Redacción
México.- Seis
mujeres, de seis países víctimas del peor ultraje cuentan su historia y la
lucha que han tenido que emprender para superar el trauma, y además para
hacerle frente a una sociedad que aún considera la violación como ‘algo
provocado por la mujer’.
‘El miedo nunca se va’, Laura Neuman, EU
Laura Neuman, de 47
años de edad, vive en Annapolis, Maryland. Cuando tenía 18 años fue violada. Su
atacante está en la cárcel cumpliendo una condena de cadena perpetua por esa
violación y otros asaltos sexuales contra varias mujeres.
“Yo tomaba clases en
un centro de estudios superiores comunitario pero trabajaba como mesera para
ganarme la vida. Regresé a casa una noche –el compañero con quien compartía el
arriendo, que también trabajaba en el mismo restaurante, había salido con su
novia- y estaba sola. Serían más o menos las 12 de la noche o 1 de la madrugada
–estaba dormida- cuando escuché un ruido en el apartamento. Presumí que era mi
compañero de vivienda regresando y, al despertar, sentí una almohada sobre mi
cara y una pistola contra mi cabeza. Así fue como fui violada.
Siguieron días muy
oscuros. Desde un principio, me quedó claro que mis padres no creían que había
sido violada y que la policía tampoco me creía. Ellos pensaron que no había
sido violada, que estaba encubriendo un embarazo o algún tipo de situación
dramática y… el caso nunca fue investigado.
Eso me causó un gran
estrés porque tuve que enfrentar esto a solas y, por supuesto, no estaba nada
preparada. Me vi obligada a regresar a la casa de mis padres y, como se pueden
imaginar, si ellos no creían que fui violada –suponían que algo había ocurrido
pero que no era una violación- verse forzada a vivir en ese ambiente fue algo
muy estresante.
No fue hasta que
cumplí 21 años que pude mudarme de allí pero tuve que luchar durante muchos,
muchos, muchos años. Algunas veces me resultaba difícil comer. Nunca pude
entablar relaciones íntimas. Mantenía a la gente a distancia y viví con un
miedo constante durante mucho tiempo. Yo diría que eso sigue así, hoy en día;
cada sobreviviente de una violación que he conocido me dice que el miedo es
constante y que nunca desaparece.
(Cuando el violador
fue condenado) me embargó una sensación de libertad. Libertad es la mejor
palabra para describirlo porque realmente no hay una clausura emocional. Pero,
cuando se hace justicia, uno sí siente que le han quitado una carga de encima.
Fue algo muy dramático para mí; simplemente quería echarme a dormir por una semana.
Me cambió la vida, fue muy importante.
También se dio que,
el día en que instruyeron al acusado de los cargos, conocí a mi futuro esposo.
Fue una pura coincidencia. Así que, a los 39 años, me casé y tuve dos hijos: un
niño y una niña”.
‘Quería tomar mi
dolor y cargarlo sola’, Jineth Bedoya, Colombia
El 25 de Mayo de
2000, la periodista colombiana Jineth Bedoya fue secuestrada a las puertas de
la Cárcel Modelo de Bogotá, adonde había llegado para entrevistar una posible
fuente. Tres hombres la retuvieron por más de 16 horas, la torturaron y la
violaron. Los tres serían posteriormente identificados como integrantes de las
Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el principal grupo paramilitar del país,
al que Bedoya estaba investigando.
“Lo más complicado
es encontrarte sola, encontrarte con el cuerpo marcado, como huérfana de todo.
Y yo me sentía así incluso después que entendí que tenía que hacer algo, que
tenía que asumir mi vida, que tenía que seguir. Sólo que yo no quería seguir.
Así que mi primera idea fue la del suicidio. Pero cuando empecé a buscar la
forma de irme, me encontré tan cobarde para irme… Porque decía: ‘si me tomo
algo puede que no me muera y quede peor’.
Tenía entonces que
buscar una fórmula para quedarme. Y la única respuesta que encontré fue que si
me quedaba tenía que seguir haciendo lo que me daba fuerza y era el periodismo.
