Stephen Hessel vive en nuestra indignación.
Víctor M. Quintana S.
Pensará que luego de
leer su artículo publicado en Latin American Policy Journal: le dirán como su séquito en México: “Muy bien, Señor Presidente”… pero lo
cierto es que lo que Calderón afirma sobre el éxito de su estrategia contra la
violencia en Juárez, sólo los académicos
indulgentes, poco informados sobre nuestra querida frontera, se lo van a
tragar.
En su artículo:
“Todos somos Juárez, una estrategia innovadora para enfrentar la violencia y el
crimen” Calderón afirma que la
estrategia que él puso en marcha tuvo tres componentes principales: envío del
Ejército y la Policía Federal; apoyo a las autoridades locales y estatales en
hacer cumplir la ley, y operación del programa “Todos Somos Juárez” para
reconstituir el maltrecho tejido social de la frontera.
Calderón es el autor
de la estrategia y también su propio narrador, es autor omnisciente, coherente
entre lo que dice que pensó y luego hizo, que supo desde el principio todo lo que podía ocurrir y trazó un nítido
curso de acción articulado, perfecto, que le salió tan bien que ahora en Juárez
se ha reducido la violencia espectacularmente.
Sin embargo, quienes
seguimos y sufrimos los procesos de violencia criminal y violencia de Estado en
Juárez, quienes estuvimos ahí sin la protección del Estado Mayor Presidencial un
kilómetro a la redonda, tenemos una visión de las cosas que contradice a la del
catedrático invitado en Harvard.
Aceptando, sin
conceder que la estrategia militar-social que Calderón narra en su artículo
haya sido así, rigurosamente planeada y calculada desde el principio, las
preguntas que brotan son: ¿por qué
resultó tan costosa en vidas humanas?
¿Así fue previsto?
En efecto la parte
policíaco-militar de esa estrategia tuvo resultados terribles para Ciudad
Juárez: antes de implementarse, durante
2007, hubo 316 homicidios en esta frontera.
En marzo de 2008
Calderón mandó a Juárez cinco mil elementos del Ejército y el número de
homicidios se elevó a mil 607: en enero de 2009 el operativo se reforzó destacando a varios miles de Policías
Federales, entonces el número de homicidios subió a dos mil 643.
El once de febrero
de 2010 Calderón inició el programa “Todos Somos Juárez” y la cuota sangrienta
escaló a tres mil 117 homicidios en el año. En total entre 2008 y 2012 Juárez
pagó una cuota que superó los diez mil asesinatos.
Calderón o se
equivoca o pretende que nos equivoquemos: el Ejército y la Policía Federal en
Juárez, no fueron parte de la solución como él pretende, sino parte del
problema.
No sólo vinieron a
provocar que se unieran y se armaran para defenderse de ellos o aliarse con
ellos a una multiplicidad de grupúsculos criminales, escalando los niveles de
violencia; sino también perpetraron innumerables atropellos a los derechos
humanos: desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, tortura, como acaba
de confirmar Human Right Watch para todo el país.
En septiembre de
2011 ya se habían presentado mil 92 denuncias
tan sólo en Ciudad Juárez contra los elementos del Operativo Conjunto
Chihuahua. El Ejército y PF le dieron sólo dos momentos de alegría a los
juarenses: cuando llegaron y cuando se fueron.
El programa “Todos
Somos Juárez” Calderón lo presenta en su pretencioso artículo como una
respuesta fríamente diseñada luego de la
masacre de Villas de Salvárcar, en enero de 2010.
Sin embargo, la
primera declaración del exinquilino de Los Pinos al enterarse de la matanza de
jóvenes, andando él de gira por Japón fue “es una guerra entre bandas”.
No fue hasta que las
madres de los muchachos masacrados y la
insurgencia civil juarense se fueron a las calles que Calderón se hizo
presente.
Fueron las protestas
y la valiente voz de doña Luz María Dávila espetándole: “Usted no es bienvenido a Juárez”, lo que le arrancaron acciones
desesperadas, mediáticas para responder a la indignación ciudadana. Que no haga
de la necesidad de entonces, virtud de ahora.
El citado programa
que significó una inversión-gasto de más de tres mil millones de pesos
(Calderón dice en su artículo que 401 millones de dólares), ha sido muy
cuestionado por las organizaciones sociales de Ciudad Juárez.
Organizaciones de
trabajo con niños, con adolescentes y con mujeres han señalado, por ejemplo,
que “se gastó demasiado en cemento y muy poco en reconstruir el tejido social y
fortalecer a las organizaciones comunitarias”. Buena parte de los recursos de
ese programa eran los ya contemplados en los programas ordinarios anuales de
las dependencias.
Se planeó
centralistamente y se gastó demasiado en idas y vueltas de funcionarios entre
la capital y la frontera; llegó a muy poca gente, se beneficiaron grandes
contratistas, y no hubo una atención y
respuesta consistente a las víctimas.
Diez mil muertos
después, Calderón, el gobierno de Peña Nieto y el propio de César Duarte
celebran el abatimiento de la violencia en Juárez.
En eso podrán tener
algo de razón, pero lo que no se dice es que buena parte de esa reducción se
debe a que uno de los cárteles prevaleció en la disputa por el territorio, a
que salió de Juárez la Policía Federal, nido también de delincuentes y que la
Policía Municipal dejó de perseguir sicarios para perseguir jóvenes y pobres.
El que el Gobierno
federal fue el bueno de la película y vino a salvar a los inermes juarenses, no
es más que un cuento.
No obedece a la realidad que certeramente señala
Hugo Almada: la de un Estado fracturado a todos los niveles, infiltrado,
cooptado o coludido en varios de sus niveles y órdenes por las distintas
organizaciones criminales.
No responde a los anhelos de justicia y
cumplimiento de sus derechos que los juarenses siguen demandando.
Ni la estrategia
realmente existente ni la que Calderón cuenta vinieron a responder a la demanda
de paz con justicia de los juarenses; a las necesidades siquiera las más
urgentes de tanta víctima de tanta violencia.
No vinieron a romper
la matriz de inatención y rezago histórico en materia social; a atender
adecuadamente las adicciones y a prevenirlas.
No vinieron a
desterrar a quienes lucran con fraccionamientos y viviendas inhumanas ni con un
transporte público inmundo.
Ni mucho menos
vinieron a combatir a los grandes beneficiarios del tráfico de drogas, del
lavado de dinero y de la venta de armas.
Las raíces de las violencias ahí siguen.
Allá los de Harvard
si le creen.
(DIARIO DE CHIHUAHUA/ Víctor M. Quintana S. | 03 de
Marzo del 2013 | 00:19 hrs)
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