Javier Valdez
El gerente estaba en
el extremo más angosto de la ovalada mesa. Encabezando aquella reunión en la
que los ejecutivos del banco se empujaban sin tocarse, metían el pie, arrastraban
y pellizcaban para que el otro no llegara a la meta: cruenta lucha por los
espacios, los mejores sueldos y la cercanía con el jefe.
El gerente los había
convocado. Se sonreían apenas. Dibujaban una mueca de fotografía cuando se
topaban sus miradas. Otros permanecieron inmutables, con máscaras de serenidad
aunque por dentro había un mar en brama. Aquella sala era de superficie calma,
con huracanes en sus aguas intestinas.
Vamos a tener una
competencia. Me lo acaban de notificar en las oficinas centrales y los llamé
para que todos participen y al que gane le vamos a dar un premio: un viaje para
dos personas, con todo pagado, a Cancún, por tres días y dos noches. Lo único
que tienen que hacer es abrir y abrir y abrir nuevas cuentas. Ganará el que
logre el mayor número.
Todos se vieron y
abrieron sus bocas de lado: dejaron asomar espuma, parecieron gruñir, enseñaron
las carnosas encías y colmillos, grrr. La selva bajo esos trajes impolutos y
esas camisas manga larga tipo mormón y esas corbatas simpáticas que ellos
decían, aseguraban, les daban suerte.
Salieron de ahí
haciendo bola. Amontonándose en la puerta. Simularon gentileza cuando uno de
ellos hizo una seña para que pasara primero una de las más imberbes ejecutivas.
Quisieron meterle el pie al otro. Empujar al que iba adelante. Agredir, al
menos verbalmente, a esa que se apuraba a tomar el teléfono.
Levantaron cejas. Se
lanzaron cuchillos de hoja fina con las miradas. Midieron distancia y quisieron
poner en el tiro al blanco a los que se habían destacado por su capacidad para
abrir cuentas e inversiones, mover dinero en el mercado de valores y ofrecer
fondos dobles, triples. Y esas relaciones de canallas tenían todo menos fondo.
La joven más nueva
le dijo a su novio: el gerente organizó un concurso y yo quiero ganar. El narco
la vio sobando su anillo de oro y las incrustaciones de diamantes. Volteó a ver
los paquetes de dinero pegado a la pared, amurallando la recámara y el sótano.
Abre cincuenta cuentas, cada una de un millón, pa’que ganes mi reina.
Ay mi amor, que
bueno eres conmigo. Mua. Papasito. Te voy a llevar conmigo a Cancún y te voy a
hacer lo que quieras. Abrió una, dos, tres y cuatro. Hizo lo mismo varios días
hasta juntar cincuenta: disimulada, ferviente y religiosamente, en el lapso que
duró la contienda.
El gerente los
convocó para darles los resultados. Aunque sabían que ella había ganado, les
extrañó no verla ahí. El jefe los vio. Les dijo que la habían corrido por
lavado. Y ella. Ella. Ella. En Cancún. Dejándose besar por las olas del mar.
24 de enero de 2013.
RIODOCE.COM.MX/ COLUMNA MALAYERBA/ Javier Valdez /Domingo 27 de enero de 2013
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