Rosendo Zavala
Saltillo.-
Escupiendo la muerte con su vieja pistola, doña Cruz intentó espantar a sus
victimarios, pero sólo logró enfurecerlos, porque la desmayaron a golpes
mientras se daban a la fuga tras percatarse que uno de los suyos yacía inerte
en el charco de sangre que los ahogaría en la tragedia.
Y es que el plomazo
no fue para menos, porque los chisguetes de luz que emanaron del cañón homicida
bastaron para que los allanadores corrieran despavoridos en medio de la
oscuridad, que los envolvió en el pánico, que escandalizó a la sociedad cuando
se descubrió que el ladrón asesinado…era policía...
Así como comenzó la
triste historia de “Crucita”, la anciana de 78 años que se armó de valor para
defender su casa imponiendo justicia a punta de balazos, marcó el episodio como
una de las gestas de valor más aplaudidas por los lugareños, que ahora ven en
ella a una heroína digna de reconocimiento.
ABNEGADA ABUELA
Caminando a paso
lento, la doña atravesó los pasillos apagando las lámparas hasta que la
vivienda quedó en penumbras, había tenido un día difícil y pretendía recostarse
un rato para dejar de lado el estrés que le producían lo pesares emocionales
con que cargaba desde hace tiempo.
La noche había caído
y el invierno azotaba feroz en las calles del pueblo, esos eran los indicadores
de que Cruz debía dejar sus quehaceres para una mejor ocasión, por lo que hizo
a un lado su rutina para irse a descansar.
Con los efectos de
la naturaleza en su espalda, la anciana terminó de apagar las luces y llegó a
la recámara del fondo, donde con la dulzura de una pasión vitalicia se reclinó
sobre la cama donde permanecía Juan, el amado esposo que atendía con
desenfrenada atención.
Durante algunos
minutos, la señora Caraveo se sentó a un lado del colchón para platicar con el
hombre que compartía su vida, retrocediendo su mente a las horas anteriores
donde con entereza rompía el viento gélido que bañaba su rostro.
Minimizando los
pesares físicos del enfermo con las historias del día, narró paso a paso sus
quehaceres para darle un panorama de lo que hasta entonces pasaba en el ejido,
donde la delincuencia había crecido sin freno durante los últimos meses.
Y es que la mujer de
pelo nevado no dejaba de pensar en el día en que varios desconocidos habían
llegado a su domicilio para asaltarla a plena luz del día, recordado con
amargura que la habían dejado sin dinero.
Desde entonces el
miedo la invadía, y para evitar alguna sorpresa que la dejara en la miseria
decidió guardar el revólver calibre .38 que convirtió en el más fiel de sus
guardianes, aunque siempre rezaba para no tener que utilizarlo en ninguna
circunstancia.
Pero el libro de su
destino tenía escrita una de las más sangrientas páginas, porque las
circunstancias la alcanzaron para envolverla en la desgracia.
Esto porque mientras
cuidaba de su pariente enfermo, Cruz viviría una pesadilla despierta durante
aquella noche de enero, cuando el silencio fue dando paso a los disturbios que
desembocaron en el ataque involuntario, donde un hombre murió como resultado de
su propia maldad.
INFIERNO EN CASA
Minutos antes de la
medianoche, la abnegada esposa sintió que el sueño la invadía, y tras bendecir
con plegarias a su esposo apagó la luz de la humilde habitación, recostándose
cerca de él para vigilar su descanso, como siempre lo hacía.
Repentinamente, un
súbito ruido la despertó al momento, y tras alertar los sentidos escuchó los
pasos descalzos que no pertenecían a su gente, por lo que intrigada se paró de
la cama para ver lo que pasaba afuera del cuarto.
Sintiendo que su
corazón daba vuelcos justificados, la anciana se dirigió al cajón y con
lentitud sacó la pistola que guardaba; decidida a espantar los fantasmas de la
violencia se acercó sin saber lo que pasaría instantes después.
Empuñando el
revólver en su mano, la viejita vio cómo una tercia de sujetos caminaba en la
sala hurgando entre las sombras, mientas el destino se postraba sobre todos
creando el escenario que desencadenó la tragedia inadvertidamente.
Sumida en el terror,
Cruz emitió un grito para luego accionar el arma apuntando al cielo, pero con
tan mala puntería, porque el tiro se incrustó en el rostro de uno de los
allanadores que cayó desplomado, ante la sacudida de sus asombrados
acompañantes.
Reaccionando con
violencia, los ladrones se abalanzaron sobre la señora de la tercera edad para
azotarla con una lluvia de golpes, sin pensar que ésta sacaría lo peor de su
furia, atendiendo al instinto de sobrevivencia.
Y es que en medio de
la paliza que le daban, la ancianita disparó nuevamente el revólver, sacando el
tiro que se incrustó en el techo, ocasionando el temor de los asaltantes que
corrieron hacia el patio trasero para brincar la barda y darse a la fuga con
inusitada prisa.
