A finales de 2014, Bastian
Obermayer, reportero del Süddeutsche Zeitung, el diario de Munich que tiene el
mayor número de suscripciones en Alemania, fue contactado por una fuente
anónima a través de un chat encriptado, para ofrecerle información que buscaba
“hacer crímenes públicos”. La condición era que nunca buscara conocerlo.
Obermayer, según una reconstrucción en Wired sobre cómo comenzó la filtración
más grande en la historia del periodismo, aceptó los términos y recibió casi
cinco millones de correos electrónicos, tres millones de expedientes de bases de
datos y más de dos millones de PDFs del bufete panameño Mossack Fonseca que,
según los documentos, creaba empresas fiscalmente blindadas para que sus
clientes pudieran esconder sus activos. Esto es lo que se conocen hoy como “Los
Papeles de Panamá”, que ha causado revuelo mundial.
Las reacciones han sido
múltiples, pero la más directa salió del Kremlin. Un vocero del Gobierno ruso
dijo que la filtración que personas cercanas al Presidente Vladimir Putin
habían escondido dos mil millones de dólares, con el propósito de
desacreditarlo, provenía de la CIA y el Departamento de Estado. Las conciencias
no están tranquilas, pero es imposible desvincularlas de la protección del
Gobierno ruso a Edward Snowden, quien divulgó el espionaje masivo en el mundo
de la Agencia de Seguridad Nacional, que son el golpe político más severo que
haya recibido el Gobierno de Estados Unidos.
¿Qué hay detrás de “Los
Papeles de Panamá”? Indiscutiblemente un gran trabajo de investigación
periodística de un sindicato de más de 100 medios en 76 países que voltearon de
cabeza a 140 personajes de la vida pública y privada. Pero también, como
hipótesis de trabajo, un trasfondo geopolítico. Dentro de esta línea de
pensamiento -porque hasta ahora todo es circunstancial- se puede ubicar a México
y Centroamérica. Hay un vaso comunicante en la región con Rusia: China. Los dos
países iniciaron hace poco más de un lustro una estrategia de expansión en
América Latina, y últimamente se ha enfocado en el financiamiento del Canal de
Nicaragua, un proyecto de 40 mil millones de dólares que concesionó el Gobierno
de Daniel Ortega -cercano a Moscú- a China por 50 años, que uniría por mar y
tierra a los océanos Pacífico y Atlántico, y tendría ferrocarril, oleoductos y
dos aeropuertos, que aplastaría la infraestructura del Canal de Panamá.
El Canal de Nicaragua
convertiría en realidad un viejo sueño americano que lo pensó originalmente en
el Istmo de Tehuantepec. Estados Unidos acariciaba desde finales del Siglo 19
controlar esa ruta y estuvo dispuesto a pagar 15 millones de dólares por la
tierra entre los puertos de Salina Cruz y Coatzacoalcos. Casi 80 años después,
el Presidente José López Portillo impulsó el Proyecto Alfa-Omega que los
conectaría, pero nunca se inició la construcción del nuevo canal. En el
Gobierno de Vicente Fox hubo otro intento, pero varios gobiernos en el sur se
opusieron porque, alegaron, de abrirse esa ruta marítima, el País quedaría
partido, y los estados más pobres para siempre condenados al abandono.
Nicaragua fue la alternativa
a Panamá, pero no bajo control estadounidense sino chino y con capitales rusos,
prometidos por Putin a Ortega junto con armas y equipo militar para proteger la
obra. Putin fue uno de los principales objetivos de la filtración de evasión
fiscal, pero estuvo acompañado. Deng Jiagui, cuñado del Presidente de China, Xi
Jinping, y varios miembros de su familia fueron señalados de haber establecido
empresas en paraísos fiscales vía Panamá, donde se han establecido los
apalancamientos financieros para el Canal de Nicaragua, que ha sido visto
negativamente por Estados Unidos, que ha venido reaccionando ante la expansión
china y la creciente presencia rusa en la región.
Una expresión de su respuesta
fue en México, los únicos tres proyectos multimillonarios que no han podido
cuajar en el Gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto por las presiones de
Washington, fueron el macro desarrollo turístico y de infraestructura en Cabo
Pulmo, Baja California Sur; el megacentro comercial Dragon Mart en Cancún; y el
tren rápido México-Querétaro, donde el dueño de la constructora Higa, Juan
Armando Hinojosa, muy cercano al Presidente, armó un grupo con empresas chinas,
para construirlo. Hinojosa, de los mexicanos mencionados en la investigación,
es a quien más atención pusieron.
En un artículo publicado en
la edición de invierno en la revista Americas Quarterly en diciembre de 2015
sobre el declive del poder de Estados Unidos, la experta en la Guerra Fría,
Diana Villiers Negroponte, esposa del influyente ex embajador John Negroponte, alertó
sobre la presencia china y rusa en la región. “Diseñar sanciones
estadounidenses sobre la banca rusa hará que las instituciones financieras en
Sur y Centro América duden de entrar en inversiones conjuntas con bancos rusos
por temor de ser sujetas a penalidades del Departamento del Tesoro”, sugirió.
En el caso de China y el Canal de Nicaragua, afirmó: “Hacerle sombra al Canal
de Panamá que construyó Estados Unidos, desafiaría significativamente la
hegemonía estadounidense en Latinoamérica. También le darían a China una base
militar de facto muy cerca de Estados Unidos”.
Eso no lo pueden permitir. El
escándalo sobre inversiones en paraísos fiscales para evadir impuestos
beneficia a Estados Unidos, al ser puestos sus rivales a la defensiva y poner a
pensar a sus potenciales aliados. Esto, claro, dentro de una hipótesis de
trabajo sobre la guerra por el control regional, que puede no ser bélico, pero
sigue siendo muy violento.
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
Raymundo Riva Palacio/06/04/2016 | 04:00 AM)
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