MÉXICO,
D.F. (apro).- Lo único que el señor cura sabe es que en la Ribera de
Chapala, Jalisco, “las fuerzas del mal” superan a las del bien.
Desde
que ocurrió la masacre de 18 jóvenes, cuyos cuerpos aparecieron hace
exactamente un año en dos camionetas, el sacerdote optó por un voto de
silencio, que de religioso no tiene nada.
Hoy se oficiará una misa
en la que, de nueva cuenta, se dirá en voz alta el nombre de Gustavo
Daniel Martínez Pérez. Es la segunda celebración en esta semana. La
primera, el sábado 4, fue por su cumpleaños. Hoy por su muerte. El cura
nada sabe de este muchacho. “Nosotros no hablamos de eso”, dice.
Al
finalizar la misa del pasado sábado, sólo dijo el nombre completo de
Gustavo Daniel y pidió por su alma. Ni una palabra más, aunque frente a
él había decenas de hombres y mujeres sentados en las butacas con
playeras que gritaban un mensaje colectivo: “Gus, siempre estarás en
nuestro corazón”.
El gobierno de Jalisco diría que no hay razón
para tener miedo de hablar en Chapala, (a media hora de la ciudad de
Guadalajara, la capital jalisciense) porque “el orden” ya se ha
restablecido.
Sin embargo muchos habitantes ribereños de plano no
ven las evidencias y los rumores se reproducen como bacterias: que en
las siete esquinas se juntan los “malos”, que hay armados escondidos en
fraccionamientos, que desde que llegó el Ejército –en marzo de este año–
hay desapariciones forzadas de presuntos narcomenudistas, que dos
mujeres quisieron robar a una niña, que a fulano lo secuestraron, que
una de las mamás tuvo que huir de Chapala por querer indagar sobre el
asesinato de su hijo…
La dictadura del silencio fue impuesta por
las autoridades, aseguran los padres de algunas de las víctimas, que a
un año de la masacre exigen que alguien se tome la molestia de darles
alguna explicación:
si detuvieron a los asesinos, si todavía hay
prófugos, si hubo policías municipales involucrados y si algún día
podrán saber que hubo justicia por el asesinato de sus seres queridos,
todos privados de su libertad al azar por una supuesta célula surgida de
la alianza entre Los Zetas y los Valencia, que querían mostrar su
músculo de horror ante el Cártel de Jalisco Nueva Generación.
Y es
que de lo poco que ha hecho público el gobierno de Jalisco sobre la
línea de investigación, hay datos que de plano no cuadran: afirmaron que
los hechos de Chapala eran una venganza por la masacre de 23 personas
en Nuevo Laredo, el 4 de mayo de 2012, que se atribuyó al Cártel Jalisco
Nueva Generación. Sin embargo, los “levantones” en la Ribera de Chapala
comenzaron desde el 21 de abril.
La Fiscalía General del Estado
de Jalisco tampoco contesta solicitudes de transparencia ni da
entrevistas para hacer un balance de lo que se ha avanzado en las
investigaciones por la masacre del año pasado (una de las más simbólicas
del sexenio de Felipe Calderón, ya que hubo cuatro detenidos que
revelaron que las víctimas eran elegidas al azar), pese a la solicitud
que se hizo desde hace varias semanas.
Ante el silencio e incongruencias en la línea de investigación, los familiares se aferran a lo que les queda: la memoria.
En
la misa del sábado 4 colocaron una foto en blanco y negro de Gustavo
Daniel, a un lado del atrio. Después de la bendición, el papá del joven
fallecido tomó el micrófono para recordar que estaban festejando el
cumpleaños 19 de su hijo, porque hace un año ya no alcanzaron a cantarle
las mañanitas debido a que una noche antes se lo robaron hombres
armados.
Lo mismo ocurrió con su primo Carlos Jesús Martínez
Delgado, de 18 años de edad y estudiante de ingeniería, y con Daniel
Paz, de 25 años, egresado de Artes Escénicas de la Universidad de
Guadalajara.
De la iglesia, decenas de familiares y compañeros de
Gustavo caminaron hacia el sacrosanto con un pan cubierto de merengue en
blanco y rojo y el nombre de “Gus”. La tumba estaba rodeada de balones
del Atlas, globos, letreros de “feliz cumpleaños”, una foto en la que
Gustavo hace un gesto de puchero y una leyenda que le dejaron sus padres
y hermanas:
“Triste quedó nuestro hogar sin tu presencia, querido hijo,
te fuiste dejándonos la nobleza de tu alma y la bondad de tu corazón.
Dios se llevó tu alma, pero tu recuerdo vivirá en nuestros corazones por
siempre. Nunca te olvidaremos”.
El horror en una linda casa americana
Entre
la última semana de abril y la primera de mayo de 2012, Chapala y
Jocotepec se convirtieron en un hoyo negro en el que desaparecían grupos
de dos o tres personas, casi siempre después de las 21:00 horas.
La
primera alerta de que algo andaba mal sonó cuando a la altura de San
Juan Cosalá, en Jocotepec, apareció una manta colgada a todo lo ancho de
la carretera de la Ribera de Chapala que suplicaba: “Por favor liberen a
nuestros hijos: Pedro, Armando, Liliana. Son inocentes”.
El 21 de abril un comando se llevó a los tres jóvenes –de 25,15 y 17 años– mientras platicaban afuera de su casa.
Cinco
días después desaparecieron Elías Flores y Miguel, ambos albañiles,
quienes al salir del trabajo caminaban por el fraccionamiento La
Floresta rumbo a su casa. Miguel logró escapar de un domicilio en
Ajijic, donde los tenían en cautiverio, amarrados de pies y manos.
El
3 de mayo, Angélica, la mamá de Gustavo, le pidió que si salía tuviera
cuidado, “ya ves lo que le pasó a Liliana (era compañera de la escuela
de otra de sus hijas)”.
–Amá, no te preocupes, no ando en malos pasos, no me pasa nada –respondió Gustavo.
–Ay, hijo, Liliana tampoco andaba en malos pasos y ya ves que sí le pasó.
En
el malecón de Ajijic se reunieron Gustavo, su primo Carlos y su amigo
Abel Paz, para festejar que en pocas horas el primero cumpliría la
mayoría de edad. No tenían ni una hora platicando cuando un comando los
trepó a una camioneta.
Los papás de Abel comenzaron a preocuparse a
medianoche porque su hijo no contestaba el celular. En la madrugada del
día 4 encontraron el Chevy de Abel, con las puertas y la cajuela
abiertas, unas cubas a medio tomar, el celular en el asiento del
conductor y un escapulario que colgaba del retrovisor.
Día tras
día se fueron sumando nombres a la lista de ausencias: Heriberto Centeno
Sánchez, de 25 años, y Julio César Arana Aceves, ambos originarios de
San Luis Soyatlán, Tuxcueca (también se ubica en la región Ciénega);
José Miguel Rubio, de 51 años; Juan M. Reyes; Francisco Javier Torres
López…
El último reporte de desapariciones tiene fecha 6 de mayo.
Los meseros Jonathan Daniel Martínez, Juan Luis Sandoval y Miguel Ángel
Mata salieron de trabajar de un restaurante de la zona conocida como la
Piedra Barrenada y regresaron caminando a casa por la carretera. A la
altura de la colonia Riberas del Pilar –entre Ajijic y Chapala–, unos
hombres pidieron ayuda para cambiar una llanta. Ellos accedieron. En
segundos los subieron por la fuerza al vehículo.
A la mayoría se
los llevaron a una casa blanca tipo americana en la misma colonia,
Riberas del Pilar, a escasas cuatro cuadras de la carretera, en la falda
del cerro, donde los mataron y almacenaron sus restos desmembrados en
dos refrigeradores industriales.
El sitio se descubrió dos días
después de que aparecieron las dos camionetas con fragmentos de 18
cuerpos en Ixtlahuacán de los Membrillos, el 9 de mayo de 2012, en una
brecha cercana a la carretera a Chapala.
El plan inicial del grupo
criminal era dejar 30 cuerpos en la ciudad de Guadalajara el Día de las
Madres, pero no lo concretaron debido a que el 8 de mayo escaparon 12
personas de una casa de seguridad en el municipio de Tala, también en
Jalisco.
De ahí derivó la detención de Laura Rosales, quien
informó sobre las camionetas con cuerpos y que había otra casa de
seguridad en Chapala. Días después decomisaron otros tres vinculados a
los secuestradores en la casa del poblado de Ahuisculco, Tala.
También
fue capturado Juan Carlos Antonio Mercado, El Chato, quien en su
declaración reconoció que era miembro del cártel Milenio-Zeta y que
desde mediados de abril empezaron a seleccionar a sus víctimas al azar.
“Por malandrines salíamos en la madrugada a levantar gente, si se
miraban así, decentes, pos no las levantábamos”, relató. (Milenio
Jalisco, 13 de mayo de 2012).
Y es a eso a lo que el sacerdote se
refiere cuando habla de las fuerzas del mal. Y a eso mismo es a lo que
la población ribereña le sigue temiendo.
Los vecinos de Riberas
del Pilar recuerdan ahora que en esa finca se escuchaba música a todo
volumen y que en abril llegaron unos hombres a una carpintería a comprar
herramienta, con la especificación de que cortara hueso.
El vía crucis
La
finca de Brisas de Chapala tiene actualmente dos sellos en el portón
blanco de metal: “Clausurado/ Asegurado”. Ambos están rotos. En el
segundo piso hay tres ventanas gemelas con una cortina y otra más grande
con una tela de flores mal colgada. Las dos repletas de una plasta de
cochambre.
A pesar de tantos reportes de desapariciones, la
Procuraduría General de Justicia del estado no atendió la problemática
de la región de la Ciénega y la policía municipal de Chapala y de
Jocotepec regresaba a la gente a sus lugares de origen con el típico
“tienen que pasar mínimo 72 horas” para poder hacer algo (un rumor
fuerte en Chapala es que los policías estuvieron vinculados en la
masacre, pues incluso en marzo de este año la Fiscalía Central de
Jalisco detuvo a un comandante y cinco policías, a quienes acusó de
detener gente para luego entregarla a sujetos armados).
Los
familiares comenzaron la búsqueda en brechas, carreteras, cárceles,
lotes baldíos, preguntaban a todo aquel que encontraban y hasta fueron a
que les leyeran las cartas para encontrar a sus seres queridos.
Esos
días fueron como un vía crucis, recuerda Adrián (nombre ficticio), papá
de Abel Paz, quien todos esos días dejó prendida la luz de afuera de su
cuarto, esperando que su hijo entrara a casa caminando y estuviera
listo para presentar el bailable del Día de las Madres que estaba
ensayando con niñas a las que les daba clases de baile folklórico.
Una
exnovia de Abel “Star” –como le llamaban sus amigos, porque él decía
que era una estrella– fue con una adivina y le dijo que lo tenían en
cautiverio en una casa rodeada de árboles.
–No creía en eso, pero
ahora veo que sí tenía razón… Eso es lo que nunca me voy a perdonar, no
haberlo encontrado estando tan cerca (a menos de cinco minutos de su
casa) –se culpa Adrián, quien fija la mirada en los objetos que tapizan
las paredes de su casa, convertida en un templo de la memoria.
“Se nos acabó la ilusión”
Después
del hallazgo de los 18 cuerpos en la carretera a Chapala, el Instituto
Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF) tardó un par de días en
reconstruir los cuerpos. Olas de familiares comenzaron a llegar en busca
de sus desaparecidos.
Se vio de todo. Desde quien que se arrastraba gritando por la sala de recepción del anfiteatro, hasta quien solo lloraba en silencio.
Los
forenses dicen que el reconocimiento es muy importante para el duelo, y
que ante el problema de los desaparecidos, la institución debe tener
como misión darle la certeza a la gente de que su familiar está muerto
–en caso de que así sea–.
Los papás de las víctimas de Chapala han
coincidido en que lo más difícil fueron los días en que desconocían el
paradero de su ser querido.
A pesar de que en el estado de Jalisco
desaparecieron dos mil 230 personas durante el sexenio pasado
(Jocotepec reporta nueve desaparecidos y Chapala 18), de acuerdo con el
Sistema de Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas, en
el IJCF se rumora que el gobierno panista dio la instrucción de ocultar
la problemática.
Los familiares de las víctimas se preguntan qué
habría pasado si las autoridades realmente hubieran atendido la ola de
denuncias de desapariciones en la Ribera de Chapala…
“A mí se me acabaron los sueños, Abel era mi único hijo”, lamenta su padre.
A un año de los hechos, en una Ribera silenciada, exigen que el gobierno del estado no sepulte las explicaciones.
En
estos días los familiares hicieron misas para las víctimas, adornaron
sus tumbas y recordaron una y otra vez sus chistes, pasiones, sueños,
porque el significado etimológico de recordar es volver a pasar por el
corazón.
La lista de víctimas
Armando Daniel del Toro Verdía, 25 años, estudiante; Pedro Isaí del Toro Calvario, 15 años, estudiante;
Blanca Liliana del Toro Verdía, 17 años; Jonathan Daniel Martínez, 17 años, estudiante y mesero; Juan Luis Sandoval Camarena, 26 años, mesero; Miguel Ángel Mata Barragán, 25 años, mesero; Heriberto Centeno Sánchez, 25 años, jornalero; Julio César Arana Aceves, 27 años; Carlos Jesús Martínez Delgado, 20 años, estudiante; Daniel Paz, 26 años, bailarín; Gustavo Daniel Martínez, 18 años, estudiante; José Miguel Rubio, 51 años, albañil; Juan M. Reyez;
Francisco Javier Torres López; Miguel Ángel Leal Nava, 17 años; Elías Flores, 50 años, albañil; N/N (falta un cuerpo por reconocer).
/ 9 de mayo de 2013)
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