Crónica
parlamentaria
HERMOSILLO.-Ganaron
una batalla que no la guerra. Han dado un pasito más no el salto. Es la
victoria de un empeño acomedido, pero falta probar la gloria del reclamo
satisfecho.
Esta pudo ser la
lección que llevan a cuestas los ciudadanos del movimiento “No más impuestos”
cuando cayó el telón de una esperada y amenazada jornada legislativa.
“¡La bomba ya
estalló!”, rezongan mientras enfilan al salón de comisiones desoyendo súplicas
para que abandonen el recinto.
Con más flojera que
mortificación, José Ramón Moya notifica el “peligro”. Lo tiran a lucas. La
amenaza anónima ha sido un rancio chascarrillo que sólo abona la sátira y el
repudio de los “malnacidos”.
“¡Mo-rir-con-dig-ni-dad!
Un improvisado coro retumba entre los muros en este espacio del parlamento.
Desde los grandes
ventanales se aprecia una postal citadina que mucho coincide con la reflexión
de José Abraham Mendívil: el fantasma de la ingobernabilidad ronda por doquier.
Cientos de taxis con sus unidades han sitiado accesos aledaños a la sede del
Poder Legislativo.
La lucha suma
adeptos. El movimiento ciudadano encuentra más voluntades dispuestas a eso: a
morir con dignidad.
“¡Cuidado!”, advierte
Humberto Jesús Robles Pompa, una de las primeras víctimas del acoso. Al de
Nogales lo despertó una llamada antes de venir a sentarse para explicar
detalles de su propuesta. Lo amenazaron de muerte. Lo relata con un dejo de
inquietud. Con reservas.
A las once de la
mañana, el salón se achica. Rozan cuerpo con cuerpo. Pancartas. Cartulinas. Las
leyendas manuscritas hablan, multiplican el encono social. Se cuentan por
cientos los que están ansiosos. Enojados, pero animados. Inconformes, sí. Pero
decididos a no ceder, también.
Rebeca Villanueva,
la “jefa del movimiento” –así se dirigió a ella con un despectivo acento el
panista Javier Neblina Vega— alerta que Carlos Navarro López “ai viene”. El
diputado del PRD se atoró en el caos. Y le cuesta trabajo lidiar con la
anarquía que está las calles.
Próspero Ibarra
Otero, en su calidad de presidente del Congreso, toma la batuta para dirigir la
sesión de las comisiones unidas de Hacienda con la legalidad del quórum
constituido.
Minutos más tarde,
los panistas reaparecen. Ahí anda Gildardo Real Ramírez, lisiado. Lo delata el
cabestrillo en su brazo derecho. Con aplomo, abre las hostilidades. Pero quién
sabe cuándo perdió esa “clase” que presumió tenía en sus tiempos de opositor.
Porque el debate del
dictamen de las iniciativas de Robles Pompa y Navarro López quedó secuestrado
entre la rechifla y el desorden. Son gritos que ahogan la ponencia de Luis
Ernesto Nieves quien imprime gravedad a los argumentos de su rechazo. El
abucheo ensordece. Aturde. Marea el vocinglero que censura la osadía del
“Güero” Nieves de citar el caso Jalisco. O la hora de exigir la presencia de
los 72 alcaldes para que den su opinión sobre el COMUN.
Mal se vio José
Serrato Castell que legisla parado, sin ton ni son juntos a su coordinador
Neblina.
Y si el gesto del
pastor del PAN llama a la compasión, el de Mónica Robles Manzanedo invita a
tomarle una foto. Dos catotas parecen saltar de sus ojos. Redondos.
Exageradamente abiertos. Impávidos.
Y atrás, Marco Antonio
Flores Durazo, estoico. Tan serio como su compañero Ignacio García Fierros.
Doña Shirley Vázquez Romero, con educada oratoria, lejos de persuadir irrita a
esa muchedumbre que le arrebata sus floridos, empalagosos discursos. Ha sido en
vano pretender “empinar” a su coterráneo Próspero por el hecho de haber firmado
el dictamen de la Ley de Ingresos.
El ex alcalde de
Huatabampo revira por única y última vez. El asunto no es personal, aclara a la
maestra. Es un tema de justicia, los ciudadanos. Y explica las razones por las
que signó el resolutivo. Su partidario Carlos Gómez Cota no dice ni pio.
El griterío se
adueña del escenario. Neblina Vega hojea los tomos del paquete presupuestal
mientras Robles Manzanedo sostiene el micrófono. El pastor de la bancada
panista “corrige” a Navarro López. Desnuda los entretelones en la negociación
de los egresos, concretamente del Legislativo. Los priistas, literalmente se
sirvieron con la cuchara sopera, según revela. Y dirigiéndose a la “jefa del
movimiento” –“¡yo no soy jefa de nadie!”, increpó doña Rebeca desde la otra
punta— Neblina enseñó lo que trae bajo la manga: unas tijeras para recortar al
50% el sueldo de los 32 legisladores; el fondo de gestión legislativa que este
año dispone de 4 millones por cabeza y los 70 millones pactados para la
construcción del nuevo edificio del Congreso.
Pero el diputado del
PRD se percató de la jugarreta. Reitera su propuesta de bajar el salario a
funcionarios de los tres poderes. Y fustiga lo que parece un “ajuste de
cuentas” entre priistas y panistas. “Eso es demagogia”, tronó. Sustenta el
alegato con datos duros: en promedio, el gobierno ha cerrado el ejercicio
fiscal de los últimos tres años con 3 mil millones de pesos más de lo
presupuestado. Navarro López alborotó a rabiar la bitachera que corea ¡sí o
no! ¡sí o no! ¡si o no! La gritería
apabulla al panista que apenas mueve la cabeza sin despegar los labios.
Resignado, resiste, pero no cede un ápice.
La gente descarga su
rabia. Una ira colectiva que tampoco deja dudas: no hay, ni habrá tregua para
quienes fieles al gobernante recitan su voto en fila india: “a favor del pueblo
y en contra del dictamen”.
Ayer, la historia
que se escribió en la víspera de aquel 13 de diciembre y cuyas “oscuras”
negociaciones se delataron en el transcurso de la reunión donde los priistas
abogan por enmendar la plana –“nos equivocamos, ahora vamos a reconsiderar”,
dijo Samuel Moreno— ahora fue distinta.
Nueve diputados han
avalado el dictamen de la reforma a la legislación hacendaria para derogar la
llamada Contribución al Fortalecimiento Municipal, el COMÚN, la tenencia pues.
Y los mal nacidos
estallaron en júbilo. Poco les importó si los soberanos se descuentan o no el
50% del sueldo.
El motor de su
lucha, es otro. Está en juego su patrimonio. La economía en la mesa de sus
hogares. Con el espíritu inflamado, henchido, volvieron a la calle.
Es una batalla. Un
pasito. Un empeño resuelto. Después de conocer la opinión de Guillermo Padrés,
el reclamo parece lejano, si no es que utópico.
Y la bomba en el
Congreso, nunca explotó. Eso lo sabía el administrador Moya cuando invitaba con
más flojera que gracia; con más desgano que chispa; más obligado que
preocupado, a desalojar el inmueble.
Y es que, para los
manifestantes, desde hace rato que en Sonora estalló la bomba.
(DOSSIER POLÍTICO/ Héctor Froylán Campos Macías /
2013-01-18)
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