La rebelión
zapatista en Chiapas cayó como balde de agua helada en los ánimos de los
funcionarios federales. En la víspera del 1 de enero de 1994, recta final del
sexenio de Carlos Salinas de Gortari, en los pasillos de las secretarías y en
el Congreso se vivía un ambiente optimista. La economía parecía sólida y con la
entrada en vigor del TLCAN había expectativas desbordantes.
¿Existían indicios o
reportes de inteligencia sobre la guerrilla en Chiapas antes del levantamiento?
Claro, fueron
públicos. En 1993 ocurrió un enfrentamiento en Chiapas entre unidades del
Ejército y esta guerrilla; y un político de izquierda dijo: “Es falsa la
existencia de la guerrilla en Chiapas, es un invento del gobierno para desatar
la represión”. Nosotros lo que hicimos con esta información fue redoblar la
estrategia social y trabajar intensamente. Una de las paradojas que ha señalado
Carlos Tello [Díaz] en su libro sobre Chiapas [La rebelión de las cañadas] es
que dice que mi gobierno fue de los que más invirtieron en Chiapas en programas
sociales, y fue cuando estalló el levantamiento.
¿Quién le informa de
este levantamiento esa noche?
El secretario de la
Defensa (el general Antonio Riviello Bazán).
Ante la rebelión
zapatista, ¿cuáles fueron sus primeras decisiones?
La reacción
inmediata fue la preocupación sobre la seguridad de la población de San
Cristóbal, después siguió fluyendo la información sobre los enfrentamientos tan
intensos en Ocosingo, entre las policías estatales, primero, que fueron
totalmente derrotadas por el grupo guerrillero, y, después, la intervención del
Ejército que permitió en unos días terminar con el levantamiento armado. Pero
lo que más preocupaba, sin lugar a dudas, era contener un levantamiento
guerrillero y, sobre todo y de inmediato, el problema social que eso generó,
que fue el asunto de los desplazados, aquellos indígenas que salieron
literalmente expulsados de las comunidades donde se había levantado el grupo
guerrillero.
¿Por qué a los 10-11
días del levantamiento cambia su estrategia, de la fuerza al diálogo?
Porque ya había
terminado la fase de contener y evitar el levantamiento armado. La Primera
Declaración de la Selva Lacandona decía claramente que su objetivo era derrotar
al Ejército, derribar al gobierno, implantar un nuevo gobierno en la capital de
la República con una orientación marxista-leninista. Era un intento de
derrocamiento del Estado. Hay que ponerlo en su contexto.
La verdad es que el
levantamiento del EZLN tuvo un extraordinario impacto mediático, pero nulo
impacto una vez que ya se pudo contener en términos militares. Y lo más
importante es que yo recibía dos tipos de presiones: dentro del gobierno,
incluso de la sociedad civil, había gente en el gobierno y gente en la sociedad
civil, de izquierda y de derecha, que decían “hay que aniquilar ese grupo”. Los
de derecha porque traían los reflejos anquilosados de antes, y los de izquierda
porque decían “es que van a echar abajo todo el avance democrático que estamos
teniendo en el país”. Y desde esa óptica tenían su razón.
Y al mismo tiempo
las convicciones personales, resuelta la parte militar, y ante el terrible
problema de los desplazados y el impacto social que eso llevaba, fue lo que me
motivó, como comandante supremo de las Fuerzas Armadas, a hablar con el
secretario de la Defensa, quien me dijo: “Nosotros ya no tenemos problema”.
Entonces decidí dar por anticipado lo que generalmente se da al final de los
procesos de negociación guerrillera: la suspensión unilateral del fuego y el
diálogo hacia la paz.
En una entrevista
reciente con EL UNIVERSAL, hace unas semanas, Manuel Camacho Solís dijo que él
fue quien lo convenció de evitar una acción militar a gran escala.
Mire, él como otras
personas eran de esa opinión y estaban en contraposición a las que yo me
refería hace un momento, que insistían en la acción de la fuerza física, así
que yo valoré los dos grupos de expresiones y por eso se procedió con la
decisión que yo tomé como comandante supremo.
Por esos días usted
anuncia “cambios a lo que no funcionó”. ¿A qué se refería?
Sobre todo a los
sistemas de información, pues si bien sabíamos que había un problema de esa
dimensión, francamente la guerrilla mostró una capacidad de fuego muy superior
a la que se había anticipado. Prueba de ello es que lo de Ocosingo fue una
verdadera batalla prácticamente en forma, y que el cuartel militar cerca de San
Cristóbal estuvo a punto de caer en manos del grupo que quería repetir la
imagen del Moncada, un movimiento tipo castrista repetido en México.
Nada más para
terminar. Usted me hizo una pregunta sobre Manuel Camacho y se la respondí,
pero me llamaron la atención unas cosas que dice [véase “La apuesta de Salinas
era acabar con la guerrilla”, Aponte, David, EL UNIVERSAL, 2 de enero de 2014]
porque, además de que algunas son “invenciones fantasmagóricas”, sobre todo las
que cita verbalmente, cosas que dice que yo le di, luego en otro periódico sacó
un documento que decía que me había proporcionado. Llegó un momento en el que
él ya se había vuelto irrelevante, porque yo no recuerdo ese documento. Me
sorprende que a 20 años de distancia quiera aparecer con un documento que son
de los que se publican en su momento, si de verdad existió [se refiere al
informe de Camacho, cuando renunció como comisionado para la paz en Chiapas,
donde advierte de los riesgos de retomar acciones militares].
Camacho dijo:
“Salinas quería actuar con toda la fuerza, y tuve que llegar yo, y fui el único
que hizo que se lograra la paz”.
Pues eso piensa él.
Mire, cuando las gentes se vuelven irrelevantes buscan cómo recuperar cierta
relevancia, y entonces generan una cierta idea y se ubican como los únicos
posibles, pero eso es una condición humana comprensible. Yo lo definiría, con
las palabras de Luis Donaldo Colosio, candidato, a propósito de Manuel Camacho:
“Este Manuel no cambia porque no aprende”.
(EL DIARIO,
EDICION JUAREZ/ El Universal | 2014-02-10 | 13:31)
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