Poco después de las 11 de la
noche del 26 de septiembre de 2014, el entonces gobernador de Guerrero, Ángel
Heladio Aguirre, le informó al subsecretario de Gobernación, Luis Miranda, de
una balacera en Iguala, donde había muertos, heridos y, además, que los
principales atacados eran normalistas de Ayotzinapa quienes –no pensó necesario
subrayar– tenía una larga historia de rebeldía y conflicto con las autoridades.
Miranda lo escuchó, pero a
decir de su reacción, no entendió, pues no sonó ninguna alarma. Sólo le pidió
al subsecretario que ve medios, Andrés Chao, que estuviera pendiente el sábado
porque había habido una balacera en Iguala, para ver si la mencionaba la
prensa.
El compadre del presidente
Enrique Peña Nieto se fue a dormir.
El Gobierno federal no actuó.
El Ejército y la Policía Federal interactuaron en Iguala con las acciones
criminales, pero la información tampoco fue procesada por Miranda.
¿Qué habría pasado si
responde el Gobierno federal esa misma noche?
La pregunta es retórica, pero
el hecho que no haya hecho nada, dibuja de cuerpo entero la incompetencia de un
Gobierno que, hasta hoy, presume con soberbia su capacidad.
Las consecuencias de aquello
llevaron a críticas internacionales sobre la falta de estado de derecho en
México y cuestionamientos interminables sobre la investigación del crimen en
Iguala, que finalmente rompieron el silencio dentro del Gobierno, que hoy
esboza sus diferencias y contradicciones.
Funcionarios de diversas
dependencias, frustrados, dicen que uno de los grandes problemas que ha
enfrentado el Gobierno en el crimen contra los normalistas es su falta de
cohesión interna y la forma en términos reales, no discursivos. “Lo han tratado
como si fuera un asunto de barandilla de Ministerio Público”, se quejó un funcionario
de la PGR.
“Es cierto, no se ha
trabajado como una unidad”, admitió un colaborador del presidente Peña Nieto,
quien reconoció que una parte del problema nació en la Presidencia.
Dos de las principales
críticas apuntan hacia Los Pinos y a la Secretaría de Relaciones Exteriores.
“(La canciller Claudia) Ruiz
Massieu no se quiere ensuciar las manos”, dijo un funcionario de la PGR. “Nos
enterábamos por la prensa de lo que iba a hacer el GIEI (el grupo de expertos
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos) porque nunca nos informaban
con antelación de nada”.
Que tanta falta de
comunicación se dio entre la PGR y la Secretaría de Relaciones Exteriores, sólo
el Presidente podría aclararlo, pero igualmente Peña Nieto, o se mantuvo
ausente en la presión a sus colaboradores para que trabajaran de diferente
manera, o delegó tanto que cada quien hizo lo que mejor se le acomodó a sus
intereses particulares.
Un ejemplo de que eso puede
ser lo que pasa regularmente en Los Pinos es su oficina de Comunicación Social,
a la que señalan cada vez de manera más abierta, no sólo desde la PGR sino
desde la Secretaría de Gobernación, por la creciente idea que una gran parte de
la crisis que vive el Gobierno tras las conclusiones del GIEI y las reacciones
en el mundo coincidentes en contra de la administración de Peña Nieto, tiene
que ver directamente con el mal trabajo que realizaron sus operadores de
medios.
El caso que han resaltado en
los últimos días para ilustrar cómo hay más interés en la promoción personal
que en la defensa de los intereses del Gobierno, fue la entrevista del vocero
presidencial, Eduardo Sánchez, que publicó el diario La Razón 48 horas antes de
que el GIEI diera a conocer su informe final sobre el caso Ayotzinapa.
La entrevista fue de alta
promoción de Sánchez, quien posó para una fotografía que tuvo una exposición
sobresaliente en su primera plana, sin tener la sensibilidad de que La Razón es
el periódico al que organizaciones de derechos humanos y medios de comunicación
en el mundo responsabilizan de encabezar la campaña de desprestigio
gubernamental en contra del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes
o GIEI.
“Sánchez debió haber estado
más atento en cómo enfrentar la crítica que se venía que en promoverse de esa
manera”, dijo molesto un funcionario en el área política del Gabinete.
Pero el vocero presidencial
está lejos de ser el único cuestionado.
Funcionarios en el Gabinete
de Seguridad Nacional han mostrado descontento por la forma como varios
subsecretarios de Gobernación han enredado la relación con los padres de los
normalistas y sus abogados a lo largo del tiempo.
En un principio se quejaban
de las promesas imposibles que hacía Miranda –como el que les abrirían las
puertas del cuartel del Batallón 27º de Infantería– y posteriormente por
compromisos que ha hecho el subsecretario de Derechos Humanos, Roberto Campa,
que tampoco pueden ser cumplidos, con lo que las contradicciones dentro del
Gobierno minan sistemáticamente su posición.
El crujir de los maderos en
los altos niveles del Gobierno no parece ser escuchado por el presidente Peña
Nieto, quien a decir de sus discursos, piensa más en que no lo entienden los
mexicanos, y mucho menos aún los medios de comunicación, que en reconocer que
algo está mal en el Olimpo de su administración.
Peña Nieto sufre, se puede
argumentar, de lo que se llama en Teoría de Juegos El Paradigma de la Rana, un
ejercicio biológico donde una rana se cuece gradualmente mientras nada, sin
darse cuenta de que está muriendo hasta que ya es muy tarde para evitarlo.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL” DE RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 04 DE MAYO 2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario