Antes
que Joaquín El Chapo Guzmán Loera existió otro prominente “enemigo público
número uno”, irónicamente etiquetado de esta manera por Arturo El Negro Durazo
–quizá el mayor “enemigo público número uno” de la época– cuando trabajaba para
Carlos Hank González, el patriarca del Grupo Atlacomulco, el mismo del que
desciende el Presidente Enrique Peña Nieto, quien se ha dicho orgulloso de esa
ascendencia.
Alfredo
Ríos Galeana, ex militar y ex policía, es criatura de Hank y que en su entidad,
el Estado de México, se forjó como forajido y formador de asaltantes bancarios
y secuestradores.
Preso
tres veces, se fugó de la cárcel en dos ocasiones, como El Chapo. Pero su
tercer escape es, quizá, el más asombroso.
Apodado
El Feyo, es un hombrón de caso dos metros de estatura que vive en la prisión de
máxima seguridad del Altiplano, el mismo reclusorio construido en el Estado de
México del que escapó El Chapo, nuevamente “el enemigo público número uno”.
Alfredo
Ríos Galeana, el “enemigo público número uno”. Foto: Cuartoscuro
Ciudad
de México, 27 de julio (SinEmbargo).– Pocos días antes de la Navidad de 1981,
alguien desde afuera de la cárcel de Pachuca, pasó un mástil de siete metros
para antena de televisión relleno de cemento.
El
aire frío cortaba las manos de los hombres que corrieron hacia la barda del
patio y se arrastraron hasta el punto convenido. Los rizos del líder se
ondulaban en la carrera.
Los
cómplices apoyaron la pértiga en el muro norte del reclusorio y por ahí
escalaron Alfredo Ríos Galeana y dos de sus socios, todos acusados de homicidio,
decenas de robos, asociación delictuosa, daño en propiedad ajena, lesiones,
amenazas, injurias, golpes, acopio de armas prohibidas, asaltos bancarios…
Quedó
atrás, presa, Yadira Berber Ocampo, pareja de Ríos Galeana señalada como su
cómplice.
“El
Enemigo Público Número Uno” estaba, otra vez, libre.
Ríos
Galeana contrajo su 1.90 metros de estatura y giró la cabeza de un lado al
otro. Nada, sólo la maleza reseca y ondulada por el viento.
–Un
arma –exigió Ríos Galeana a los hombres que lo habían ayudado con el escape.
No
existen datos de cuánto costó la lealtad de los dos tipos pues, al final, no
les pagó con plata. En los documentos tampoco está claro si, en ese preciso
momento, los cómplices de los reos vestían su uniforme de custodios del penal.
Uno
de los guardias alcanzó un revólver y la manaza del ladrón abrazó el fierro.
Levantó el brazo hacia el carcelero.
¡PUM!
El
primer guardia cayó al suelo. Antes de que el segundo de ellos alcanzara a
protestar, le hizo compañía en la dorada y helada hierba de Hidalgo, estado que
tenía entre sus diputados federales al priista José Murillo Karam, el mismo
abogado que, convertido en Procurador General de la República, negaría la
extradición de Joaquín Guzmán.
Perpetuos
ladrones y recién refrendados asesinos, Ríos Galeana y los suyos siguieron su
camino.
La
policía fue tras una amante del Feyo en Tepeji del Río, Juana Sánchez. La mujer
reconoció que el ladrón había pasado por su casa en la mañana, pero, como si
presintiera la tormenta, se fue casi de inmediato.
No
sólo varios guardias de seguridad estaban en la bolsa del asesino, ladrón y
cantante. Agustín Hernández, juez 2 de lo penal en el estado de Hidalgo,
recibió dinero suyo para no ejecutar una solicitud de exhorto girada por la
Procuraduría General de Justicia del Estado de México.
Además
trabajaba con el agente de la Policía Judicial Federal (PJF), una de las muchas
policías mexicanas desaparecidas por insalvables en su colusión con
narcotraficantes, incluido el Chapo Guzmán.
Ríos
Galeana, detenido en Estados Unidos y extraditado a México en julio de
2005. Foto: Cuartoscuro
***
Alfredo,
hijo de Sabino Ríos y María Damiana Galeana, afrodescendientes, nació en Arenal
de Álvarez, Guerrero, el 28 de octubre de 1950.
Un
año después, Sabino murió y María arrastró a su hijo único y su miseria
absoluta a la Ciudad de México. La mujer se hizo costurera y el niño creció
hasta medir un metro 90 centímetros. La nariz, la boca y los cabellos se le
engrosaron al grado que sólo le cupo un apodo: El Feyo.
En
1969, bajo las insignias de sargento segundo de la Brigada de Fusileros
Paracaidistas —Fuerzas Especiales Aeromóviles, precedentes de Los Gafes y, en
consecuencia, de Los Zetas— del Ejército mexicano, Alfredo Ríos Galeana recomendó
a su sobrino Evaristo Galeana Godoy El Tito para que ingresara como policía
militar. En 1972 El Tito causó alta en el Segundo Batallón de Radiopatrullas
del Estado de México (Barapem), creado por el entonces gobernador Carlos Hank
González —y desaparecido pocos años después por resultar demasiado corrupto en
una época definida por la corrupción—, al tiempo que el sargento Ríos Galeana
utilizaba sus blasones para robar automóviles.
La
banda era pequeña, compuesta por otros dos o tres militares de bajo rango que
bebían ron y brandy en las cantinas de El Molinito, colonia popular de
Naucalpan, Estado de México, invadida por prostitutas, travestis y vendedores
de droga visitados por la soldadesca del Campo Militar Número Uno.
En
las cervecerías de El Molinito, Ríos Galeana, El Tito y los suyos planearon el
robo de 15 autos en las colonias Polanco, Lomas de Chapultepec y Las Águilas
que, como referencia, sería sitio de residencia del futuro Presidente Felipe
Calderón.
Los
militares revendían los autos en el estado de Guerrero, entonces tomado por el
Ejército, la Policía Judicial Federal y la Dirección Federal de Seguridad (DFS)
en la guerra sucia emprendida contra la guerrilla y disidentes comunistas.
Los
ladrones tuvieron el poco tacto de hurtar el automóvil de alguna familia con
influencia y el gobierno mexicano decidió rendir resultados con la presentación
de los ladrones.
En
octubre de 1974, Ríos Galeana fue detenido por el Servicio Secreto del Distrito
Federal, uno de los primeros servicios de inteligencia en México, y consignado
por robo, asociación delictuosa y portación de arma de fuego.
Fue
preso en la vieja cárcel de Lecumberri y luego trasladado al Reclusorio
Oriente. Obtuvo su libertad el 4 de diciembre de 1976 y, como si los
antecedentes penales se hubieran esfumado de su historial —se dice que medió
pacto con el Servicio Secreto—, Ríos Galena obtuvo la comandancia de la policía
de Santa Ana Jilotzingo, Estado de México.
Instalado
ahí, ofreció a su sobrino Tito el puesto de subcomandante. Pronto rearmaron la
banda de ladrones y evolucionaron al asalto bancario.
El
Feyo se convirtió en 1978 en patrullero del Segundo Barapem en el Estado de
México, al que luego comandó. La fuerza fue integrada pocos años atrás por
Carlos Hank González, Gobernador del Estado de México entre 1969 y 1975,
patriarca del Grupo Atlacomulco a quien su sucesor Arturo Montiel Rojas levantó
una estatua monumental en el Paseo Tollocan de Toluca.
Oficialmente,
el Barapem fue creado como modelo de unificación policíaca y extraoficialmente
como aparato de persecución política ante la expansión de las guerrillas en los
años setenta.
En
realidad funcionó como una estructura para controlar –no desaparecer, sino
organizar– al creciente crimen en el Estado de México. Si alguien robaba, debía
ser con el consentimiento de la policía y participar de lo robado a ésta. El
esquema alcanzaría su cúspide en el Distrito Federal bajo las órdenes de Arturo
Durazo Moreno y durante la regencia de Hank González, cuya herencia política
sería reivindicada con honores por Enrique Peña Nieto.
Desde
esta posición de ventaja, Ríos Galeana vigilaba los bancos mexiquenses sin
causar sospecha, diseñaba sus robos y dirigía a ladrones y policías (Ríos
Galeana se convirtió en la síntesis más acabada de ambos).
El
Feyo amaba los autos y volaba en un Valiant Super Bee. Para entonces se le
contaban al menos 21 atracos principalmente en los estados de Hidalgo, Puebla y
México. El Gobierno mexicano optó por ir en su caza nuevamente.
La
banda crecía. Julio Cervantes Sánchez, otro de sus socios, entró en 1974 al
Segundo Batallón de la Policía Militar con base en el Campo Militar Número Uno
y luego fue enviado a la Sección de Policía Militar del Heroico Colegio
Militar. Allí permaneció hasta 1983, cuando fue detenido en Cortázar,
Guanajuato.
Cervantes,
quien daría datos importantes del Feyo, participó con Ríos Galeana, entonces
parapetado en el nombre de Luis Fernando Berber, en 32 asaltos a bancos,
tiendas de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo*),
supermercados, casas particulares, tiendas de ropa y oficinas de gobierno.
El
26 de agosto de 1979, la DFS tuvo conocimiento “confidencial” de que Ríos
Galeana vivía escondido en Jilotzingo, Estado de México, en la casa del ex
presidente municipal Víctor Aceves Rojas. Éste, como alcalde en funciones,
ordenó a Ríos Galeana asesinar a dos hombres. Y el 26 de agosto de 1979 dio
avisó a la DFS de que Ríos Galeana estaría en un palenque de feria.
No
como espectador.
Ríos
Galeana, ex paracaidista militar, ex policía, ladrón, líder, bígamo y asesino,
también era cantante. Se hizo llamar El Charro del Misterio, y de sí mismo dijo
tener “la voz que canta al corazón”.
El
hombrón, con la papada replegada, hacía pucheros y entristecía los ojos para
cantar, como es debido, las canciones de Javier Solís.
En
un cofre de vulgar hipocresía ante la gente oculto mi derrota payaso con careta
de alegría, pero tengo por dentro el alma rota.
[…]
Payaso, soy un triste payaso que oculto mi
fracaso con risas y alegría que me llenan de espanto.
Hombre
costeño, Ríos Galeana hablaba con acento del norte y al cantar domaba ese potro
que normalmente lo hacía tartamudear.
Cantaba
en ferias pueblerinas y en cantinas de la ciudad. Una fue La Taberna del Greco,
en la avenida Juárez, frente al Hotel del Prado.
Sus
amores también fueron del ambiente e incluyeron una mujer que trabajaba en el
restaurante Los Tres Caballos, cerca de la esquina de Tlalpan y Taxqueña.
Algunos vasos grabados con el nombre de ese lugar se encontraron junto con
varias botellas de coñac, la bebida favorita del Feyo, en la primera casa que
le ubicó la policía en la colonia San Pedro de los Pinos.
La
policía estaba cerca y prometía resultados. Entonces, como ahora y desde
siempre, los encargados de su captura proferían las frases para subrayar su
pundonor persecutorio: “Hasta las últimas consecuencias”, “gústele a quien le
guste y pésele a quien le pese”, “nadie por encima de la ley”, “México es un
país de leyes en que impera el Estado de Derecho”.
El
Feyo, un experto en escapar de manos de la justicia. Foto: Cuartoscuro
***
El
Feyo era galante y caballeroso. En el robo de un banco en Ixtapaluca, al
oriente del Estado de México, había una mujer embarazada en la fila, congelada
por el susto. Cuando Ríos Galeana tuvo el dinero de la bóveda, tomó un fajo y
se lo dio a la mujer. Advirtió al cajero: “¡Si se lo quitas, vengo y te parto
tu madre!”.
En
1981, en un gesto de humor absolutamente involuntario, Arturo El Negro Durazo
Moreno designó a Ríos Galeana, especie de John Dillinger a la mexicana, como el
“enemigo público número uno” del país.
Ordenó
su persecución a la División de Investigaciones para la Prevención de la
Delincuencia (DIPD) bajo el mando del coronel Francisco Sahagún Baca,
torturador y miembro de la Brigada Blanca, cuerpo persecutor de la disidencia
política. Se envió la filiación del ladrón a todas las policías del país. Un
perfil de viso psicológico elaborado por la Dirección Federal de Seguridad del
Feyo lo describe:
“Es
temerario. Amedrenta fácilmente y confía en lograrlo. Nunca demuestra miedo. En
los asaltos, en ocasiones, no saca su arma. Permanece mucho tiempo en las
oficinas asaltadas, que generalmente regresa a asaltar. Es vanidoso y ególatra.
Demuestra mucha seguridad en sí mismo y en su grupo. Se siente protegido por
las autoridades. Es vengativo y galán. Impacta al personal femenino. Es
criminal y sanguinario. Mata por placer. En infinidad de enfrentamientos con
las autoridades ha matado muchos policías y no le importa que maten a sus
compinches. Es frío y calculador, mientras no se le provoque es pacífico.
Cuando se le provoca o se le entorpece mata, destruye”.
A
fines de agosto de 1981, Sahagún Baca logró la captura de Ríos Galeana y otros
cuatro miembros de la banda. Los ladrones fueron entregados a las autoridades
de Hidalgo, estado también golpeado por la pandilla y donde, según los propios
funcionarios, gozaban de más protección policiaca.
Fueron
presos en la cárcel de Pachuca. El 19 de diciembre de 1981, alguien desde
afuera de la cárcel pasó un mástil de siete metros para antena de televisión
relleno de cemento. Apoyaron la pértiga en el muro norte del reclusorio y por
ahí escalaron Ríos Galeana, Eduardo Rosey Lara y Leonardo Montiel Ruiz El León,
acusados de homicidio, robo, asociación delictuosa, daño en propiedad ajena,
lesiones, amenazas, injurias, golpes, acopio de armas prohibidas, asaltos
bancarios y otros. Quedó atrás, presa, Yadira Berber Ocampo, pareja de Ríos
Galeana señalada como su cómplice. Después asesinaron a los dos custodios que
los habían ayudado en el escape. La policía fue tras una amante del Feyo en
Tepeji del Río, Juana Sánchez. La mujer reconoció que el ladrón había pasado
por su casa en la mañana, pero, como si presintiera la tormenta, se fue casi de
inmediato.
No
sólo varios guardias de seguridad estaban en la bolsa del asesino, ladrón y
cantante. Agustín Hernández, juez 2 de lo penal en el estado de Hidalgo,
recibió dinero suyo para no ejecutar una solicitud de exhorto girada por la
Procuraduría General de Justicia del Estado de México. Además trabajaba con el
agente de la Policía Judicial Federal (PJF) —ya también desaparecida por
insalvable— Ricardo Campos Ayala.
Se
refugiaron con Silvano Garza Dávila en un edificio de la colonia Panamericana,
al oriente del Distrito Federal. Recibieron armas, dinero y planearon los
siguientes asaltos.
Algunas
sucursales, como la del Banco Continental de Tlalnepantla, Estado de México, y
de Banamex en Tepeapulco, Hidalgo, fueron visitadas en tres ocasiones. Las
autoridades calcularon que el monto robado, sólo a Banamex —entonces propiedad
del gobierno, como toda la banca mexicana— rebasaba los 50 millones de pesos, y
que la banda la conformaban de 15 a 20 personas.
La
hermana de un policía reportó que fue “contratada” por la DFS para asistir,
cerca de Zempoala, Hidalgo, a una reunión en la hacienda de un militar no
identificado. En el sitio la mujer reconoció a Ríos Galeana y su banda. Jugaban
póker y apostaban con puños de dinero. La mujer elaboró un croquis para llegar
al sitio. Otra vez el general Arturo Durazo estuvo a pocos metros del sargento
desertor Ríos Galeana. Pero se le escurrió. Luego, la DFS supo que Ríos Galeana
vivía con una prima o hermana de alguno de sus lugartenientes, posiblemente el
León o Mateo Ugalde Ruiz. Tampoco. El Feyo también era adivino y escapista.
En
el asalto al banco de El Oro, Estado de México, los bandidos encerraron en la
bóveda a los clientes y al personal. Uno de los empleados tenía una navaja de
bolsillo y el gerente logró desarmar las perillas de combinación dentro de la
bóveda. En 30 minutos todos habrían muerto por asfixia. En la Comisión Nacional
de Fomento Minero, una oficina de gobierno, Ríos Galeana mató a cuatro policías después de emborracharse
con ellos. A todos dio tiro de gracia.
En
1982, la Federal de Seguridad tenía la certeza de que Ríos Galeana operaba con
protección de las autoridades de Hidalgo:
“En
los asaltos anteriores a 1982, Alfredo Ríos Galeana se mostraba violento y
sanguinario. Se le comprobaron más de 16 muertos entre policías y civiles. A
partir de enero de 1982, Ríos Galeana ha cambiado totalmente su forma de
operar, ya que se volvió más consecuente y más cínico. Por su estatura y
complexión se siente dueño de la situación. Sólo amenaza una vez y guarda su arma.
Se hace acompañar de Leonardo Montiel Ruiz y Eduardo Rosey Lira. También forma
parte del grupo Mateo Ugalde Ruiz, de quien se sabe es un gatillero y funge
como muro de contención. Este sujeto quiso pertenecer a la policía judicial de
Hidalgo, pero fue rechazado”.
El
1 de abril de 1982, Ríos Galeana asaltó la sucursal Tepeapulco y se llevó un
millón 44 mil 275 pesos. Pero el dinero no fue suyo. Entre los billetes había
fajillas trampa que explotaron y esparcieron gas lacrimógeno y tinta roja que
inutilizó los billetes. Con la cara convertida en una máscara de lágrimas y
mocos, los ladrones huyeron. Regresaron el 8 de julio de ese mismo año. Se
llevaron un millón 548 mil pesos, esta vez limpios.
A
principios de 1982, Ríos Galeana obtuvo una cita con el cirujano plástico
Ignacio Arámbura Álvarez. El ladrón fue al consultorio de la calle Tuxpan
número 46, despacho 204, en la colonia Roma. En mayo ya tenía nueva nariz. Un
año después el mismo médico adelgazó sus labios. Continuó el tratamiento con
masajes de ultrasonido en la boca en el Hospital Metropolitano. Pagó 100 mil
pesos por ambas operaciones. Remató la mudanza con permanente en el cabello.
Entonces se fotografió para hacer la portada de su disco en el que se llamó
Alfredo del Río. No huía del “enemigo público número uno”: escapaba del Feyo.
En
diciembre de 1983 fueron detenidos El León, Eduardo Rosey Lira, Ismael Jacinto
Dávila, Alberto Juárez Montes, Lauro Rodríguez Velázquez y Francisco Vera
Montiel.
Ríos
Galeana se tomó un descanso hasta que sus socios se fugaron en octubre de 1984.
Leonardo Montiel estaba urgido de trabajo. Tenía un buen plan, presumió con su
mirada de reptil prehistórico: el asalto al Banco de Cédulas Hipotecarias. La
fuga había enriquecido a la banda y sumó a los fugitivos Gilberto Ornelas
García y Salvador Ornelas Rojas el Pariente. También se integró Jaime Maldonado
García El Jimmy, que no era un ladrón, sino un custodio que apoyó la fuga.
“Los
maleantes que desean pertenecer a la banda de Ríos Galeana son seleccionados
minuciosamente por él, exigiéndoles que reúnan determinadas características y
una misma ideología, como son las de representar una actitud temeraria y
agresiva, con antecedentes penales y de cierta peligrosidad, independientemente
de ser astutos e inteligentes. Leonardo Montiel Ruiz es el más agresivo del
grupo”.
El
8 de noviembre de 1984, entraron a las oficinas administrativas del diario
Excélsior. Amarraron a los empleados y los tendieron sobre el piso bocabajo. Se
llevaron 35 millones de pesos de la empresa y varios objetos de los
trabajadores.
No
sólo les gustaba el dinero.
Una
semana después asaltaron la compañía electrónica Clarión. Se llevaron 481
autoestéreos con valor de nueve millones de pesos y 1.7 millones de pesos en
efectivo de la caja fuerte.
El
método también era flexible.
Ríos
Galeana tocó la puerta del banco de Cédulas Hipotecarias, el sitio propuesto
por Montiel y, cuando el guardia abrió, lo desarmó y amagó. Preguntó por las
llaves de la bóveda y sobre la manera de desactivar la alarma. El policía no
sabía. Le ató las manos y lo llevó al interior de las oficinas para que le
mostrara el sistema de alerta, pero no pudieron desactivarla. Bajo el escándalo
de la sirena hicieron un boquete en la pared de 50 centímetros por 40
centímetros con esmeriladora, martillo y cincel. Montiel Ruiz y Ríos Galeana
entraron por el agujero. En el interior, cortaron las bisagras de la caja
fuerte con esmeriladora y con una barra de hierro hicieron palanca.
Desprendieron la puerta 25 centímetros y en este espacio introdujeron un gato
de tijera con el que desprendieron la puerta. Sacaron 236 millones de pesos en
las mismas bolsas del banco.
Alfredo
Ríos Galeana también se llamó Luis Fernando Gutiérrez Martínez, según el
reluciente título de su casa con su fotografía que lo acreditaba como ingeniero
civil egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana. Lo compró en 100 mil
pesos a principios de la década de 1980 en Puebla. Cursó parte de esa
ingeniería y usó el título para justificar su dinero. Su otro seudónimo
conocido fue Fernando Berber. Y con ambos nombres falsos se casó por el civil y
por la Iglesia.
El
18 de enero de 1985, la policía detuvo nuevamente al León. Confesó la serie de
asaltos, el nombre de sus cómplices y la ubicación del cuartel general, en la
calle de Enrique Rébsamen. Ahí arrestaron a Jacinto Garza Dávila, Eduardo Rosey
Lira y Gustavo Alberto Juárez Montes. Admitieron haber participado en varios
asaltos a bancos, residencias de Puebla, Ferrocarriles Nacionales en Pantaco,
así como al Centro de Desarrollo del Ambiente y Ecología, donde dieron muerte a
un policía, hirieron a otro y lesionaron a una empleada.
Ríos
Galeana cayó al poco tiempo. En su captura participó el policía judicial
federal Miguel Silva Caballero El Chicochangote, quien años después sería
involucrado en el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo durante una
reyerta entre pistoleros de los hermanos Arellano Félix y del Chapo Guzmán.
El
Negro Durazo no participó en el arresto de “el enemigo público número uno”. El
ex policía y ex general —por designación de su amigo José López Portillo—
estaba preso también.
En
1985, al Feyo se le seguían dos procesos por asociación delictuosa, seis por
robo calificado, lesiones contra agentes de la autoridad, daño en propiedad
ajena, tres homicidios calificados, disparo de arma de fuego, disparo de arma
de fuego contra agentes de la autoridad, lesiones calificadas y evasión de
presos.
No
por mucho tiempo.
El
22 de noviembre de 1986, Ríos Galeana caminó por los túneles oscuros habitados
en esos días por prostitutas y vendedores de drogas que comunican el Reclusorio
Sur con sus juzgados penales. El reo llegó a la rejilla de prácticas del juez
33. Por el otro lado, el de la calle, llegaron seis hombres y una mujer
ESPERARON AL FEYO.
Cuando
Ríos Galeana apareció, El Marino sacó una granada —le encantaban las granadas—,
mordió la espoleta y arrojó la piña hacia el muro. Ríos Galeana comprimió su
metro 90 centímetros de estatura y sintió la lluvia de piedras y polvo
alrededor.
Cuando
la neblina se disipó, El Charro del Misterio había desaparecido.
Al
poco tiempo volvería a la prisión, pero sólo afuera de ésta. Rescató al Marino
durante un traslado del Reclusorio Norte al Oriente. En el ataque a la
camioneta aparecieron nuevos rostros, nuevos gatillos. Uno fue Juan Carlos Díaz
Hernández El Jarocho, compadre y socio de Héctor Peralta Vázquez El Papis,
pistoleros de los secuestradores Andrés Caletri y Marcos Tinoco Gancedo El
Coronel.
Tras
el rescate del Marino, el camino de Ríos Galeana tomó otra dirección
En
el Lago de Guadalupe, Cuautitlán Izcalli, Estado de México, el ladrón fue
rebautizado al cristianismo y se hizo llamar Arturo Montoya.
Volvió
a cantar. Ya no a las mujeres, sino a Jesucristo. Vivía de administrar dos
autobuses. Se hizo predicador, hablaba de la fidelidad matrimonial, forjó
congregaciones de cristianos, se enlodó los zapatos para llevar a donde fuera
la palabra del Señor.
A
mediados de 1992, la sombra de Alfredo tocó la aureola de Arturo. El diario La
Prensa recordó que el bandido andaba por ahí, impune.
Escapó
a Estados Unidos.
Vistió
de charro otra vez. No era más el Charro del Misterio. Era un mariachi de Dios
y, de cierta manera, un escapista del crimen, un tránsfuga de sí mismo.
Reconozco Señor que soy culpable.
Sé que fui pecador imperdonable.
Hoy te pido Señor, me vuelvas bueno, porque
tengo un amor limpio y sincero.
Y si voy a seguir siendo igual que antes
fui no la dejes venir a llorar junto a mí.
De lo malo de ayer hoy me arrepiento es
por eso que vengo hasta tu templo.
Hazme bueno Señor te pertenezco, soy tu
hijo también y lo merezco.
En junio de 2005, un vecino suyo habló a la
policía de Los Ángeles y develó el pasado de Ríos Galeana. Pidió recompensa. El
enemigo público número uno estaba de vuelta en una cárcel mexicana. Luis, el
mayor de los hijos de Arturo Montoya, dijo: “El hombre que la justicia persigue
ya murió”.
Hace
algunos años, los vecinos de la colonia Piedra Gorda, Cuautitlán Izcalli,
llamaron una de sus calles Ríos Galeana.
Atribuladas,
las autoridades priistas del municipio justificaron lo que consideran una
deshonra por un supuesto error de los colonos, quienes habrían confundido el
nombre del héroe de la Independencia Hermenegildo Galeana con el del viejo
Enemigo Público Número Uno, Alfredo Ríos Galeana.
Lo
cierto es que en el Estado de México, de donde se fugó El Chapo Guzmán, existen
65 cerradas, vías, avenidas y colonias llamadas Carlos Hank González. Existe la
calle Carlos Hank González en la colonia Carlos Hank González.
Y
nadie se avergüenza.
(*) La misma empresa pública ya
desaparecida por cuyos desfalcos se acusó a Raúl Salinas de Gortari —hermano
del ex Presidente Carlos Salinas— de peculado, tráfico de influencias y
narcotráfico, sin consecuencia alguna.
NOTA:
Este
reportaje fue elaborado con las siguientes fuentes documentales.
–Informe
de la Dirección Federal de Seguridad del 26 de agosto de 1979 obtenido por Ley
de Transparencia en solicitud hecha al Archivo General de la Nación (AGN).
–“Payaso”,
del disco Payaso, 1965, letra de Fernando Z. Maldonado.
–Reportaje
de Rolando Herrera publicado en Reforma el 16 de noviembre de 2003.
–Informe
de la Dirección Federal de Seguridad obtenido por la Ley de Transparencia en
solicitud hecha al AGN.
–Informe
de la S-1 Brigada Especial Contraterrorismo del 13 de febrero de 1982 obtenido
por la Ley de Transparencia en solicitud hecha al AGN.
–Informe
de la S-1 Brigada Especial Contraterrorismo del 11 de octubre de 1983 obtenido
por la Ley de Transparencia en solicitud hecha al AGN.
–Interrogatorio
hecho a Alfredo Ríos Galeana del 11 de enero de 1985 por la Dirección Federal
de Seguridad. Reporte obtenido por la Ley de Transparencia en solicitud hecha
al AGN.
–Informes
sobre Alfredo Ríos Galeana elaborados por la Dirección Federal de Seguridad, documentos
obtenidos por la Ley de Transparencia en solicitud hecha al AGN.
–Declaración
de Armando Martínez Siller, apoderado de Banamex, ante el agente del Ministerio
Público en Ciudad Sahagún.
–Informes
varios sobre Alfredo Ríos Galeana elaborados por la Dirección Federal de
Seguridad, documentos obtenidos por la Ley de Transparencia en solicitud hecha
al AGN.
–Averiguación
previa 30/1266/984.
–Averiguación
previa 8/4704/984.
–Causa
penal 20/85 instruido por el Juzgado 10 de Distrito por los delitos de
asociación delictuosa, robo con violencia, daño en propiedad ajena, portación
de arma de fuego de uso exclusivo del Ejército y acopio de armas.
–Sentencia
de la causa penal 187/85 instruida contra Alfredo Ríos Galeana por los delitos
de falsificación de documentos y uso de documentos falsos, instruido por el
juez 3 de distrito del Distrito Federal, Víctor Ceja Villaseñor.
–Parte
informativo del 8 de enero de 1985, suscrito por los agentes de la Policía
Judicial Federal, entre éstos Miguel Silva Caballero.
–Informe
“Estado actual en las investigaciones relacionadas con el homicidio del
cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo”, elaborado por la PGR.
–Nota
de Agustín Salgado del 12 de julio de 2005 publicada en La Jornada.
–Expediente
penal de Juan Carlos Díaz Hernández.
–Reportaje
“Como a Cristo, lo traicionan”, de María Idalia Gómez y Darío Fritz; publicado
en la revista Chilango; tomado del archivo del Premio Nacional de Periodismo.
–“El
Pecador”, letra de Alejandro F. Roth, del disco Rancheras con Javier Solís,
1967.
–Causa
penal 16/85 instruida por el Juzgado 29 de lo Penal por los delitos de robo,
asociación delictuosa, lesiones y daño en propiedad ajena.
–Causa
penal 129/83 instruida contra Ríos Galeana por los delitos de homicidio,
asociación delictuosa, robo, lesiones y portación de arma de fuego reservada
para uso exclusivo del Ejército, Armada y Fuerza aérea instruida por el juez 4
de Distrito del Distrito Federal, Gilberto Chávez Priego.
–Causa
penal 129/83 instruida por el Juzgado 4 de Distrito.
(SIN
EMBARGO.MX/ Humberto Padgett julio 27, 2015 - 00:00h)
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