Héctor Froylán Campos Macías
“Congreso: cochinero y traición”. Este era el título de nuestra colaboración publicada
aquí el domingo 16 de diciembre del 2012 cuando corrían las horas posteriores a
la sesión donde legisladores de Acción Nacional, Nueva Alianza y la perredista
Hilda Alcira Chang Valenzuela aprobaron el paquete económico del Estado para el
ejercicio fiscal del año en curso.
Desde entonces, el
periodista ha tratado de agarrar la punta del hilo que permitiese desenredar la
madeja del misterioso y desaseado proceso de negociación al amparo del cual fue
posible que la asamblea sancionara el legajo de dictámenes relativos al
presupuesto.
Recordemos que
previo a esta decisión, el gobernador Guillermo Padrés Elías había sostenido
acercamientos con dirigentes y representantes populares del PRI. Al cabildeo se
unirían, desde luego, funcionarios del área económica del gabinete padrecista.
Sin embargo, los
entresijos de las negociaciones se mantuvieron blindados de principio a fin.
Difícil, por no decir que imposible, fue el intento por abollar el muro de la secrecía
que celosamente custodió el trayecto y pormenores de los intercambios políticos
y económicos entre gobierno del estado y legisladores.
Un día sí y otro
también, las declaraciones de los actores políticos solo confirmaban un
previsible desenlace: el paquete presupuestal del Ejecutivo sería saldado –sin
aparentes modificaciones sustanciales— con el voto de la incondicional mayoría
legislativa.
En la atmósfera del
debate público merodeaba un inducido pretexto: a los diputados del PRI y Verde
Ecologista les aterraba la idea de que en Sonora se reeditara el mecanismo de
la reconducción presupuestal. Así, una suerte de resignación atrapó a los
miembros de esta alianza y el arreglo –ahora sabemos— quedó prendido de
alfileres.
¿Qué fue lo que
pactaron al final del día para resolver con titubeante premura el tema del
presupuesto? ¿En qué momento arriaron las banderas del compromiso que tenían
con la gente? ¿A cambio de qué prefirieron echar al cesto de la basura las mil
700 razones de peso que había para cambiar, o al menos moderar la agresiva y
lesiva política tributaria del gobierno padrecista?
Ciertamente, el
prurito de la responsabilidad política que tanto presumen los priistas,
sepultaba la posibilidad de boicotear el quórum reglamentario, una medida de
presión que en la praxis legislativa suele ser utilizada por las minorías
congresistas cuya fuerza numérica resulte suficiente para frenar –con su
ausencia en el pleno— las decisiones e imposiciones de quienes detentan el
control del parlamento.
Creo que tampoco
había necesidad de echar mano de ese recurso extremo cuando al seno de las
comisiones dictaminadoras había las firmas necesarias que bien pudieron abrir
la puerta para lograr un acuerdo que privilegiara exclusiva y verdaderamente a
los intereses de la sociedad.
Perezosos y biliosos
Además de las
mencionadas anteriormente, muchas otras interrogantes revoloteaban en el aire
antes, durante y después de la fugaz plenaria de aquel jueves 13 de diciembre,
pues al obviarse las lecturas de los resolutivos, el consabido debate quedó
proscrito. No hubo manera de saber con oportunidad los puntos esenciales del
proyecto de gasto acordado.
Si acaso, apenas
unos ligeros destellos excitaron el apetito –informativamente hablando— por
conocer los detalles y alcances de la miscelánea fiscal contenida en las leyes
de Hacienda y de Ingresos.
Fueron las
intervenciones del perredista Carlos Navarro López y el priista Abel Murrieta
Gutiérrez a la hora de suscribir de manera individual un público rechazo a los
abusivos aumentos en nuevos y viejos impuestos, además de otros conceptos.
Y mire Usted: sin
perjuicio del derecho que le asiste al diputado Murrieta de expresar el sentido
de su voto (en el pleno) como le venga en gana; en estricto apego a Ley
Orgánica del Poder Legislativo, el del PRD, como integrante de una (la primera)
de las comisiones Hacienda, era el único obligado a plantear el voto particular
que disentía de la mayoría que validó el y/o los dictámenes.
Al concluir la
jornada con la que por cierto bajó el telón de las actividades en el primer período
ordinario de sesiones de la LX Legislatura, la tropa reporteril aguardó ansiosa
la comparecencia de los protagonistas de la historia.
El que salió a dar
la cara –claro, además de Navarro y Murrieta— fue Samuel Moreno Terán. El de
Cananea, en su calidad de pastor de la bancada tricolor había llevado la batuta
en las negociaciones del presupuesto. Naturalmente, era el más indicado para
hablar sobre el tema.
Y nada parecía
perturbar la sobriedad con que resuelto y presumido postulaba las bondades del
paquete económico. Ufano destacaba el hito de que ahora sí los sonorenses
tendrían certeza sobre el destino y la aplicación de los ingresos recaudados
vía el impuesto a la tenencia vehicular, además de otras cargas tributarias y
aumentos en servicios.
Pero el coordinador
del PRI sufrió un arrebato biliar cuando el suscrito cuestionó su discurso. En
realidad me sentía contrariado con sus palabras y antes de buscar respuesta a
otras dudas, decidí resolver esa curiosidad. Palabras más, palabras menos, recuerdo
que pregunté por qué razón, si decía que el presupuesto era tan benévolo y
generoso para la gente y los municipios, lo habían votado en contra.
Lejos de satisfacer
la consulta del reportero, Moreno Terán montó en cólera y perdió los estribos,
amén de que incurrió en un imperdonable gazapo al declarar que el voto no fue
en contra, “nos abstuvimos”, dijo y abruptamente dio por concluida la breve
entrevista.
Sin remedio y
pasmado, me tragué la réplica. Quise aclararle que la abstención no existe en
la norma que reglamenta la práctica legislativa de este Congreso. Con toda
franqueza, sigo sin explicarme qué idea o postura pretendió fijar con esa
barbaridad. A veces pienso que Samuel buscó la forma de no despertar la ira de
sus amigos gobernantes. Aunque me parece que quienes estamparon sus firmas en
los dictámenes y aquellos que eludieron hacerlo, actuaron con reprobable pereza
e incongruencia. La única manera de demostrar que efectivamente se oponían a
las medidas impositivas, era presentando un voto particular. Como no lo
hicieron por escrito en comisiones, automáticamente –según la ley— con su
omisión, convalidaron todo. Lo que pasó el pleno, rayó en el ridículo.
Después del
desafortunado diálogo con el priista, nadie más se acercó acomodándose el saco
y la corbata al encuentro de las cámaras, micrófonos y grabadoras. Los
legisladores del PAN abandonaron despavoridos la sede del parlamento. A ninguno
le interesó secundar las loas de Moreno Terán. Es más, con esta hora, todavía
se desconocen los argumentos que motivaron al panalista Ismael Valdés López y a
la perredista Chang Valenzuela, respaldar el descomunal golpe a la economía de
las familias sonorenses.
Protesta y el cínico, según Wilde
Posteriormente,
durante los días que marcaron la agonía del 2012, una protesta popular incubada
desde las redes sociales empezó a cobrar vida y vigor. Cientos de capitalinos
salían a las calles a manifestar su repudio al impuesto de la tenencia
vehicular, un oneroso gravamen revivido y rebautizado en esta administración
con el nombre de Contribución al Fortalecimiento Municipal (COMUN). La
convocatoria de quienes luego se agruparon en torno al movimiento ciudadano “No
más impuestos” encontró inusitado eco entre la influyente clase media, las
Organizaciones No Gubernamentales y no tardó en registrar réplicas de similar
intensidad en los municipios más poblados del estado. A estas alturas, Sonora
acusa el activismo de la rebelión social más importante de la que se tenga
memoria.
La presión que ha
generado la ciudadanía con las multitudinarias movilizaciones de protesta, no
sólo provoca que la Iniciativa Privada haga causa con las banderas de la lucha
popular, sino que también ha tenido un efecto afortunadamente demoledor en la
imagen y credibilidad de las instituciones del poder público: por un lado, en
el gobierno padrecista los funcionarios desnudan su vocación autoritaria y
probada incapacidad política para prever, atender, resolver y desactivar un
movimiento social que ha puesto en jaque la euforia beisbolera en el próximo
clásico caribeño; y por el otro, los legisladores se han visto obligados a
recular en sus decisiones, desenmascarar sus componendas y poner en tela de
juicio la legalidad de los actos legislativos que sustentaron la aprobación del
presupuesto.
A esta parte de la
trama es a donde queríamos arribar porque lo que ha ocurrido en el Congreso en
los últimos días, de alguna manera ofrece elementos y probanza que refuerzan
nuestra percepción original en el sentido de que todo el proceso que culminó
con la sanción del paquete económico fue un soberano cochinero.
Para abrir boca,
está plenamente documentado que la sesión de las comisiones unidas de Hacienda
en la víspera de la plenaria, quedó inconclusa. Nunca hubo una discusión de los
dictámenes, ni en lo general, ni en lo particular. Por tanto, es lógico llegar
a la conclusión de que tampoco se registró una votación. Si los resolutivos
llevan las firmas de la mayoría de los integrantes como lo ha exhibido el
coordinador del PAN, Javier Neblina Vega, el argumento resulta insuficiente
para acreditar la pulcritud jurídica del acto toda vez que el órgano colegiado
del Congreso no desahogó su sesión con las formalidades que precisa la norma
reglamentaria. Y no obstante que el panista sabe perfectamente que todo se
fraguó en las nauseabundas alcantarillas del poder, sigue mintiendo con un
cinismo digno de mejor causa. Mucho temo que Neblina Vega encaja y se retrata
de manera clara en aquella sublime expresión con que Oscar Wilde definió al
cínico: un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada.
Dos diputados miembros
de dichas comisiones –Carlos Navarro López y Abraham Montijo Cervantes, del PRD
y PRI— impugnaron ante la justicia federal las actuaciones que validó la
asamblea el 13 de diciembre, concretamente en lo que respecta al paquete
fiscal. El agravio es tan concreto como grave: se les privó del derecho que
tienen como legisladores de estudiar, analizar, discutir, dictaminar y votar
las iniciativas en las comisiones donde participan. El recurso está caminando
con amplias posibilidades de prosperar a favor de los quejosos. De hecho, en el
Juzgado Décimo de Distrito ya se admitió la demanda de juicio de amparo que
interpuso el perredista. Ello supone un síntoma positivo en los afanes por
reponer el procedimiento legislativo.
Hasta donde hemos
podido indagar, en los archivos del Congreso no se cuenta con testimonios, ni
documentos de ningún tipo (audios y videograbaciones) que puedan rebatir las
violaciones cometidas en el desarrollo del trámite parlamentario, mismas que
obran directamente en perjuicio de las garantías fundamentales de los
mencionados diputados.
Cloaca, jugarreta y moraleja
Otra vertiente de la
tragicomedia estelarizada por la LX Legislatura, son las revelaciones de los
acuerdos pactados por el coordinador de la bancada del PRI con el gobierno. Es
dable colegir que al tenor de estas componendas, Samuel Moreno Terán consintió
que Carlos Enrique Gómez Cota signara los dictámenes para que pudieran ser
llevados al pleno. Total, ya habían asegurado un millón de pesos más a la bolsa
del fondo de gestión legislativa. Para este año, cada uno de los soberanos
dispondría de cuatro millones de pesos, un recurso que invariablemente se
ejerce con absoluta opacidad y discrecionalidad. Incluso, diputados y diputadas
de anteriores legislaturas, engordaron sus chequeras personales con esos
dineros públicos que fueron ministrados hacia personeros, testaferros y
agrupaciones fantasmas creadas a iniciativas de los propios interesados.
Un asunto más se
apiló a las regalías: dejar que el pastor del PRI eligiera a su antojo a quien
debería ocupar la magistratura del Tribunal Estatal Electoral, en un
procedimiento que se cocinó con prisas, al vapor, sin transparencia y violentó
criterios procesales. Otra cesión fue el haber dado luz verde para la elección
extraordinaria en el Distrito XVII. De manera inopinada, el acuerdo entró al
paquete de prebendas gubernamentales a pesar de que era una decisión que solo
debía constreñirse al dictado de la letra constitucional.
Y cuando desde
palacio de gobierno advirtieron que los resolutivos carecían de la firma de la
bancada del PVEM, un alto funcionario suplicó a Próspero Ibarra Otero estampara
su rúbrica. Con la firma de los legisladores pertenecientes a las cinco fuerzas
políticas con representación en el Congreso, se colmaría el supuesto de la
“unanimidad” en la validación de los dictámenes.
El diputado de
Huatabampo jamás quitó el dedo del renglón con respecto a su reiterado rechazo
a la tenencia. Pero también se oponía a condenar al pueblo sonorense a otra
reconducción. Era partidario de alcanzar el mejor acuerdo sin renunciar a la
lucha.
Con la presidencia
de la Diputación Permanente prácticamente “amarrada”, Ibarra Otero regateó y
estiró la liga. Al cuarto para las doce, aceptó firmar. Pidió que le llevaran
los documentos. Enseguida se los devuelvo, dijo al enviado. Entre las prisas
por saldar la agenda de la sesión y cuando todo había terminado, los panistas
se percataron de que el dictamen correspondiente a la reforma hacendaria no iba
signado por quien ya despachaba en la titularidad del Poder Legislativo. La
jugarreta del diputado irritó a los mandamases del gobierno padrecista.
Pero bueno, la
realidad es: una vez que prendió y se atisbó la magnitud de la protesta
popular, una instrucción de la cúpula nacional del PRI cambió las coordenadas
del endeble discurso y la frágil postura que habían mostrado los dirigentes en
Sonora. El reclamo de la movilización social fue capitalizado. Se echó andar
una cruzada jurídica para promover amparos contra el impuesto vehicular.
Los congresistas del
PRI, PVEM y el perredista Navarro López abrieron el micrófono a los
manifestantes para alentar el linchamiento de quienes con su voto habían
consentido el despiadado varapalo a los bolsillos de los contribuyentes.
En estos momentos,
toda una maquinaria social, jurídica y política está accionando en varios
frentes. El objetivo es lograr que el Ejecutivo de marcha atrás a su voracidad
recaudadora. La insensible respuesta de Padrés ha reñido con los empeños del
movimiento social. Y en un ajuste de cuentas con sus opositores, ordena objetar
ante los tribunales el acuerdo de la elección extraordinaria (el presupuesto
para el proceso comienza a ser regateado, según las manifestaciones del
presidente del Consejo Estatal Electoral) y el nombramiento de la magistrada
del TEE, Carmen Patricia Salazar Campillo. Aparece el tenebroso y gangsteril
rostro de la amenaza siciliana que dobla las piernas al nogalense Humberto
Jesús Robles Pompa. Aún más: la estrategia coercitiva del gobierno panista
endereza la mira hacia las arcas del parlamento.
Descobijada la
componenda y emplazados a tener que “devolver las entradas” –el diputado
Navarro López confesó que se enteró del millón de pesos cuando Neblina los
delató— los priistas le toman la palabra al mandatario. Fracasa el propósito de
poner a los congresistas contra la pared. Por el contrario, el compromiso de la
oposición legislativa de enmendar el “error de diciembre” se materializó en las
comisiones Hacienda con la aprobación del dictamen a las reformas de la
legislación del ramo que derogan el polémico COMUN. Este hecho neutralizó la
embestida.
Pero el dilema quedó
en el aire: si Padrés ordena que se apruebe el resolutivo en el pleno y no lo
veta, los diputados están resueltos a renunciar al fondo, olvidarse del nuevo
edificio y reducir los sueldos al 50% en todos los órdenes de gobierno. Si
rechaza la oferta, no habrá nada ni nadie que lo rescate del infernal caos que
ha gestado la rebelión de los malnacidos. En el Congreso, traicioneros y
traicionados, sirvieron la mesa. Aún están a tiempo de limpiar el cochinero.
Moraleja: entre el cielo y la tierra nada está
oculto; tarde o temprano brillará la luz y la verdad os hará libres.
Es cuanto.
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