Javier Valdez/ COLUMNA Malayerba
Ella con su trescincuentaisiete
mágnum, marca Walther. La mandó limpiar con el viejo de siempre. No solo la
deja reluciente. Ella se enorgullece de su revólver. Por eso le disparó a ese
intruso que no distinguió entre los matorrales del patio frontal de su casa.
No le dio porque no
quiso. Pero aquel salió huyendo, enredado entre sus piernas, dando tumbos. Al
día siguiente fueron su hermana y su madre a hablar con ella. Pensaban que lo
quería matar y que si había fallado a la primera, no habría tercera. Se
retiraron tranquilas: no sabía quién era ni quería darle pa’bajo, nomás que no
vuelva.
Enfermera y de las
buenas. Con cerca de veinte años de experiencia en esa clínica. Risueña como un
escandaloso virus contagioso: sus labios parecen nido de pájaros alborotados
cuando se abren y sonríen y se carcajea, y a tal nivel que esa fiesta sube a
sus ojos. Cuando sus interlocutores no saben por qué se ríe, igual lo festejan.
Esa tarde se
encabronó, lo que no se le da tan seguido. Su primo le había dado una patada a
su mamá. Ella no estaba pero cuando habló con su madre se puso roja y luego
verde y después morada. Sus ojos traían un mapa colorado que parecía mudar de
un extremo a otro de sus cavidades.
Lo buscó y aquel se
enteró. No le dio la cara. Traía en sus bolsillos malas y fogosas intenciones.
Lo sabía su primo. No quiso enfrentarla y mejor se escondió en otro lugar.
Ella, que sabía que no iba a controlarse si daba con él, habló con un conocido.
Todos los tenemos, dijo. Le pidió que hablara con él: tú sabes cómo, con qué.
Era un joven amable,
amiguísimo de ella. Integrante de una familia de narcos de abolengo. Siempre
traía su cuarentaicinco a la mano. Quieres que lo mate, preguntó. No, pero no
lo quiero cerca. El pistolero cumplió con su encargo y al hombre aquel no se le
vio más.
Ella con su
trescincuentaisiete mágnum. La mandó limpiar porque ya le hacía falta. Antes de
ponerla bajo llave, en su recámara, pensó. Quiere adiestrar a sus hijos en el
manejo de armas. Que aprendan a disparar, defenderse, herir. Sobre todo porque
teme que se metan a su casa, que pretendan hacerles daño. O por lo que se
ofrezca, no más.
Ella no tiene
cuentas con nadie. No anda en eso. Es su trabajo, la familia, los amigos. Pero
está sola al frente de ese núcleo y prefiere que ellos sepan, antes de que
ocurra una tragedia. Tomó el arma, la blandió. La mira, la idolatra. Está
bellísima mi trescincuentaisiete. Chingona.
Piensa en aquel
primo abusón. Se le inyectan los ojos. Se le suben los colores. Todavía le
tiene coraje. Se quedó con ganas. De qué: de matarlo, pero no de un balazo.
Lástima. Está lejos, en otro país. Donde ella lo mandó.
18 de enero de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Javier Valdez /Lunes 21 de enero de 2013)
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