Quien dirige las guerras
nunca está en la primera línea de fuego. Si bajo su mando se encuentra todo un
Ejército y depende de su experiencia y estrategia el futuro de sus tropas y de
todo lo que defiende, ¿es concebible que sea la persona que más se exponga a
ser anulada de la batalla? Un Ejército sin cabeza se desarticula. Permitirlo es
una tontería, pero la semana pasada eso sucedió en el Gobierno de México. El
Presidente Enrique Peña Nieto se batió en el campo de batalla de la opinión
pública para responder las denuncias de espionaje contra periodistas, abogados
de derechos humanos y activistas, y lo acribillaron. Si ello no fuera
suficientemente equívoco, el presidente se fue a la guerra solo, sin generales,
capitanes, o tropas detrás de él. Abandonado por sus colaboradores en Los Pinos
y su gabinete de seguridad, que debió haberlo resguardado, lo aplastaron.
¿QUIÉNES LE FALLARON?
El jefe de Oficina de la
Presidencia, Francisco Guzmán, es el primer nombre en el colapso del respaldo a
Peña Nieto. Desde que apareció la denuncia de espionaje en el diario The New
York Times, Guzmán debió haber recomendado al Presidente una estrategia para
hacer frente a lo que venía. Guzmán, que se distingue por su incondicional
lealtad a Peña Nieto pero no por su brillantez estratégica, poco hizo.
La denuncia creció en impacto
en México y en el mundo. En Los Pinos decidieron que un oscuro funcionario de
tercer nivel fuera la voz del gobierno, sin entender la gravedad de lo que esa
denuncia significaba. Tres aspectos concatenados pasaron sin reflexión en Los
Pinos:
1. Que la denuncia establecía
que el espionaje se realizó a través de un programa que sólo se vendía a
gobiernos, y que en el caso del mexicano, los únicos contratos conocidos eran
de la Secretaría de Gobernación, el Cisen y la PGR. Debieron pensar que la
carta era suficiente porque el Presidente y el equipo al mando de Guzmán,
aseguraba desde que se difundió la información, que era mentira y que tendría
que ser probada. Es decir, el problema no era del gobierno, sino del Times y
los acusadores.
2. El gobierno del Presidente
Peña Nieto, como actor sobresaliente de la iniciativa de Gobiernos Abiertos,
estaba en entredicho. Esta iniciativa es una plataforma internacional donde
compromete a sus signatarios a hacer a sus gobiernos más abiertos, responsables
y sensibles a los ciudadanos, con mecanismos de rendición de cuentas incluidos.
Si la Presidencia negó que se espiara, sin abrir inmediatamente una
investigación interna para deslindar responsabilidades sin apelar a actos de
fe, lo que transmitió no es sólo la negación a la posibilidad de infractores de
la ley dentro del gobierno, sino la cerrazón para poder verse hacia su interior
y castigar a los eventuales violadores de la ley. La actitud siembra la
posibilidad de que expulsen a México de esa plataforma.
3. Con el paso de los días
surgió más información sobre el espionaje. Entre ella, la posibilidad de que
uno de los centros de fusión financiados por Estados Unidos a través de la
Iniciativa Mérida, que fueron creados para que funcionarios de los dos países
realizaran trabajos de inteligencia para combatir a los cárteles de la droga o
a terroristas, fuera el lugar desde donde se enviaron cientos de mensajes a
teléfonos celulares para infectarlos con programas para clonarlos y activar
remotamente su video y audio. Si esto es confirmado por Estados Unidos, hay dos
opciones: o participaron en el espionaje en México, o el espionaje fue hecho a
sus espaldas, con su dinero. Un conflicto diplomático, en el caso que
desconozcan lo que se hace en esos centros, tocaría la puerta.
A decir por las declaraciones
hechas por el Presidente el jueves pasado sobre el espionaje, es muy probable
que todas estas consideraciones fueran soslayadas por su equipo en Los Pinos,
ante la determinante línea discursiva de Peña Nieto que enseñó la ausencia de
escenarios planteados por su equipo. Se puede argumentar lo mismo en las áreas
donde debían haber trabajado las posibilidades y probabilidades de respuesta y
acción, particularmente en la Secretaría de Gobernación y la PGR. Ni hicieron
nada en público que aportara información contundente para impedir que a la
denuncia original se le fueran añadiendo pruebas de espionaje, ni tampoco
salieron sus titulares a la defensa de Peña Nieto.
Notable por su distancia del
presidente fue el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, jefe
del Gabinete y responsable de la seguridad, cuya dependencia es una de las que
adquirió Pegasus, programa que usaron para espiar, y que también compró el
Cisen, que está bajo su mando, dirigido por un incondicional, Eugenio Imaz, que
tampoco dio la cara por el presidente. Osorio Chong debió haber sido la voz del
Gobierno, pero no lo hizo. Dejó que su jefe se enfrentara solo y diera la cara
por él, a quien más protegió el presidente con sus afirmaciones de la semana
pasada. La misma actitud tuvo el Procurador General, Raúl Cervantes, cuya
dependencia tiene ese programa para combatir
criminales.
Ninguno prestó el cuerpo y
permitieron que fuera el Presidente quien peleara en la arena pública. Si
alguien tenía que quedar lastimado y dañado, ¿tenía que ser el Presidente? Por
supuesto que no. Era la última instancia; la última frontera del gobierno. La
realidad fue diferente. Dejaron a su jefe y líder peleando sólo en la línea de
fuego. Ellos, se quedaron a buen resguardo.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
Twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
Raymundo Riva Palacio/ 27/06/2017 | 01:00 AM)
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