Para mí era muy
difícil salir porque estaba llena de hematomas. Mis brazos eran impresionantes,
eran morados completamente de los golpes… las manos, el cuerpo… la cara estaba
muy golpeada y sentía mucha vergüenza de que la gente me viera así. Pero el día
que ya podía mostrar la cara -que fue más o menos 15 días después del
secuestro- , ese día decidí volver al periódico (“El Espectador”).
Fue una cosa muy emotiva,
porque yo llegué, no podía casi caminar y la redacción era muy grande. El
director del periódico entró conmigo y toda la gente se paró. Eran, no sé, 200
periodistas. Y empezaron a aplaudir, me hicieron una fila larguísima. No hubo
una sola persona que no me hubiera abrazado ese día.
Aunque Jineth Bedoya
denunció su secuestro y violación ante las autoridades inmediatamente después
de los hechos, durante más de 11 años la justicia colombiana no hizo mayores
progresos. En Mayo de 2011, sin embargo, Bedoya llevó el caso ante la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, lo que obligó a la Fiscalía General de la
República a retomar las investigaciones. A la fecha, un ex paramilitar ya
admitió su participación en el secuestro y otros dos también están siendo
procesados por las autoridades.
‘Acepté mi destino’, Devimaya, Nepal
Devimaya (no es su
nombre real) es del este de Nepal y tanto ella como su esposo trabajaron en
Kuwait y Arabia Saudita. Quedó embarazada como resultado de una violación en
Kuwait en 2008 y cuando regresó a Nepal dio a luz a una niña discapacitada.
“Hablé con mi esposo
por teléfono, que estaba en Arabia Saudita, sobre la violación. Me consoló y me
dijo que no me preocupara. Dijo que hablaría con sus padres en Nepal y los
convencería de que no se molestaran conmigo porque no fue mi culpa. Me sentía
indefensa y desesperada por volver a casa.
El caso no fue
reportado a la policía en Kuwait porque yo no conocía al perpetrador y no sabía
cómo pedirle ayuda a las autoridades. Estaba trabajando como empleada doméstica
para una familia kuwaití. No sabía hablar el idioma ni conocía las costumbres
locales. No supe a dónde ir o a quién pedirle ayuda. Mis empleadores no
ayudaban. Me llevó dos meses de súplicas para que me dejaran partir.
Cuando regresé a
Kuwait di a luz a una niña que es físicamente discapacitada. Ya tiene casi 3
años de edad.
Después de regresar
a casa mis padres le preguntaron a mis suegros si estarían dispuestos a aceptar
al bebé como suyo. Después me dejaron quedarme con ellos. Yo había estado
enviándoles dinero desde Kuwait.
Pero después de tres
o cuatro días su conducta cambió súbitamente. Dejaron de hablarme y comenzaron
a insultarme e incluso a golpearme. Querían que me fuera de su casa, pero me
negué. Ellos tomaron todas sus cosas de la casa y se fueron. Ahora se están
quedando en otra parte, no sé dónde; se llevaron a mi hijo de 8 años.
Mi esposo también
dejó de hablarme. Sé que ya no me quiere ni me desea. Mis suegros amenazaron
con vender la casa donde estoy viviendo, pero ahora pedí ayuda legal, gracias a
una ONG, y logré detener la venta de la propiedad.
La mayoría de la
gente que me conoce y que sabe lo que he pasado me trata diferente. No me dan
trabajo. Se burlan de mí y dicen que traje al “niño de un musulmán”.
‘No fue mi culpa’,
Layla, Marruecos
Layla (no es su
nombre real) fue violada cuando tenía 19 años de edad por su primo, quien tiene
problemas con el alcohol.
“Ha sido muy difícil
porque nunca esperé que un pariente fuera capaz de cometer ese acto tan cobarde.
Fue una traición.
Nunca pensé que esto
me iba a pasar a mí.
“Creo que cinco años
es una sentencia muy breve para este crimen atroz. Un violador merece ser
ejecutado”
Me encerré en casa y
no quería dejarla. Dejé de ver a la gente y hablar con mis familiares.
Después de lo que
pasó, yo no estaba segura de qué hacer.
Busqué ayuda en las
organizaciones que ofrecen apoyo a las víctimas de violación. Fue útil porque
me devolvió la autoestima y me hizo sentir que yo no era un paria. Me ayudó a
darme cuenta de que no era mi culpa haber sido objeto de este ataque. Fue muy
reconfortante hablar con alguien.
Mi madre ha sido un
gran apoyo y se puso de mi lado durante toda esta terrible experiencia.
Ahora la gente
piensa mal de mí y los vecinos me están evitando. Ellos piensan que me puse en
riesgo, y que por lo tanto soy responsable de lo que me sucede. Ellos no me ven
como una víctima.
‘Entendí que mi vida
estaba empezando’, Natalya, Rusia
Natalya vive en
alguna parte de Rusia con su esposo y su hija. Fue violada en 2007 por un
hombre que una de sus amigas le presentó para que salieran. Cuando su amiga se
fue, la violaron. Dos amigos del violador estuvieron presentes y fueron
testigos de la violación. El hombre fue sentenciado a cinco años de prisión. Ahora
está libre.
“Después de que algo
como esto sucede, algunas mujeres piensan en quitarse la vida; otras se hunden
en el alcohol. Yo hice ambas. Cuando bebía olvidaba todo y luego podía hablar
de ello con mi amiga. Pero después estás sobria y te sientes tan mal como
antes; te sientes sola y piensas que en el futuro… no podrás encontrar un
compañero con quien enamorarte o casarte.
Una o dos semanas
después de que ocurrió, traté de suicidarme saltando del sexto piso de un
edificio. Mis amigas se dieron cuenta de mi estado y dijeron que debería buscar
ayuda y hablar con un psicólogo. Les daba miedo dejarme sola. Con ellas,
llamamos a una línea de atención para mujeres y fuimos transferidas a un centro
de atención de crisis de mujeres. Me recomendaron que presentara una queja con
la policía, pero yo decidí arreglarlo yo misma: le pediría a algunos amigos que
encontraran al hombre y lo golpearan en venganza.
Al final, fuimos
directamente donde el fiscal, que es la siguiente instancia después de la
policía. Creo que esa fue la forma más afectiva: hicieron algo de inmediato. El
fiscal nos remitió a la policía.
Después de que el
veredicto fue anunciado, sentí como si un peso pesado se hubiese levantado de
mi pecho y me puse a llorar; esta vez de felicidad. Y me di cuenta de que la
vida comenzaba para mí y que no había perdido la ida al centro de crisis. Yo
era una estudiante de leyes en ese tiempo, así que también era consciente de
mis derechos.
Volví a mi ciudad
natal, conocí a mi futuro marido, me casé y luego nos mudamos a otra ciudad
donde vivimos ahora. Tengo una hija. Mi vida es un éxito”.
‘Trataron de negar
lo que sucedió’, Wangu Kanja, Kenia
A Wangu Kanja la
violaron una tarde en 2002 mientras volvía de trabajar. Eran más de uno. Kanja
no tuvo la oportunidad de ver los rostros de sus atacantes puesto que le
sujetaron la cabeza de cara al suelo. Su experiencia le llevó a crear la
fundación Wangu Kanja, que lleva su nombre, en Nairobi, capital de Kenya, para
ayudar a las víctimas de violación y abuso sexual.
“Vivía sola en aquel
momento. Me encerré durante dos días enteros. Después, me vi obligada a salir
de la habitación para pagar el alquiler y las facturas. Durante días, no pude
superar este horrible incidente. Poco a poco, volví a trabajar, pero era aterrador.
Estaba viviendo una pesadilla. Estaba nerviosa y deprimida todo el tiempo.
Empecé a beber
alcohol como una vía de escape, mientras me hundía en una depresión que duró de
2002 a 2005. Llegó a un punto en que me convertí en una persona solitaria. Y yo
no estaba contenta con ello. Así que asistí a un curso de psicología.
Ése fue el punto de
inflexión clave, pues durante la parte práctica del curso, elegí tratar a
víctimas de violación, víctimas de asalto sexual. Aprender cómo aconsejar a ese
tipo de víctimas en cierto modo me ayudó a mejorar mi estado mental.
Tuve que hacer todo
este camino tan difícil... yo sola. Ni la familia ni los amigos me ayudaron. La
única persona que sí lo hizo desde el primer momento fue una de mis tías. Ella
me llevó a un chequeo médico y me ayudó a acceder a ciertos servicios y obtener
información y asesoramiento.
(ZOCALO/ Redacción/ 03/03/2013 -
04:05 AM)
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