Se
construyeron para trasladar metales preciosos y realizar fugas, principalmente
En
los comentarios del colectivo popular, de cuando en cuando se comenta sobre la
misteriosa existencia de túneles subterráneos que cruzan, supuestamente, por
algunas calles de nuestra ciudad. Se dice que el túnel principal va paralelo al
malecón sur oriente, y que el primer edificio conectado fue, curiosamente, por
no decir sospechosamente, la cárcel del Estado, sí, la que fue edificada por
órdenes de don Porfirio Díaz a finales del siglo XIX, y duró hasta que fue
demolida para construir Difocur, a principio de los 70.
De
ese punto que se ubica en la esquina de las calles Ruperto Paliza y Rafael
Buelna se desprendía el túnel, como si fuera una anaconda, no es difícil
imaginarla reptando de la Catedral a La Casa de Moneda, al Santuario del
Sagrado Corazón de Jesús y de éste a la mansión donde residía el gobernador
Cañedo, hoy Casa de Cultura de la UAS.
La
única prueba de tales especulaciones se aprecia en breves espacios de la calle
que colinda con el río Tamazula, allá, en la zona del Barrio. Incluso, en el
predio La Divisa está a la vista una boca del túnel, que en mis andanzas
juveniles se extendía por la orilla de la rivera del Tamazula, entre espesa
vegetación, árboles inmensos con lianas y flora colgante, pájaros, iguanas,
víboras, que alguna vez imaginé en los cuentos de Quiroga. Esto fue en los años
50 y 60, obvio, del siglo XX.
El
túnel tenía respiraderos cada 50 metros; por ahí entrábamos, a la altura del
restaurante Chic’s; animados por el jefe de la pandilla, el Nandon, le
seguíamos el Chunguis, el Gato, Chilolo, el Chúpale y yo. En la oscuridad
tropezábamos con hierbajos, alimañas diversas y parvadas de murciélagos que nos
mordían y orinaban. Pero nada nos detenía, avanzábamos azuzados por la machista
frase del jefe: ¡es vieja el que se raje! Seguíamos con espíritu valiente,
amparados por la inocencia anidada en la ignorancia.
Recuerdo
la humedad y un olor nauseabundo que cambiaba a medida de nuestro avance; a
veces de carne putrefacta, más allá, agua encharcada, raíces y mangos pasados
que entraban por los respiraderos, que también nos surtían de aire fresco y luz
tranquilizadora a cada cincuenta metros.
La
redondez de las paredes del túnel son de un perfecto ademe, hecho de ladrillo
de 10X20X40, el ancho en su parte media es de aproximadamente 1.80 y la altura
igual. Sí puede andar un burro cargado con costales repletos de barras de oro y
plata, u otros enseres, como pueden ser armas, por ejemplo. Y lo pongo en
tiempo presente porque estimo que tal prueba aún se puede hacer, ahí está
todavía esa parte del túnel (que va del Barrio a la Divisa).
Pero
¿qué motivó la construcción de esos túneles? El siguiente relato que aparece en
la página 35 del libro Un rostro de la modernidad y el progreso en Culiacán,
del historiador Sergio Uzárraga Acosta, nos da una idea.
Leamos:
“El día 6 de febrero de 1543, llegó a la Villa de San Miguel de Culiacán, el
ejército de Francisco Vázquez de Coronado. Los 14 vecinos que ahí vivían
salieron a recibirlos y con gusto les dieron alojamiento, y los atendieron lo
mejor que pudieron. Luego el Alcalde don Melchor Díaz, les pidió que informaran
al rey, —no dice quién era—, que urgía mandara más vecinos para fortalecer el
lugar, pues vivían inseguros a causa de la rebeldía de los Indígenas. He aquí
el motivo para fabricar un túnel: el miedo por la falta de seguridad.
Aquellos
14 vecinos eran españoles residentes desde la fundación de Culiacán, el 29 de
septiembre de 1531. Ellos se dieron a la tarea de explotar todos los recursos
naturales de nuestro entorno, de manera muy especial: los minerales, plata y
oro principalmente. Pero también se preocuparon por incrementar la población, y
con ello el progreso.
La
invasión francesa en 1864, derrotada el 22 de diciembre por el General Antonio
Rosales, provocó una tremenda desbandada y cientos de aquellos invasores
huyeron a diversos puntos del Estado. Estos franceses, aunados a la raza
española, dieron por resultado un mestizaje enriquecido; en suma: un sinaloense
dinámico, creativo y emprendedor. Por eso han ocurridos cosas extraordinarias,
como es el caso de la primera Casa de Moneda —1846—; es normal suponer que las
barras de plata y oro que llegaban de los minerales de Cosalá, El Rosario y
otros lugares, se movieran por aquellos túneles; y seguro es que también
sirvieron para que los señores del gobierno, la iglesia o cualquier otra
cofradía poderosa, huyeran de los peligros que a veces suele amenazarlos.
Al
hablar de túneles, no puedo descartar referirme al más famoso promotor de
estos. Los ha construido a lo largo de la frontera México—Estados Unidos para
usarlos en sus trasiegos de exportación; aquí en nuestra ciudad para
protegerse; pero el de mil 500 metros de largo fue para sorprender al mundo con
el golpe más espectacular: ¡huir de la cárcel más calificada en seguridad del
hemisferio latinoamericano!
El
Chapo sinaloense, es posible que busque un encuentro con el Chapo Mexiquense,
sí, me refiero a ese que se considera presidente de México. Es posible que
provoque “una reunión cumbre” acompañados de Rafa y Chon, sus respectivos
asesores para negociar la legalización, al menos, de la siembra e
industrialización de la marihuana y la adormidera, porque como dijo Jorge
Castañeda, y tiene razón: sería un gran paso de Sinaloa para bajar los índices
de violencia en esta región. Pero además, surgirían hartos recursos para
promover túneles; Culiacán requiere muchos más, y no estaría mal uno bajo las
aguas del mar del Golfo de Cortés, para unir a Altata con La Playita de San
José del Cabo. Digo; soñar no cuesta nada.
¿Cómo
la ves Morrín?
leonidasalfarobedolla.com
(RIODOCE/ Leónidas Alfaro / 26 julio, 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario