Eran cuatro y muy unidos. Habían crecido en la misma cuadra y
pisado los mismos espacios del barrio: la cancha, la calle, las esquinas
y sus abarrotes, los patios de los vecinos cercanos y las escuelas de
los alrededores. Llegaron a pelearse por las morras pero leve, sin que
llegaran a las pedradas. Una mentada, dos semanas sin hablarse y luego a
juntarse de nuevo.
Apenas terminaron la prepa. Los cuatro coincidieron en que no eran
buenos para el estudio. Pero en la ciudad escaseaba el trabajo y los
buenos salarios. El narco les llegaba de rozón: lo miraban de lejos. No
querían, no les gustaba ni les atraía, hasta que las tortillas y el
pollo empezaron a escasear en sus casas.
Pinche miseria, loco. Pinche y culera. Está muy cabrón todo,
respondió el otro. Qué onda, le entramos o no. Sabían que estaba cabrón
la malandrinada: varias cruces en las aceras por chavos muertos a
rafagazos, trozados por los siete punto sesenta y dos, desangrados en
menos de un resuello. Ta cabrón, sí, pero más cabrona es el hambre. Mi
amá no tenía ayer ni para los huevos, ya sabrás.
Buscaron al jefe de los matones. Sin más referencias que haberlos
visto crecer en la cuadra los aceptó y los metió a la nómina. Primero de
punteros, halconeando. A las semanas les dijo vayan por este güey. Les
dio fierros y les explicó a dónde llevarlo. Pocos días después ya
andaban torturando y ejecutando. Tiraron la ropa ensangrentada y
empezaron a comprarse pavi y jolister. Los tenis no tenían más parches
ni hoyos y subieron de tortilla con queso a pollo, carne para asar y
camarones para el aguachile.
Se echaron a cuatro, siete, diez. Siempre juntos, siempre en las
canchas, siempre con la banda del barrio. Ahí los pusieron: cuidar,
avisar de movimientos extraños, levantar cabrones y darles piso de
volada, a menos que pidieran que antes los torturaran para sacar
información o por venganza ante una traición o robo o deuda. Se cansaron
y asustaron a los meses. Yastuvo, mejor aquí le paramos porque al rato
seguimos nosotros. Y así lo hicieron.
Se pusieron a pintar casas. Se emplearon como peones de albañil en
obras de buen tamaño y de cargadores en el mercado. Juntos, siempre. Una
noche iban por cerveza cuando vieron a varios de la banda jaloneando a
un viejito para asaltarlo. Uno de ellos quiso intervenir a favor del
anciano y le gritaron a chingar a su madre.
Dos plomazos en la panza.
Los otros tres usaron teléfonos y empezaron a juntar a los matones del
barrio. Como los conocían, los reportaron. Luego aparecieron muertos.
El de los balazos en la panza se recuperó. Cuando vio a los otros
tres decidieron volver a la matasagüe: está cabrón, dijo el que se
recuperaba, ya no puede ser uno gente de bien.
AVISO: la Malayerba descansa dos semanas. Gracias.
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