Una “S” es lo que divide a
Venecia en dos y narra 12 siglos de historia. Es lo que se conoce como el Gran
Canal, que fue utilizado como un puerto por donde llegaban las telas, las
especies y los tesoros del mundo conocido como Rialto, el mercado que tomó su
nombre de la principal de las 117 islas que forman este archipiélago en el Mar
Adriático. Todas las guías turísticas se refieren a los palacios góticos y
renacentistas que la iluminan, como la Academia de las Bellas Artes que fundó
Napoleón en 1807 o el Vendramin Calergi, donde murió Richard Wagner en 1833. De
lo que poco hablan es de lo que está en la imaginación de quienes la visitan:
el corazón de esta ciudad medieval pletórica de erotismo y lujuria.
Es la Venecia de la que
hablan las películas, la de los mitos y los estereotipos. Una ciudad que fue
tan vital para el comercio como vibrante, donde las damas ricas tenían amantes
consentidos por sus esposos más jóvenes, que para mantener la dote aceptaban
que sus mujeres se acostaran con conocidos. Ésta es la ciudad que dio fama a
Giacomo Casanova, el mayor amante en la historia popular, pero en donde también
se empapó en placeres el poeta inglés Lord Byron, que presumió haber tenido más
de 250 amantes, superando en dichos por dos al legendario veneciano.
Pero Venecia es más que
ellos. Es la de George Sand, cuyo amor roto le quitó la inspiración de
Frédérick Chopin y cuyo tempestuoso romance –como lo describen los expertos–
con el poeta Alfred de Musset, figura entre los más célebres de las letras
francesas. George Sand siempre fumaba puros, una característica poco atractiva
para muchos, en el entendido de que el escritor no era él ni era inglés, sino
francés y era ella, la baronesa Dudevant, cuyo nombre real era Aurore Dupin.
Ese amor se convirtió en la
trama de una de las novelas más famosas de Musset, La confesión de un hijo del
siglo, escrita en 1836, aunque cinco años después George Sand escribiría su
propia versión, Ella y Él. La historia es totalmente veneciana: ella se enamora
de otro hombre y se lo presenta a su amante, quien ante la propuesta de un
“ménage à trois”, lo rechaza y se hunde en la desesperación. La trama culmina
en el Hotel Danieli, también sobre el Gran Canal.
El Hotel Danieli, un complejo
de tres palacios de los siglos 14, 19 y 20, con lámparas de cristal artesanal
de Murano y columnas de mármol trabajado a mano, tiene un edificio principal
construido por la familia Dandolo, que encabezó la conquista de Constantinopla
y la caída del Imperio Bizantino. Es uno de los grandes hoteles del mundo que
no sólo cuenta entre sus huéspedes a quienes vivieron casi dos años en su
habitación número 10 –Sand y Musset–, o Byron y Wagner, sino algunos
contemporáneos como el director de cine Steven Spielberg; el compositor y
director de orquesta, Leonard Bernestein, o la curadora de arte Peggy Guggenheim
–el apellido que también le da nombre al famoso museo de arte moderno de
Venecia–, y otros grandes de la
literatura, Goethe y Charles
Dickens, Proust y Balzac, en cuya suite se filmaron varias escenas de la
película El Turista, protagonizada por Angelina Jolie y Johnny Deep en 2010.
Pero en Venecia, el único que
entra en la categoría de Casanova y Lord Byron es Gabrielle d’ Annunzio,
descrito como un megalónomo protofascista que ayudó a modelar la Italia
dictatorial de Mussolini, cuyos ojos fueron descritos salvajemente en algún
momento por la actriz francesa Sara Bernhardt como “pequeñas gotas de mierda”.
D’Annunzio era evidentemente feo quien, sin embargo, antes de entrar en la vida
política, fue escritor y uno de los grandes seductores de esta isla. Estar
casado no le impidió cambiar de cama y amante con excesiva regularidad, a
quienes veían las mujeres, cuenta la leyenda, casi como bisexual: una poderosa
virilidad combinada con dulzura femenina. Presumía haber seducido a mil
mujeres, muchas de ellas antes de 1889, cuando escribió El Placer, una novela
decadente pero atrevidamente explícita de todo aquello que presumía.
D’Annunzio era un plebeyo sin
cuna de plata, como Casanova, el precursor de todas y todos quienes escribieron
la historia de excesos sexuales de Venecia. Pero nadie como este símbolo que
vivió aquí en el siglo 18, los años de las pasiones disolutas y el libertinaje.
Casanova nació en la mejor calle posible que podía haberlo hecho, Comedia, muy
cerca del Palacio Merati, donde vivieron su madre y sus hermanas, donde
Casanova consumió noches eternas de pasión con la aristocracia veneciana. Este
palacio es propiedad privada y actualmente no se puede visitar, pero no así
Campo San Mauricio –donde en un capricho de la vida hoy se ubica ahí Acción
Católica, una organización de laicos que promueve los valores morales–, que
habitó el poeta
pornográfico Giorgio Baffo,
que tuvo una gran influencia sobre él.
El Gran Canal fue el centro
de todo en una ciudad que en la Edad Media fue el centro del mundo. Nadie
recogió jamás su pulso como el académico y político Pompeo Molmenti en su
Historia de Venecia en su Vida Privada: “Los aristócratas iban frecuentemente acompañados
por sus criadas y las intercambiaban con los caballeros, que las seguían en
otra góndola, con guiños y sonrisas, atando intrigas de amor sobre esta única
“calle” del mundo, entre palacios de mármol café, agua y un cielo con colores
sonrientes”. Hoy nadie hace esto, pero con respecto a lo demás, la vida sigue.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE
PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 04
DE ENERO 2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario