que lo había enredado en la más frenética de sus
batallas, Javier Iván sacó el cuchillo que cargaba en la cintura para romper el
viento con furia, evocando a la muerte cuyo manto se extendió alcanzando al
rijoso que pagó con sangre su sed de venganza.
Extasiado por el
dolor que infringía a su víctima, “El Tata” presionó las cachas de madera removiéndolas
con el sello del fanatismo que lo hizo repetir su osada acción, asestando tres
puñaladas en el cuerpo de Francisco que expiró lenta e irremediablemente.
Sin darse cuenta, el
regordete de ansia exasperada vendió la libertad que hasta entonces mantenía
intacta y todo por defender el orgullo, en la aventura de pandillas que hoy
recuerda tras las rejas de un Penal como el más amargo de sus arrebatos.
NOCHE DE PARRANDA
Animado por la tarde
que parecía tan inédita como inspiradora, Javier se dio a la tarea de juntar a
sus amigos presupuestando que el fin de semana sería como todos, el sábado caía
lentamente y la idea de perderse en el alcohol atacaba su mente con más fuerza
que nunca.
Decidido a pasarla
bien, “El Tata” gastó su día recorriendo las calles de la Centenario para
recordar a “Los Destroyers” que la fecha pactada con antelación había llegado,
pues aunque la cotidianidad era una de las constantes en su vida, el intento de
disfrazarla con el color de la euforia siempre resultaba imprescindible.
Cobijado por el
otoño de octubre, el pandillero de futuro incierto vio llegar el ocaso de la
jornada que para él apenas comenzaba, y contando las monedas que portaba en sus
bolsillos avistó la imagen prometedora de una noche que suponía llena de la
euforia que se transformó en desgracia.
Pero ajeno a la
realidad que le aguardaba sigilosa, el potencial homicida se apoderó del
momento, deambulando por los rincones de la colonia escoltado de su gente,
mientras los efectos del vino nublaban su conciencia delirantemente.
A paso lento, pero
seguro, la turba de rijosos caminaba con la complicidad de la oscuridad
sabiendo que nada les podía pasar, porque el tiempo les había otorgado la razón
convirtiéndolos en una de las pandillas más temibles de la zona.
Sin embargo, las
constantes vueltas que crearon el camino imaginario hacia la fuente de la
cebada se vieron empañadas con el trajinar de peregrinos que fabricaban su felicidad
de la misma manera, surgiendo el imprevisto que tiñó de sangre el amanecer del
domingo.
LLUVIA DE PIEDRAS
Aquella jornada de
asueto, los albañiles de instintos bárbaros se embriagaron por gusto ignorando
que la historia de parranda ya estaba escrita con letras de sangre, porque a la
vuelta de la esquina se toparon de frente con sus acérrimos rivales.
Justo sobre la calle
Magnolia, un murmullo de voces conocidas alertó a los destructores, que sin
tanto rebuscar vieron emerger de entre la penumbra al remolino de
trasnochadores que estoicos se postraron frente a ellos.
Se trataba de “Los
Vagos”, la pandilla antagónica que desde siempre había atentado contra la
supremacía de “Los Destroyers”, por lo que tras lanzarse miradas de odio
intercambiaron los insultos que comenzaron la inesperada guerra civil.
A la orden de
ataque, ambos bandos se liaron a golpes buscando imponer su jerarquía local sin
conseguirlo, porque la paridad de fuerzas se impuso sin que hubiera algún
vencedor en lo que sería la primera etapa de las ofensivas callejeras.
Y es que decididos a
todo, los rijosos lanzaron una lluvia de piedras que acabaron con los vehículos
varados en el sector, generando la molestia de los vecinos que resueltos a
perder el sueño informaron a la policía que llegó para calmar la tensión entre
los peleoneros.
Con el ulular de
sirenas que rompían la tranquilidad de la noche, los valientes de ocasión se
perdieron entre las sombras del amanecer que presagiaba la peor de las
batallas, porque con el orgullo herido corrieron maquinando la idea de saldar
cuentas lo antes posible.
Repentinamente, los
caminos de asfalto se vaciaron dando paso a la tensa calma que precedió a la
contraofensiva delictiva de los guerreros de cuadra, que divididamente
siguieron con su parranda sabatina, ignorando cualquier proporción de la realidad.
Sumidos en sus
bacanales “sociales”, los rijosos se sacaron distancia distrayéndose como en
cualquier sábado de octubre, mientras el ambiente se enrarecía con el elíxir de
la muerte que para entonces ya tenía la mesa dispuesta.
A PUÑALADAS
Bañado en sudor por
la agitación que estaba viviendo, Javier brindaba junto a sus amigos el fallido
encontronazo que acababan de tener con sus eternos enemigos, devorando la
cerveza que aminoraba su repentina ambición de comerse el mundo a puños.
Sin dejar de marcar
su territorio con los recorridos que hacían a pincel, los destructores llegaron
hasta una vivienda de Nigromante, donde el retumbar de la música los hizo
detenerse, ahí comenzaría el principio del fin para el “reinado” de los clanes
enemigos que nunca supieron definir su supremacía.
Fortalecidos por la
estridente voz de los colombianos de radio que amenizaban el baile, “Los
Destroyers” se perdieron entre la fusión del vallenato y alcohol que los
traicionó lentamente, cuando la llegada del nuevo día los sorprendió vencidos
por los estragos de la juerga.
Esto porque de entre
la humareda que escondía a los presentes, “Los Vagos” emergieron reviviendo la
rencilla que la policía había disuelto minutos antes, ocasionando la nube de
insultos que dio paso a la tragedia.
Convencidos de que
el honor se debía enaltecer al máximo, los pandilleros salieron a la calle para
dirimir sus diferencias, dejando de lado los efectos de las consecuencias,
porque sacado lo peor de sus repertorios delictivos se dieron con todo,
buscando erigirse como los reyes del barrio.
Alucinado porque
podría demostrar su valía como peleador callejero, “El Tata” comenzó a repartir
golpes mientras a su alrededor la escena parecía ser la misma, con una mancha
humana de rijosos que conectaba sus emociones traduciéndolas en violencia
extrema.
Repentinamente, uno
de los implicados se dejó ir contra Javier que decidido a todo sacó su
cuchillo, y tomándolo con fuerza marcó una línea imaginaria dibujando en el
aire los tajazos que lo harían mantenerse lejos de un ataque directo.
Pero en una rápida
ofensiva alcanzó con su arma a Francisco, el vago que pagó con su vida los
descargos de furia que el hábil pandillero le había dejado caer para imponer
respeto, cayendo al suelo con la existencia tramitada sin darse cuenta.
Mientras el
navajeado yacía tendido en el charco de su propia sangre con dos heridas en el
abdomen y una más en el tórax, el agresor se daba a la fuga dejando atrás la
reyerta donde sus compañeros de mañas seguían defendiendo la honra perdida en
las cercanías de la fiesta.
Tras ver a uno de
sus rivales tirados en el pavimento, los destructores huyeron mientras testigos
de la escena solicitaban a las autoridades para que pusieran orden y atendieran
al rijoso que sin saberlo tenía los minutos contados.
Aunque los
paramédicos de Cruz Roja se abrieron paso ente las calles de la zona centro
para llegar con urgencia al Hospital Universitario, los esfuerzos de nada
sirvieron porque el paciente murió minutos después de ser ingresado en el sanatorio.
Otro de los
parranderos caídos que también llegó en la misma ambulancia logró evadir a la
desgracia, luego de que los especialistas reavivaron sus signos vitales venidos
a menos tras la brutal golpiza que le había desfigurado el rostro.
ESCAPE FALLIDO
Sugestionado por la
noticia de que se había convertido en asesino, “El Tata” intentó esconderse de
la justicia, pero sus deseos de libertad se frustraron rápidamente, porque los
sabuesos ministeriales actuaron con celeridad buscando resolver el crimen de
inmediato.
Apoyados en la
declaración de varios testigos, los titulares de la diligencia primaria
agotaron los elementos a su favor para avanzar en las pesquisas, ubicando a
Javier cerca de su domicilio y sometiéndolo para ponerlo a disposición de la
justicia ministerial.
Tras varios días de
intensas actividades, la Procuraduría canalizó al asesino ante el Juez primero
del ramo penal, que medio año después dictó sentencia condenatoria contra el
inculpado, dándole 9 años 3 meses de prisión sin ningún tipo de beneficio bajo
el delito de homicidio simple doloso.
El fiscal asignado
al caso tomó la determinación con base en los elementos recabados durante el
proceso de investigación que se hizo dentro del expediente 80/2012, llegando a
la conclusión de que el vándalo debía pagar su delito con cárcel y sin ningún
tipo de beneficio.
Ahora, Javier Iván
descansa en una celda del reclusorio para varones de Saltillo, donde acomoda
sus pensamientos viendo correr del tiempo con más lentitud que nunca, por lo
que detiene sus andanzas mentales en el instante que desenfundó su daga para
cometer el error que hoy lo tiene bajo encierro.
(ZOCALO/Rosendo Zavala/ 29/04/2013 - 04:08 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario