El papa Francisco oró este
miércoles por la misericordia en el penal de Ciudad Juárez, que ha sido crisol
de todos los padecimientos sociales mexicanos. La misericordia que tiene en el
perdón y la reconciliación sus dos pilares. Fue la coronación de las plegarias
de Francisco, que a lo largo de su viaje por México ha pedido por el reencuentro
de los mexicanos con los mexicanos. El jefe de la Iglesia católica sabía que
llegaría a un México que vive una ruptura social. Desde hace dos años, ocho
obispos de Michoacán –a uno de ellos, Alberto Suárez Inda, lo haría cardenal–
difundieron un mensaje a los michoacanos que la reflejaba.
Fue el primero de dos
documentos que emitieron en 2013, donde la conclusión cuando terminaba el
primer año del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, era que “la sociedad
(estaba) a tal grado contaminada por la corrupción… que cualquier esfuerzo de querer
mejorar las cosas, está condenado al fracaso”. El diagnóstico de la realidad
michoacana, era la radiografía de un país que, desde entonces, su sociedad ha
vivido una exacerbación creciente. Francisco habló de los males en esta gira,
pero si la reconciliación ese año era una urgencia, hoy es una utopía.
Las palabras del Papa serán
estériles. La reconciliación nacional no es algo que esté en la idiosincrasia
del Gobierno peñista. Ni siquiera se puede decir que es por su distanciamiento
de lo que sucede en las calles mexicanas, sino porque parece que el Presidente
se niega a actuar en consecuencia. Tomemos el mensaje de los obispos
michoacanos: “No nos extraña el surgimiento de las llamadas policías
comunitarias, signo y consecuencia del hartazgo de la población ante el
crecimiento de los problemas arriba señalados, con lo cual se ha aumentado la
confusión para los habitantes de las comunidades, que se ven rodeados de grupos
armados de distinta procedencia, muchos de los cuales se autonombran defensores
de los intereses de la gente y hasta pretenden actuar en nombre de Dios”.
¿Cuál fue la respuesta del
Gobierno? Convirtió esas policías en grupos paramilitares integrados con
criminales y la volvió una política de Estado. Bajó la violencia en Michoacán y
reactivó la actividad económica, pero no se solucionó el problema de fondo. En
su segundo mensaje ese año, expresaron su frustración: “Es generalizada la
percepción de que falta eficacia en las autoridades federales, estatales y
municipales para garantizar la seguridad, el orden, el derecho al libre
tránsito”. ¿Qué sucedió? La política de seguridad del gobierno de Felipe
Calderón, origen de su crítica, se convirtió en una política de tolerancia en
el primer año de gobierno peñista.
Recordemos: el primer comisionado
de Seguridad dejó de perseguir a criminales y con ello los fortaleció; el
primer procurador no quiso actuar contra gobiernos locales criminales que
trajo, entre otras consecuencias, la desaparición de los normalistas de
Ayotzinapa.
El Presidente protegió el
desgobierno en Guerrero, que encabezaba su amigo, y ha protegido al Gobernador
de Veracruz, que inyectó dinero en su campaña. Este Gobierno ha sido tolerante
con la corrupción, queja eterna de los empresarios ante lo cínicamente atascado
por cómo se comportan en el Gobierno federal, y soberbio en ignorar sus
conflictos de interés.
¿Cómo puede Francisco aspirar
a la reconciliación nacional cuando desde el propio Gobierno al que fue
dirigido su mensaje, la política ha sido rupturista? Las palabras del Papa
están inspiradas en los reclamos michoacanos, que pidieron en 2013 al Gobierno
que instaurara “un orden de justicia y equidad” con toda la determinación y
todos los medios posibles.
Ese clamor no tuvo respuesta.
Al contrario. Un año después se confirmó cómo los grupos paramilitares que
abrazó el Gobierno terminaron de limpiar a sus enemigos, y cómo, ajenos del
pudor, se mantuvo la predilección y los privilegios a los cercanos del poder.
La definición de lo que
pensaba Peña Nieto y su equipo interno la dio el entonces jefe de Oficina de la
Presidencia, Aurelio Nuño, en una entrevista con el diario madrileño El País:
“No vamos a sustituir las reformas por actos teatrales con gran impacto, no nos
interesa crear ciclos mediáticos de éxito de 72 horas. Vamos a tener paciencia
en este ciclo nuevo de reformas. No vamos a ceder aunque la plaza pública pida
sangre y espectáculo, ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las
instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”. Pero aquellas
denuncias eran mucho más que gritos desaforados. Colocaban los acentos en la
mala ortografía del palacio.
La conducción peñista no sacó
al Gobierno de la crisis. La agudizó. La desaprobación del Presidente en todas
las encuestas públicas es mayor que la aprobación por una diferencia de dos
dígitos. En los estudios que tienen en Los Pinos, los datos son peores: casi
ocho de cada 10 mexicanos, desaprueban su gestión. Desde 2013, la aprobación de
Peña Nieto va en picada, mientras que el malestar social sube: 8 de cada 10
mexicanos, según los estudios que miden el humor social, están enojados con el
Gobierno. No hay palabras santas capaces de revertir esta tendencia.
No faltan los buenos deseos
ni las intenciones, pero el mensaje de Francisco choca con un Gobierno incapaz
de aceptar que sus formas, modos, políticas, discursos y actuaciones han sido
equivocadas, sin que se vislumbre que en los casi tres años que restan del
sexenio, pueden modificarse.
(ZOCALO/ COLUMNA DE RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 19 DE FEBRERO 2016)
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