Las artillerías políticas se
alinearon en contra del Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto tras el
informe final del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes sobre la
desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en 2014.
“Qué bueno que ya se va el
GIEI”, dijo un alto funcionario peñista sin poder ocultar la pesadilla en la
que se convirtió tener ojos encima sin la posibilidad de controlarlos o
manipularlos. Se quejaba que al pagarles 2 millones de dólares al mes por la
coadyuvancia en el caso, los expertos estaban obligados a informar sus
hallazgos y opiniones al Gobierno mexicano antes que a nadie, que podía, a su
vez, censurarlos. Es incomprensible esa postura, pero al ser una opinión dentro
del Gobierno, se entiende por qué hubo un choque frontal contra los expertos y
una descalificación sistemática a su trabajo.
El informe final del GIEI
provocó una cascada de reacciones en el mundo de los derechos humanos, donde en
forma unánime respaldaron las conclusiones del grupo y exigieron al presidente
Peña Nieto que las atendiera. “Están muy bien articulados”, observó un funcionario
federal. “Tienen a WOLA (la Oficina en Washington para América Latina), a Human
Rights Watch, a medios de comunicación y a periodistas”. El apoyo de una red
internacional que no deja de criticarlo, le duele al Gobierno, que no ha
terminado de aceptar por qué y hasta dónde llega la molestia en el mundo contra
la administración de Peña Nieto.
A muchos les pasó de largo
que un día después de que se difundiera el reporte final, el Departamento de
Estado entregó una inusual declaración por escrito a la prensa, en el mismo
sentido de lo exigido por las ONG del mundo. Menos se percataron de que el
jueves, en otra acción insólita, la representante de Estados Unidos en la ONU,
Samantha Power, emitió otra declaración escrita para pedirle al Gobierno peñista
que resolviera el crimen de Iguala. El problema del Gobierno mexicano no se
limita a lo que piensan las organizaciones defensoras de derechos humanos en el
mundo –ninguna que lo haya apoyado–, ni a los medios de comunicación.
Su problema es con el Gobierno
del presidente Barack Obama, de entrada, y otros líderes europeos, porque lo
que hasta hace unos meses era subrepticio, ahora se debate públicamente: no
creen que el presidente Peña Nieto sea capaz de establecer el estado de derecho
en México. Tampoco lo consideran capacitado para construir un país de leyes, ni
ven que su sistema de justicia pueda limpiar la corrupción y superar sus
deficiencias. La vulnerabilidad de Peña Nieto en materia de leyes es tan
grande, que dos funcionarios internacionales de segundo nivel lo han regañado
–literalmente– en reuniones de trabajo, por violaciones a leyes y
procedimientos, así como por lo que ven como falta de voluntad política.
El primero fue el primer
ministro chino, Li Keqiand, quien durante la visita de Peña Nieto a China en
noviembre de 2014, fue sacudido por la forma como canceló el proyecto del tren
rápido México-Querétaro y amenazó con llevarlo a un panel internacional sobre
comercio. “Aquel viaje fue un desastre”, admitió un diplomático mexicano. “El peor
error de todos, haber ido”. El segundo fue el vicepresidente Joe Biden en
febrero pasado, cuando alzó la voz y reclamó al Presidente el mal manejo de
políticas internas que afectaban la relación con Estados Unidos. “El Presidente
no sabía por qué le estaba reclamando”, dijo un funcionario que sabía de la
sorpresa auténtica de Peña Nieto, desinformado como en tantas cosas de lo que
habían hecho sus colaboradores, en buena parte por su desinterés en preguntar
detalles y consecuencias con algunos de sus más cercanos.
Las reacciones al informe del
GIEI son meramente la secuela de muchos meses en donde se le ha llamado la
atención al Presidente y a su Gobierno por la ausencia de un estado de derecho,
la proliferación de la corrupción y la impunidad. Las reacciones sobre
violaciones a los derechos humanos en México –reflejado en un incremento
significativo en el número de páginas en el informe anual del Departamento de
Estado sobre ese tema– en su Gobierno, es una de las vertientes de la creciente
molestia en el mundo contra él.
Las críticas en Alemania
durante un reciente viaje de Estado fueron sustentadas en las quejas de los
empresarios alemanes sobre la corrupción en México, que se ha visto como una de
las características del regreso del PRI al poder, pero sobre todo, porque ese
tipo de prácticas se han concentrado, perciben, en personas que se encuentran
dentro del círculo de Peña Nieto.
En tres años y medio el
Gobierno de Peña Nieto ha acumulado agravios que generaron presiones
internacionales. El crimen contra los normalistas de Ayotzinapa desnudó sus
deficiencias en materia legal y dio el pretexto perfecto para presionar al
Presidente y empujarlo hacia donde quieren en Washington: que acepte un modelo
de justicia trasnacional, como la Comisión Internacional contra la Impunidad en
Guatemala, un órgano independiente para apoyar a las instituciones de
procuración y administración de justicia, que produjo la detención del
presidente Otto Pérez Molina el año pasado, acusado de corrupción.
¿Quiere Washington a Peña
Nieto en la cárcel? La pregunta no tiene respuesta aún. Pero lo que
definitivamente no quieren en varias capitales del mundo, es que la ley siga de
adorno en México, como ven que hasta ahora ha sido en su Gobierno.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL”
DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 04 DE MAYO 2016)
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