Pero el daño estaba
hecho, porque mientras los desconocidos se perdían entre las sombras de la
noche, la mujer quedaba inconsciente en las inmediaciones del recibidor donde
se había gestado la desigual batalla que arrojó el saldo trágico.
Minutos después,
“Crucita” reaccionó y aún tirada volteó a su entorno para recordar lo
acontecido, a un lado estaba el hombre que había recibido el balazo en la cara,
con la vida en suspenso y la integridad en peligro.
DELINCUENTE POLICÍA
Incorporándose con
dificultad por el dolor que sentía su atribulado cuerpo, tomó el teléfono para
avisar a sus hijos sobre la curiosa defensa, por lo que minutos después se vio
rodeada de su gente, que la alentó en su búsqueda por defender la libertad que
parecía perdida.
Cuando paramédicos
llegaron a la casa para atender al delincuente se percataron de que aún estaba
vivo, y sin perder el tiempo lo subieron en la ambulancia donde lo trasladaron
al centro de salud municipal, aunque de poco serviría el esfuerzo porque
pereció tras ingresar al sanatorio.
Mientras la Policía
hacía las primeras averiguaciones, doña Cruz les aguardaba en el lugar de los
hechos convencida de su inocencia, rindiendo sus primeras declaraciones ante el
agente del Ministerio Público que se en cargaría del caso.
“No tuve miedo de
disparar porque me estaba defendiendo, no veía nada en la noche, sólo veía la
sombra de tres hombres, uno de ellos se acercó a mí tratando de golpearme, pero
fue cuando desenfundé mi pistola y le di”, dijo durante los interrogatorios
primarios.
Para reafirmar sus
palabras, la anciana siguió relatando los hechos ante la justicia y paso a paso
describió la forma como se defendió de los bandoleros, temerosa de que pudieran
hacerle daño a ella o su esposo, que impotente se limitaba a ver lo que pasaba.
“Después los otros
dos comenzaron a golpearme, y volví a tirarles, pero el otro disparo quedó en
el techo, y empecé a sentir muchos golpes, hasta que me desmayé y me quedé con
la pistola en la mano”, dijo en su primera declaración ministerial.
“Ya cuando desperté
hablé a uno de mis hijos por teléfono, y sólo vi a la persona llena de sangre
tirada, le hablamos a la ambulancia para que viniera a ayudarlo”, reiteró.
Tras dar las
primeras conclusiones del expediente, las autoridades ministeriales sacaron a
relucir que el delincuente fallecido se llamaba Efraín y se desempeñaba como
policía municipal en activo, asignado al pueblo desde tiempo atrás.
Dicha manifestación
causó revuelo entre la sociedad local, que encolerizada exigió justicia,
mientras las autoridades deliberaban el futuro de la septuagenaria, que en todo
momento alegó haber actuado en defensa propia.
CON LA INOCENCIA INTACTA
Teniendo que
soportar la crudeza del clima imperante, la anciana salió varios días de su
domicilio para encarar la acción de la Policía que realizaba las indagatorias,
fabricando la verdad que se impondría de manera absoluta con el paso de las
horas.
Con un lento caminar
que plasmaba sobre la terregoza calle de su barrio, Cruz llegó hasta el
edificio de la Procuraduría donde rendiría una de sus últimas declaraciones,
reforzando su versión de lo acontecido aquella noche de viernes en la violada
intimidad de su vivienda.
Reflejando el
invierno en su piel, la abuela suspiró hondo ante el fiscal que la interrogó
por enésima vez y sin equivocar sus ideales narró nuevamente lo acontecido
durante el trágico anochecer en Cerro Prieto.
Tras una vertiginosa
indagatoria que incluyó todos los elementos recabados hasta entonces, el agente
del Ministerio Público decretó la inocencia de doña Cruz, que siempre cobijada
por el apoyo familiar evadió la prisión exitosamente.
Esto luego de que la
justicia determinara que la mujer de 78 años había actuado en defensa propia y
su única opción para defender la vida era accionar el arma que tenía en su
poder, quedando con la libertad intacta ante el beneplácito popular que
aplaudió la resolución de la ley.
Uno de los factores
que incidieron para la decisión de la autoridad fue la comprobación de que la
mujer de la tercera edad ya había sido asaltada por los mismos sujetos unos
días antes, lo que incidió en la decisión de la Procuraduría estatal para dar
un fallo definitivo.
Aunque doña Cruz
libró el problema legal en que se había metido por defender su territorio a
punta de balazos, el resto de sus victimarios continúan perdidos en el
anonimato y eso le hace estremecer, temiendo que algún día la historia se
repita por una posible venganza.
(ZOCALO/ Rosendo Zavala/12/02/2013 - 01:49 PM)
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