Reivindicar a los pueblos
indígenas como hizo el papa Francisco en San Cristóbal de las Casas ¿es sólo un
reconocimiento de lo que la jerarquía eclesiástica mexicana les negó durante
siglos? Previamente Francisco ya había pedido perdón por tantos crímenes
cometidos en su contra por la Iglesia católica durante la era colonial, y este
lunes se entregó el decreto para que las lenguas indígenas puedan ser usadas en
misa, medio siglo después de que el Segundo Concilio Vaticano autorizó que la
liturgia pudiera hacerse en lenguas vernáculas, no sólo en latín. Pero no
acudió a Chiapas, el estado menos católico de México, sólo para este encuentro.
Ahí oró ante la tumba Samuel Ruiz, a quien conoció en los 60, y quien llevó,
inopinadamente o no, la causa indígena al extremo: la lucha armada.
No se puede interpretar ese
momento como una autorización implícita de Francisco que en aquellos momentos
donde se llega al límite, la opción de las armas sea el camino. Pero tampoco
puede minimizarse el homenaje al obispo de San Cristóbal de las Casas,
comprometido con una causa cuyo papel central aún es debatido y que corona el
surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y su alzamiento el 1
de enero de 1994. En una carta pastoral en agosto de 1993, el obispo Ruiz
insistió en que las condiciones de vida “infrahumanas” que ya vivían las
comunidades indígenas se habían agravado por nuevas formas de opresión política
y un modelo, el neoliberal, impuesto en aquellos años por el Gobierno mexicano.
El EZLN fue una derivación de
los movimientos armados que surgieron a finales de los 60 en México. Los
hermanos César Germán y Fernando Yáñez fundaron en agosto de 1969 las Fuerzas
de Liberación Nacional, que se desdoblaron en 1972 cuando el primero estableció
en Chiapas El Diamante, un campamento donde comenzó a operar el llamado Núcleo
Guerrillero Emiliano Zapata. César Germán y una célula del FLN fueron atacados
en 1974 en una casa de seguridad en San Miguel Nepantla, en el Estado de
México, donde murieron cinco y otros, como él, alcanzaron a escapar. Fue
perseguido por las fuerzas de seguridad federales hasta Ocosingo, en la
serranías de la Lacandona, donde se supone fue asesinado. Fernando viajó a
Chiapas a reclutar cuadros, entre los que se incorporaron profesores y
estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana –de donde salió el
Subcomandante Marcos–, y de Chapingo. En La Garrapata, en la Selva Lacandona,
formaron el primer campamento del EZLN.
El embrión guerrillero no era
desconocido para Samuel Ruiz, a quien el expresidente Ernesto Zedillo llamaba
en privado “el obispón rojo”, de manera ideológicamente peyorativa, y acusaba
de llevar a cabo “una ideología de la violencia”. Para el Gobierno mexicano
Ruiz era “el verdadero comandante” del EZLN, en una simplificación de la
realidad en las comunidades indígenas que nunca admitió que el levantamiento de
1994 fuera producto directo de la política económica que se había impuesto
desde una década antes. No fue casual que las comunidades donde se alzaron con
mayor fuerza los indígenas fue en las viejas zonas cafetaleras que había
abandonado el Instituto Mexicano del Café y que varios de los comandantes
indígenas habían sido líderes campesinos que habían sido parte del sistema
político que los cambió por el neoliberalismo.
Cuando se alzó el EZLN el
obispo Ruiz se deslindó de la lucha armada, aunque fue un intermediario
fundamental en los esfuerzos del gobierno de Carlos Salinas para evitar que el
levantamiento armado contaminara las elecciones presidenciales de 1994. Si su
participación no fue directa, la labor de los católicos en esa lucha
guerrillera fue central, con un gran activismo de los dominicos, y el trabajo
de abastecimiento de armas para el EZLN. Monjas Maryknoll, por ejemplo,
compraban equipo en las armerías de San Francisco, California, y las enviaban
por tierra hasta Chiapas. Desde Guatemala también les llegó viejo armamento,
aunque nunca el suficiente para ser, militarmente, una amenaza al Estado
mexicano.
El EZLN fue, sin embargo, una
sacudida a las conciencias mexicanas, pero visto en su línea de tiempo, el
resultado fue más epidérmico que de fondo. Las comunidades indígenas
chiapanecas siguen viviendo en condiciones similares o peores a las que
describió el obispo Ruiz en su carta pastoral hace más de un cuarto de siglo, y
se sigue discriminando de manera sistemática y estructural a los indígenas.
Ruiz, un obispo diocesano, estuvo muy activo en esas luchas sociales, y junto
con sus cercanos fueron rechazados por la jerarquía eclesiástica, que optó
siempre por el Gobierno y los trató de aislar. Sólo una vez la aristocracia
religiosa salió en su apoyo, cuando el procurador general en el gobierno
zedillista, Antonio Lozano Gracia, quiso meterlo en la cárcel.
Ruiz fue obispo de San
Cristóbal de las Casas hasta 1999, cuando una petición de la Iglesia mexicana
al Vaticano llevó a Juan Pablo II a removerlo. De igual forma, trasladaron a su
heredero natural, Raúl Vera, a la Diócesis de Saltillo, donde se encuentra
actualmente. El obispo Vera es una de las personas a las que escucha Francisco,
y una de las razones por las cuales fue a San Cristóbal de las Casas, el
encuentro más cercano del Papa con los más pobres entre los pobres, en una
reivindicación al pueblo insurgente, a Samuel Ruiz, y al recordatorio
permanente de que con esas comunidades los mexicanos tenemos todavía
muchas cuentas qué pagar.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
/ twitter: @rivapa
(ZOCALO/ COLUMNA DE RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 19 DE FEBRERO 2016)
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