La llamada Beat Generation fue un movimiento literario que
surgió en los Estados Unidos en la década de los cincuentas. Estaba
integrado por poetas y narradores que descreían en los valores que el
país pregonaba y se sumergían en las aguas turbulentas del “botiquín”
(entiéndase drogas), el alcohol, el sexo sin distingos y el estudio de
la filosofía oriental, un coctel básico para engendrar una locura con la
que impregnarían su literatura. Sus obras señeras son En el camino,
de Jack Kerouak, el clásico del movimiento, escrita en un largo rollo
de papel durante tres semanas de trabajo incesante, considerada entre
las cien mejores novelas norteamericanas de la historia. En ella
aparecen con nombres diferentes los principales protagonistas de ese
movimiento y fue escrita sin márgenes ni párrafos, en un esfuerzo de
Kerouak por crear la escritura espontánea, una locura que realizó con la
dependencia exclusiva del café, aunque muchos aseveran que fue
impulsada por las anfetaminas.
En la novela aparece una declaración de principios que muchos han adoptado como propia por su intensidad: “La
única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca
por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al
mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes,
sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual
que arañas entre las estrellas.”
Este texto de Kerouak es tan trascendental como el poema épico Aullido,
de su compañero de generación Allen Ginsberg, en el que arremete contra
el poder destructivo del capitalismo y la actitud pasiva y conformista
de los ciudadanos de los Estados Unidos. El poema, con bastantes
referencias sobre los paraísos artificiales de las drogas fue, en
origen, prohibido: era una visión derivada de experiencias con peyote y
LSD. Luego de reclamaciones argumentadas, el poema fue disculpado por
poseer, a juicio de un jurado, “una importancia social redentora”. Aullido tiene
tal fuerza que Ginsberg se presentaba a leerlo ante auditorios repletos
y la raza se le entregaba como si fuera un visionario cantante
homosexual de denuncia, como si fuera Bob Dylan, que fue su gran amigo y
admirador. Ginsberg fue un estandarte de libertad en los cincuenta y
ese poema que le permitió cimbrar conciencias inicia con una confesión
desgarradora, propia para el grupo al que pertenecía: «He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura».
El tercer libro significativo de la producción de la Beat Generation es El almuerzo desnudo,
de un irreverente William Burroughs, que de manera despiadada acaba con
los falsos cimientos de la moralidad gringa: hace pedazos sus
instituciones, su gobierno, sus iglesias, sus clichés. En términos
coloquiales, diríamos que no deja títere con bonete. Novela fragmentaria
que evoca la creación del orden a partir del absoluto caos, en ella
Burroughs utiliza un alter ego llamado William Lee, que nos narra sus
búsquedas de droga en barrios infames tanto de Estados Unidos como de
México, las persecuciones policiacas por su adicción, los personajes que
va conociendo en su tobogán, las angustias, las orgías homosexuales
liberadoras, todo en función de una penetrante crítica a la sociedad
norteamericana, atrevimiento que provocó que fuera un libro prohibido en
varios estados de la Unión Americana.
A la Beat Generation le gustaba el viaje en todos los sentidos
y Mazatlán fue uno de sus destinos. Nuestras playas, nuestro sol,
nuestra comida, nuestra manera de ser y la libertad con la que podía
conseguir cualquier estupefaciente, la jalaba. De nuestra marihuana, ni
hablar, desde que apareció en el escaparate de la Segunda Guerra Mundial
se convirtió en un atractivo turístico, aunque hoy se niegue con falso
pudor. En los setentas, el jardín de la Plazuela República lucía
discretas amapolas, bellísimas amapolas, como pueden vivir tan solas. Por aquí anduvieron ellos, los beat,
sumergiéndose en nuestras olas y vibrando a la altura de sus deseos.
Una placa por la calle Constitución constata su paso por estas playas.
En el Hotel la Siesta hay otra que dice que ahí estuvo Jack Kerouak.
Aquí estuvo también Burroughs, pero con un halo de misterio que, como en
las buenas novelas, voy a develar al final.
Huyendo de sí mismo, de las persecuciones de que era objeto, del
sistema que lo apabullaba, William S. Burroughs, tras una breve estancia
en Mazatlán al lado de Jack Kerouac, toma un camión de línea que lo
lleva a la Ciudad de México. No va solo, lleva a su lado a Joan Vollmer
Adams, su esposa, aunque él fuera tan drogo como homosexual. Se instalan
en el edificio de Monterrey 122, de la clasemediera Colonia Roma, en el
año de 1949 y su departamento se convierte en sede de grandes
francachelas y curiosos personajes, como Lola La Chata, que era su dealer de
confianza. México se le presentaba como el paraíso: había una libertad
que no le ofrecía su país, personajes subyugantes, pirámides
prehispánicas, el peyote, el tequila, nada más que ambicionar. Su vida
era una resbaladilla para un niño.
De familia acomodada, a Burroughs le dio por la afición a las armas,
tanto que tenía varias y más de alguna le sirvió de tablita de
salvación en penurias al venderla para comprar drogas y alcohol y otra,
una Star .380, le serviría para remate de una novela que nunca escribió.
El 26 de septiembre de 1951 estaba en su casa con unos amigos, tenía
horas bebiendo y en un momento dado de la reunión, como una baladronada,
le propuso a su mujer repetir el acto de Guillermo Tell, con sus
variantes necesarias: ella se pondría un vaso en la cabeza, él le
dispararía con la Star .380. Su habilidad con las armas estaba
demostrada desde la adolescencia y la borrachera de Joan le impidió
poner objeción, solo puso su perfil con el vaso en la cabeza. Los
invitados expectantes. La detonación fue seguida por el derrumbe de Joan
y el vaso ileso girando en el piso. La bala entró por la sien. Hazaña
frustrada.
La develación del toque de misterio anunciado: en la placa dedicada a los Beat Generation,
por parte de la Sociedad Histórica Mazatleca, por la calle
Constitución, no aparece William, sino Joan Burroughs. La ultimada.
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