Ahora
la narcoguerra escogió a uno de los pueblos mágicos. ¿”Pueblos mágicos”? Pues
si se ganaron esa distinción por su belleza y su historia, la han perdido bajo
el yugo de la criminalidad y las complicidades gubernamentales. Así están El
Fuerte, el Rosario y Mocorito. Todos ellos están asentados en el lodazal de la
corrupción y la violencia. Su belleza se ha desvanecido entre el saqueo de sus
recursos por los gobiernos —panistas y priistas— y la violencia que los azota.
El Fuerte ha tenido lo peores alcaldes en los últimos años, algunos de ellos
con procesos pendientes por corrupción. El Rosario también. Ahora Mocorito, con
un gobierno de oposición al PRI —que había gobernado ese municipio toda la
vida—, el Partido Sinaloense (PAS), se debate en medio de la violencia.
De
los pueblos mágicos de Sinaloa, solo se salva, por ahora, Cosalá. El resto son
pequeños infiernos donde la vida ha sido secuestrada por las bandas criminales.
Mocorito es ahora escenario de los más cruentos enfrentamientos entre células
del Cártel de Sinaloa que, al parecer, no tienen un mando cierto.
Hace
dos meses publicamos un reportaje sobre cómo y porqué los pueblos mágicos se
habían transformado en pequeñas selvas inhabitables, carcomidas por la
indolencia de sus gobiernos y el crimen organizado. Y apenas la semana pasada,
dos mujeres murieron en el fuego cruzado de una balacera protagonizada por
bandas rivales del narcotráfico en la cabecera municipal de Mocorito. El saldo
total de la refriega, incluidas las dos damas, fue de ocho muertos y una decena
de heridos, unos atendidos en clínicas y otros en la clandestinidad.
Esto
existía ayer y existe hoy, en el gobierno anterior y en este, con Malova y con
Quirino. No hay ninguna diferencia. ¿Qué nos vendió entonces el gobernador que
le compramos? ¿Qué ofreció en materia de seguridad que no está cumpliendo
ahora? Sinaloa es hoy, en términos de seguridad, peor que ayer. Y si el
gobierno de Mario López Valdez fue cómplice e ineficaz, el actual gobierno es
un espanto. Mayo es el colmo. Casi 190 homicidios en sus 31 días es una cifra
que debiera obligar al gobernador a hacer un alto y verse en el espejo. No
puede ufanarse de que todo está bien en Sinaloa con estas cifras. Va en ellas,
para colmo suyo, el crimen del periodista Javier Valdez el pasado 15 de mayo,
uno de los de más alto impacto en la historia de este país. En Sinaloa, en
México y en el mundo.
Si
pretendió disuadir a la delincuencia militarizando los mandos de las
corporaciones policiacas, se equivocó. Si creía que llenando las patrullas
municipales y estatales de soldados iba a intimidar a la delincuencia, cometió
un error. En ciudades como Culiacán, Navolato, Guamúchil, Los Mochis y Mazatlán,
el hampa tiene más hombres armados que los que pueden desplegar el Ejército y
la Marina juntos. Y tiene más dinero. Y están más dispuestos a morir los
gatilleros que los soldados y marinos. Si se trata de golpes a ciegas, esta
guerra la ganará el narco, la ha estado ganando el narco.
Claro,
el gobierno tiene fuerzas armadas convencionales, pero el 90 por ciento de su
potencial —incluyendo hombres, equipo y armas— no las puede utilizar porque no
están diseñadas ni fueron adquiridas para esta guerra en la que fueron metidas
a chaleco. Y porque, además, los narcos actúan como en una guerra de
guerrillas: pegan y se van. Viven en la clandestinidad. Y como en toda guerra,
pierden y ganan batallas, pero, al final, ellos han estado creciendo en todo,
en hombres, en armas, en dinero, en logística e infraestructura, en bases de
apoyo, en penetración cultural…
Si
se sigue el registro de hechos violentos, de aseguramientos y decomisos, la
mayoría se dan de manera casual, porque los comandos de pronto se topan con los
convoyes del ejército, pero no por acciones de inteligencia de éste. O luego de
enfrentamientos entre bandas rivales, cuando quedan regados cuerpos y
abandonados vehículos y armas. No hay un trabajo de inteligencia y si existe no
se aplica en estrategias de combate a las organizaciones del crimen; solo se
registran y archivan datos.
Y
no tener una estrategia le está costando a Sinaloa, a los sinaloenses de bien y
a su gobierno.
BOLA Y CADENA
A TODO ESTO TENEMOS QUE AGREGAR las mentiras con que se está conduciendo el
gobernador, pues desde que fue cuestionado por la prensa sobre el marco legal
en el cual traía a militares para patrullar las ciudades, incluso en unidades
de las policías estatales y municipales, dijo que había firmado un convenio con
la Sedena. Pero resulta que esta dependencia federal ha negado que exista ese
convenio, incluso aclara que no existen con ningún gobierno estatal, porque
antes se ocuparían diagnósticos para poner en marcha estrategias contra la
violencia.
SENTIDO CONTRARIO
LA PREGUNTA AHORA ES PARA LA SEDENA: ¿Y por qué, si no hay convenios ni estrategias
elaboradas sobre diagnósticos previos, están mandando a 2 mil elementos a
patrullar? ¿Con base en qué criterios, entonces, la Sedena ha puesto a
militares de grado en las policías de los 18 municipios y en las corporaciones
estatales? ¿Obedece esta actitud más a un interés político que a una
preocupación real por la seguridad en Sinaloa?
HUMO NEGRO
YA PASARON TRES SEMANAS Y HASTA el momento no sabemos nada sobre las investigaciones
en torno al asesinato de Javier Valdez. La solidaridad y las preocupaciones se
mantienen intactas en Sinaloa, a nivel nacional y en muchos círculos
internacionales, incluso a nivel de gobiernos de Europa y América Latina. Pero
se trata de que se haga justicia. La memoria de Javier está asegurada.
(RIODOCE/ COLUMNA “ALTARES Y SÓTANOS” DE
ISMAEL BOJÓRQUEZ/ 5 junio, 2017)
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