Orgulloso de su familia, de su trabajo y
del lugar que le permitió hacer fortuna, Don Julio creo su propio estilo de
vida y lo defendió hasta el fin, tuvo pocos lujos y uno de esos fue elegir el
puerto para vivir
‘Mazatlán
fue un gran lugar para vivir’ Foto: Noroeste
Don Julio contaba que en una
ocasión lo visitaron representantes de Hacienda y le confesaron que habían
buscado cuentas en dólares a su nombre en Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y
otros países, pero no habían encontrado nada.
Los funcionarios recibieron
una carcajada de don Julio, él no creía en amasar una fortuna en efectivo,
incluso criticaba a los empresarios que mantenían cuentas en dólares en el
extranjero.
“Para qué descapitalizar los
negocios, si me dijeran que me fuera a vivir a Estados Unidos, ni loco… mucha
gente ni ha empezado a ganar cuando ya está viendo cómo llevarse el dinero a
Estados Unidos”, comentaba.
Hablaba con orgullo de sus
reinversiones en suelo mexicano.
“Todo el dinero que hemos
generado en este negocio, que ha sido mucho, muchísimo, con las ventas de
terrenos, de casas, de tiempo compartido… no sé si miles, pero cientos y
cientos de millones de dólares, en los últimos 30 o 40 años, todo está
reinvertido en México”.
Su capacidad para crear
nuevos proyectos le impedía tener liquidez, antes de ganarlo el dinero ya
estaba destinado para invertirlo en nuevas empresas o en pagar los eternos
créditos donde conseguía dinero para seguir construyendo.
Durante 20 años manejó un
chevrolet viejo que le llamaban el “batimovil” y cuando no pudo conseguirle una
defensa, porque era muy viejo, le mandó hacer una de madera de guanacaxtle.
Presumía que en la agencia de
autos de los Coppel habían prometido un premio al vendedor que le pudiera
vender un carro nuevo.
Sus gastos personales los
cubría con un sueldo mensual mediano que se había puesto él mismo y ahorraba
como cualquier ciudadano para irse de viaje.
Claro que tenía sus lujos, la
comida era uno de ellos.
“Yo soy un gran gourmet y un
gran comedor, me gusta mucho comer, me gusta la chorcha de comida con amigos,
me gusta mucho juntarme con mis amigos que me van quedando, tomarme una buena
botella de vino tinto”, decía.
Al hablar de sus preferencias
se explayaba.
“Me gusta la comida española…
la comida japonesa, me gusta también la comida china, la comida tailandesa me
encanta. Me gusta mucho la comida francesa, las salsotas esas que hacen. Me
gusta mucho la comida mexicana, pero sin chile”.
Lo que no le gustaba también
lo dejaba claro.
“No me gusta la comida muy
ornamentada, esa que le ponen un pedacito de carne y un montón de pend… que no
se comen, me gusta ir a comer, no a hacerme pend..”.
Le gustaba comer con su
familia o con sus amigos, era común verlo sentado en una esquina del
restaurante Villa Italia y rodeado por su esposa, hijos y nietos.
OTRO DE SUS LUJOS ERA VIAJAR
Había visitado los cinco
continentes, sólo sentía pesar por no haber visitado nunca la India y de sus
sitios favoritos recordaba Turquía, las enormes llanuras de su meseta central y
la misteriosa Capadocia, ahí se quedó un mes, fascinado por ese país rodeado
por once países amenazantes.
“Me gusta mucho viajar, he
viajado mucho con los Madero, con Jaime Coppel y su mujer, con los Johnson”.
Mostraba con orgullo una
fotografía de un viaje al Polo Norte, junto a su esposa Dolores. En la gráfica
aparece completamente abrigado, con cierto aire de esquimal. Explicaba que un
avión los había llevado hasta el círculo polar ártico.
También contaba las malas, el
capítulo más difícil de su vida fue, sin lugar a dudas, los meses que don Julio
estuvo detenido en la cárcel, primero en el Reclusorio Norte de la Ciudad de
México y después en la cárcel de Tampico, de donde fue liberado.
Don Julio aceptó hablar de
esa época a pesar de que sabía el dolor que el tema le causa a su esposa
Dolores, pero quiso revelar sus recuerdos con la intención de que no se
continúen deformando las razones de su detención.
Todo sucedió en los años 70,
cuando el Gobierno federal poseía dos barcos para pescar bacalao en asociación
con una empresa española y convence a don Julio para que se los compre a un
precio simbólico, don Julio acepta a pesar de que era evidente que el gobierno
tenía problemas con su sociedad con los españoles.
Don Julio pagó un peso por el
60 por ciento de las acciones de barcos que habían costado 4 millones de pesos,
sin saber nada del negocio del bacalao, salvo que se consumía en el centro del
país en la temporada navideña.
De entrada se dio cuenta de
lo difícil que era la relación con los españoles y la imposibilidad de llevar a
sus pescadores mexicanos a los mares del norte, donde sólo los gallegos
soportan las bajas temperaturas y las extremas condiciones del mar más
peligroso del mundo.
Don Julio se embarcó una
semana sólo para darse cuenta que las agujas de hielo que traspasaban sus
chamarra le iban a hacer imposible mantener un mínimo de control, en un negocio
totalmente dominado por sus socios españoles.
Sin embargo el bacalao que
llegaba a México a un dólar el kilo, se vendía en Cuaresma a 20 dólares el
kilo, lo que convenció a don Julio de seguir en el negocio.
En la primera temporada
vendió 10 millones de dólares que inmediatamente reclamaron los españoles, lo
que desató el primer enfrentamiento entre don Julio y sus socios que
presentaron gastos de los barcos que superaban las ganancias.
Pero el problema vino de otro
lado, los comerciantes que tradicionalmente distribuían el bacalao en México
vieron en don Julio al responsable de quitarles el mercado.
“A los gachupines de La
Merced se les estaba yendo el pu.. negociazazo que estaban haciendo”, relataba
entre carcajadas y palabrotas.
Los comerciantes demandaron a
don Julio y en su intento por bloquearlo lo acusan de comprar bacalao en Canadá
y traerlo a vender a México como contrabando.
Don Julio negaba rotundamente
la acusación de los comerciantes de La Merced, explicando detalladamente el
largo trabajo que hacían para capturar, transportar y salar el pescado en
México, con todos los permisos en regla.
Atendiendo a una llamada de
funcionarios de Hacienda para intermediar en el caso, don Julio acude a la
Ciudad de México, donde es detenido.
El empresario pasa tres meses
en el Reclusorio Norte y seis o siete meses en la cárcel de Tampico, donde un
juez que revisa el caso lo libera, al no encontrar delito que castigar.
A su salida de la cárcel, don
Julio se dirige directamente a España para traerse los barcos y entregarlos a
Banpesca, cerrando lo que el consideraba su peor negocio.
De su relación con los
mazatlecos hablaba siempre con admiración, le sorprendió siempre su carácter
para trabajar en el turismo, le gustaba
la mezcla de vocación para servir, pero sin ser serviles, conservando un
orgullo que les permitía responder con valor a un visitante grosero.
Incluso transportó a cientos
de trabajadores de sus hoteles en Cancún para que fueran capacitados por los
mazatlecos.
Sobre los pescadores se
quejaba de que eran pendencieros y borrachos, pero encontraba la razón en
generaciones de hombres valientes que nunca sabían si iban a comer al día
siguiente.
Le gustaba leer, leía
normalmente cuatro periódicos durante el día y tenía una predilección por los
libros de temas históricos.
“He leído bastante sin decir
que soy un literato, ni mucho menos, pero he leído mucho”.
Le preocupaba la ecología,
pero a su modo, no creía en una defensa radical de la naturaleza, su corazón de
empresario lo hacía preferir una explotación equilibrada de los recursos que
permitiera conservar y hacer negocio.
En el complejo de El Cid creó
un sistema de reciclado de basura, viveros, calentadores solares para el agua
de las albercas y protegía la fauna que habita en el Fraccionamiento.
En Cancún mantiene un
programa de regeneración del mangle afectado por el paso de los huracanes.
Pero lo que más protegía era
a su familia, hablaba con devoción de su hijo mayor, Julio, de quien admiraba
su capacidad de lectura, su memoria y su vasta cultura.
A Carlos y Fernando los
consideraba tan capaces como él para llevar sus negocios adelante y presumía
que su hijo menor, Mariano, se labraba un futuro fuera de Mazatlán.
Para su mujer tenía un sitio
especial, la consideraba la gran responsable de sus éxitos y la voz que lo
convenció de quedarse en Mazatlán cuando los negocios no iban bien y pensaba en
regresar a la Ciudad de México.
Quería a sus empleados que lo
habían acompañado durante muchos años, construyó una colonia para darles casas
y muchos de los gerentes todavía viven en El Cid.
Para el puerto tuvo los
mejores deseos y al final se mostró agradecido.
“Mazatlán fue un gran lugar
para vivir”, dijo don Julio Berdegué Aznar.
ASÍ TE LO CONTAMOS HACE 10
AÑOS
(NOROESTE/ Ariel Noriega/ 21/04/2017 |
04:00 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario