Buscando la verdad acerca del Callejón
del Diablo, surgió otra versión que a la par de la leyenda nutre la famosa
historia
La leyenda del Callejón del Diablo
enriquece la historia de Monclova y la región.
Monclova, Coah.- Confiado en
Dios y la Virgen de Zapopan, Fray Juan Antonio Marfil de Jesús decidió convocar
a todas las potestades celestiales para que lo auxiliaran en la batalla que
estaba a punto de librar con el demonio.
Armado con crucifijos, agua
bendita y aceite consagrado, además de la Santa Biblia bajo su brazo, el
religioso llegó a lo que era la entrada a un callejón que colindaba con la
calle de Santiago (hoy la Juárez).
La angosta callejuela
desembocaba con rumbo al Oriente en el río Monclova, pegaba con los carrizos y
la luz de la luna daba un toque más siniestro a esa noche de septiembre de 1715
(algunas fuentes lo sitúan en 1716).
Marfil de Jesús hizo escala
en Monclova cuyo alcalde era Pío Gil en su segundo mandato; se dirigía a Texas
con sus misioneros al recién fundado San Antonio.
Apenas arribó a la Villa
cuando los pueblerinos le informaron que meses antes el diablo hizo acto de
presencia en la siniestra calle “sin salida” más pestilente que un zorrillo.
Tras considerar que era un
verdadero problema y las narraciones daban por cierto que el “Príncipe de las
Tinieblas” atormentaba a los monclovenses, el padrecito, en punto de las 12 de
la noche hizo lo que consideró su deber.
Caminó los 100 metros de
longitud que tiene el callejón mientras rezaba, lanzaba agua bendita y hacía la
señal de la cruz con el aceite. El recorrido lo hizo solo, mientras que en la
boca calle, asustados, estaban las supersticiosas autoridades y soldados que no
se atrevieron a seguir al franciscano.
¡Santo Remedio!...Parecía que
el diablo se fue frunciendo la cola a los más apretados infiernos tras el
exorcismo hecho por Fray Marfil de Jesús. Quizá el obstinado “patas de cabra”
no regresaría a ese lugar, pero hasta la fecha aún existe el Callejón del Diablo.
LA CLÁSICA LEYENDA LOCAL
Basándose en fuentes
confiables como el doctor Regino Fausto Ramón y el ingeniero Melquiades
Ballesteros (alcalde de Monclova en 1910 y 1911), el historiador Lucas Martínez
Sánchez ubicó la leyenda un Viernes Santo, apenas 26 años después de la
fundación de Monclova.
Narra la tradición que ha
pasado por generaciones, que aún no era construida en forma la Iglesia de
Santiago Apóstol mientras que la Ermita ya estaba siendo levantada (desde 1700)
y las procesiones de los religiosos se hacían por las principales calles.
Algunos historiadores
mencionan que en el siglo XVIII las vías que corrían de sur a norte se les
llamaba calles y a las de oriente a poniente callejuelas y en algunos casos
callejones.
“Ave María Purísima, las doce
en punto y sereno”, gritó el pintoresco personaje que indicaba las horas por
las calles y seguido se escuchó la campana que anunciaba el paso de la
procesión del silencio.
Como un respeto a los actos
sacros, los pueblerinos tenían la costumbre de encerrarse en sus casas, incluso
estaba prohibido por las autoridades observar el paso de los caminantes que
cumplían con sus penitencias, ni siquiera por la cerradura de las puertas.
Algunos cargaban pesados
maderos, arrastraban pesadas cadenas y grilletes y otros representaban a Cristo
mientras los flagelaban.
Martínez Sánchez refiere que
dos jovencitas (fuentes indican que eran costureras y otras que se dedicaban al
oficio más antiguo del mundo) que vivían en una casita del callejón, cerca de
la propiedad de don León Villarreal, no hicieron caso y a escondidas
contemplaron el paso de los penitentes.
De pronto un caballero
ataviado elegantemente de rojo, sombrero emplumado del mismo color, ojos de un
azul penetrante, rostro fino y melena negra larga, se acercó a las curiosas
muchachas.
Demostrando una gran labia
las aduló y obsequió dos paquetes que simulaban contener velas de cera
elegantemente adornadas con papel de china. Ellas coquetearon aún más y prestas
desenvolvieron los obsequios.
Con susto constataron que
eran dos canillas o manos putrefactas y con el corazón a punto de salirse por
el pecho, vieron con terror cómo aquel mozo bien parecido se convertía en
satanás.
Cuernos en la frente, pata de
gallo y la otra de cabra, la cola larga y con movimientos simiescos, el diablo
se burlaba dando terribles risotadas para luego abalanzarse contra ambas.
Quiso el cielo que al momento
de desmayarse de la impresión, unas tijeras que portaba una de ellas, cayeran
abiertas en forma de cruz, que al verlas el “chamuco”, huyó despavorido. A raíz
de éste incidente y de otras presuntas apariciones del diablo en forma de gato
y chivo negro que dejaban un tufo sulfúrico, Fray Marfil de Jesús realizó el
exorcismo cinco meses después.
UNA VERSIÓN MÁS TERRENAL
Lo que se conoce como el
Callejón del Diablo, hoy en día es la calle Jesús Barrera de la Zona Centro de
Monclova. Nace en la calle Juárez y termina en el cruce con la avenida
Constitución y Suzanne Lou Pape, donde hace una pequeña cuesta y al igual que
tres siglos atrás, desemboca en el río Monclova.
Al menos seis familias son
las más antiguas del histórico lugar, entre ellas la formada por el matrimonio
de José Manrique Cavazos Valdez y Patricia Elizabeth Rivera Hernández, que tienen
más de 50 años en el número 710.
El padre de Patricia, Don
Manuel Rivera Mata, uno de los sastres más famosos de Monclova y la región
narraba a sus hijos lo que para él era la verdadera historia del mítico
callejón.
Antes de su muerte acaecida el
1º de enero de 1998, don Manuel dejó escrito en un cuadernillo la historia
donde refiere que en esa calle existió, un solicitado hojalatero y herrero del
cual no recordaron su nombre, pero especularon que pudo llamarse Pedro, quien
tenía dos hijas.
Para 1919, durante el mandato
presidencial de don Venustiano Carranza, el ahora Museo Coahuila y Texas era el
cuartel de la partida táctica Militar de Monclova.
La ahora Capital del Acero
estaba en la administración del alcalde Rafael Gaona y se acostumbraban las
pastorelas en la catedral de Santiago Apóstol. Don Pedro cada año participaba y
personificaba de una manera magistral al diablo.
En diciembre de ese año, el
herrero fabricó unas inmensas garras de hoja lata para emular las manazas del
demonio y se dispuso a actuar una vez más en el festejo navideño.
Desde hace tiempo, una de sus
hijas mantenía una relación amorosa con un bisogño soldado del cuartel, que
aprovechaba las ausencias de don Pedro para ver a su amada.
Don Manuel dijo a su familia
que la noche de la pastorela, los enamorados pactaron huir. El militar iba a
desertar para llevar a cabo una vida normal con su novia, pero el idilio fue
descubierto: un vecino fue con el chisme al papá en medio del evento.
Enfurecido y vestido de
diablo, trinche en mano, don Pedro fue hasta su casa y sólo le faltó echar
chispas para ser un satanás verdadero. La penumbra fue su aliada (no había
alumbrado) y al descubrir al castrense lo tomó por la espalda.
Cuando el soldado volteó, la
sangre se le heló en sus venas al ver que “El patrón de los infiernos” lo
agarraba con sus puntiagudas uñas al momento que corría despavorido y pedía
auxilio, pues…¡El diablo se lo quería llevar!
Luego de ese chusco episodio
la gente se refería al herrero como “El Diablo” y como vivía en el callejón, de
ahí partió el inmortal apodo de la callejuela.
De una forma u otra, ambas
narraciones enriquecen la interesante leyenda de esa calle monclovense, que
debería ser remodelada con motivos coloniales o coronada por un arco de entrada
con una placa que recuerde su historia con fines turísticos. En la actualidad
los peatones recorren tranquilamente la angosta callejuela pero hace 302 años,
¡Ni los más valientes se atrevían!
(ZOCALO/ NÉSTOR JIMÉNEZ/08 DE OCTUBRE 2017)
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