Apatzingán (LA JORNADA).- ‘‘¡A las 17:40 se montan en sus caballos,
señores!’’, grita el Comandante Cinco a sus huestes. Poco antes de esa
hora, una larga hilera de camionetas emprende camino. Los comunitarios
llevan sus armas, pero bajo los asientos.
Entran al ‘‘nido de los templarios’’ a claxonazo limpio. La mayor
parte de los negocios del corazón de Tierra Caliente han bajado las
cortinas, pero no se miran escenas de pánico ni aparece un sicario
rezagado a echar a perder la fiesta.
El convoy, de aproximadamente 150 vehículos, pasa dos veces por la
plaza principal, la misma donde el 26 de octubre pasado ‘‘fuimos
rafagueados desde el templo, la presidencia municipal y un hotel’’
(también les lanzaron al menos una granada).
Muchas personas que miran pasar la caravana se quedan quietas. Sus
rostros revelan cierto temor. ¿A un enfrentamiento de templarios contra
comunitarios? ¿A una venganza de los primeros? ¿A las autodefensas
mismas? Difícil enhebrar la respuesta en una ciudad donde, según
Estanislao Beltrán, ingeniero agrónomo y limonero, además de vocero
oficial de las autodefensas, ‘‘entre 20 y 30 por ciento de la población
estaba coludida con el crimen organizado’’.
Los choferes cumplen la orden escrupulosamente. Después de un par de
vueltas por las principales calles retornan al punto de salida, el
tianguis limonero donde la mañana de este lunes las autodefensas
celebrarán una reunión con los productores del cítrico. Todo el
recorrido dura menos de una hora.
‘‘¡Ajúa! ¿No que no se podía?’’, grita un muchacho trepado en la
góndola de una pickup. Los comunitarios regresan felices con los
aplausos y vivas que consiguieron, digamos, de 20 o 30 por ciento de los
apatzinguenses que los vieron pasar.
‘‘Es la primera presencia, sólo para dar confianza al pueblo’’,
justifica el Comandante Cinco. ‘‘Lo importante es que los animales
decían que nunca íbamos a entrar, y entramos’’.
El Abuelo “no tiene mala reputación”
Poco después del mediodía, un Estanislao Beltrán –él mismo se
presenta como Papá Pitufo– que parece en campaña electoral se pasea en
una plaza que no visitaba desde 10 meses atrás. Busca saludar
especialmente a las señoras y a los niños. Acude a la catedral, pero
antes de ingresar se entera de que los personajes que esperaba que
salieran a recibirlo –Hipólito Mora y el padre Goyo– no están en el
lugar.
Antes, en charla con reporteros, Beltrán asegura que Mora ‘‘violó el
acuerdo’’ que tenían con el gobierno y entró el sábado a Apatzingán,
donde incluso encabezó un breve mitin.
Beltrán da vuelta a la hoja y acepta que las autodefensas se han
plegado a una estrategia que pactaron con el gobierno federal, pese a
que ‘‘hay ciertas dudas de parte de nosotros’’.
En las reuniones con los funcionarios convocadas por el comisionado
federal, Alfredo Castillo, según la glosa de Beltrán, el gobierno les
aseguró que con su estrategia ‘‘va a haber menos gente afectada, menos
muertos’’.
Es la primera vez que las autodefensas aceptan ‘‘acatar las
decisiones del gobierno’’ por esa razón. Aunque insiste: ‘‘Necesitamos
esperar los resultados para decir si nos sirve o no esta estrategia. Y
si no sirve, la vamos a cambiar’’.
Es inevitable que en la charla con Papá Pitufo salga a relucir el
nombre de Juan José Farías, El Abuelo, señalado como miembro relevante
del cártel del Milenio por la Secretaría de la Defensa Nacional y
‘‘verdadero jefe’’ de las autodefensas de Tepalcatepec, según policías
comunitarios.
‘‘Yo ni veo las redes sociales. Los invito a que vengan a la
realidad, aquí estamos unidos. Sólo los que están adentro saben cómo se
manejan las cosas.’’
–Tengo entendido que el señor Farías no sólo asistió a una reunión
con el comisionado Castillo, sino que está con ustedes desde antes que
las autodefensas salieran a la luz –se le hace notar a Papá Pitufo.
–Es de los iniciadores de la lucha. Ha estado al pendiente (…) y no
tiene mala reputación. Es alguien que genera empleos, que tiene su
ganado.
–¿Y después de Apatzingán?
–Tendremos que llegar a unos pueblos donde prácticamente toda la
gente está con ellos. Me pregunto qué vamos a hacer ahí. Algunos porque
los forzaban, otros por necesidad, unos más porque son familiares, pero
de alguna manera están coludidos.
–¿Dónde?
–Allá para Tumbiscatío hay muchos pueblitos. Y aquí, en Apatzingán, están todos los familiares de ellos.
Mientras Beltrán habla, la ‘‘limpieza’’ de Apatzingán continúa. La
noche del sábado al domingo fue de pachangas en los centros nocturnos.
Los bailarines se amanecieron igual que los policías y comunitarios que
realizaron cateos y detenciones en diversos puntos de la ciudad. Unos
hablan de 50 y otros de 100 aprehendidos.
Papá Pitufo admite que ‘‘cojean de esa pata’’. El sábado, agrega, se
negó a proporcionar a enviados de la Secretaría de Gobernación el número
y los nombres de los detenidos. ‘‘No lo haremos hasta que analicemos
bien si realmente estaban coludidos. Porque había unos que eran amigos o
familiares, que no participaron, y también los capturaron’’.
Está el caso, por ejemplo, de una joven recién llegada de Uruapan,
donde reside. De la terminal de autobuses fue directo con un conocido a
quien había quedado de vender una laptop. Para su mala fortuna, a la
hora que estaba a punto de cerrar el trato, la policía cayó en la casa
de su conocido, a quien acusan, dice ella, de ser narcomenudista.
La joven habla afuera de las instalaciones de la delegación regional
de la Procuraduría de Justicia de Michoacán donde anoche, cuenta su
madre, ‘‘se oían los gritazos que daba la gente a la que estaban
golpeando’’.
A la muchacha la cachetearon, le jalonearon el pelo, la llamaron
‘‘puta’’ y la tiraron en una camioneta, siempre encapuchada. Encima de
los detenidos echaron unas tablas. La capturaron a las dos de la tarde y
la fueron a ‘‘aventar en una colonia, ni sé por dónde’’, alrededor de
medianoche.
Su delito: estar en el lugar equivocado y tener varios tatuajes: una
estrellita, un pequeño corazón y una cruz que se puso en honor de Nikki,
su artista favorita, pero que los policías dijeron era prueba de su
militancia templaria.
La joven está ahí a instancias de su madre, mujer luchona que insiste
en que la procuraduría michoacana devuelva a su hija la computadora,
los celulares y el bolso que ‘‘le robó’’. Por el trato que dan incluso a
los periodistas los empleados como Ramón Alamilla, no parece que vaya a
tener mucha suerte.
La ‘‘limpieza’’ de Apatzingán continúa. A media tarde, una caravana
de policías estatales cruza calles del centro con valiosos acompañantes:
los policías comunitarios que señalan los domicilios que serán
cateados. Al llegar a una esquina de la calle 5 de Febrero se detiene y
de inmediato descienden cinco comunitarios y una veintena de policías.
Tumban una puerta y salen con las manos vacías. La escena se ha repetido
decenas de veces en estos días.
Agreden a fotógrafo de este diario
Los policías se le van encima a Víctor Camacho, fotógrafo de este
diario, y le impiden hacer su trabajo. Poco después se acerca el jefe de
los comunitarios y pide comprensión ‘‘porque nos pueden identificar.
Ahí se los encargo’’, ordena a los policías, y señala con una mirada a
los reporteros.
Una vez que el convoy parte, los vecinos dicen que nunca supieron
bien a bien quién vivía ahí. ‘‘Entraban y salían muchachos y muchachas
todo el tiempo’’. Un anciano dice, con miedo, que ahí vivía ‘‘alguien
importante’’ pero ‘‘se salió hace rato’’. La casa, nueva, está a cuatro
cuadras del palacio municipal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario