Crónicas Sudcalifornianas
Inauguración
de hospital Salvatierra - 1894
El
protagonismo de los funcionarios públicos les da para todo: inaugurar obras de
cualquier tipo, propias o ajenas, coronar reinas, encabezar cabalgatas y muchas
cosas más, incluyendo, claro está, iniciar campañas de vacunación en que se
atreven a aplicar el toxoide respectivo a la primera inocente criatura que
comedidamente le acercan.
Ésta
es una costumbre tan antigua en Baja California Sur, que de ella existe noticia
desde 1844, año en que el coronel L. Maldonado se hizo cargo temporalmente de
la jefatura política y de la comandancia militar. Fue tan breve su
administración (entre las de Mariano Garfias y Francisco Palacios Miranda) que
apenas la hallamos consignada en los Apuntes históricos de don Manuel Clemente
Rojo, y don Pablo L. Martínez la omite en su conocida obra.
El
asunto es que, a principios de ese mismo 1844 se abatió sobre la población de
La Paz una epidemia de viruela. El señor Maldonado mandó traer vacuna de
Mazatlán y él mismo se puso a aplicarla, junto con el juez de primera instancia
don Francisco Lebrija, a los vecinos que acudieron voluntaria y gustosamente
para recibirla, con el resultado de que al poco tiempo éstos fueron atacados
por la fatal enfermedad, y en vista de que los demás se rehusaron a recibir la
inoculación, el gobernante hizo que se los llevaran a la fuerza, y así “los
vacunaba y los despachaba para que fueran a morir a los pocos días después de
la operación; no hubo uno solo que escapara…”
Los
funcionarios ensartaban en una aguja gruesa un poco de algodón humedecido en el
pus, y enseguida, “como quien cose un lienzo, pasaban esta aguja entre cuero y
carne del vacunado; cortaban el pabilo dejándole la mecha adentro y, a los
pocos días, alma a la eternidad.”
El
gobernador (1858) Ramón Navarro Castro, informante del señor Rojo, añade que
“cuando comenzó la operación de la vacuna había en este puerto más de 600
almas, y después no quedaron arriba de 200.”
Verdadera
mortandad en que no estuvo incluido el señor Maldonado, hombre muy irascible,
pues falleció al poco tiempo de “un accidente provocado por la misma cólera y
cayó al suelo quedando muerto en el acto.”
De
manera que, en virtud de tan fatal experiencia, los servidores públicos harán
bien en dejar toda labor relativa a la salud en manos de los directos
responsables de atenderla.
Colectivo
Pericú cita CRÓNICAS SUDCALIFORNIANAS de Eligio Moisés Coronado
(COLECTIVO
PERICU/ REDACCION/ JULIO 19, 2015)
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