Miguel de la Madrid lidió con Rafael
Caro Quintero. El llamado "capo de capos" exhibió la impunidad y la
corrupción del crimen organizado en las entrañas de la administración pública
en México.
La historia de Caro Quintero
terminó cuando, amparado por la impunidad, asesinó a quien menos debía: el
agente de la DEA, Enrique Camarena, el Kiki. Ese hecho de febrero de 1985 fue
el inicio del fin del mafioso y el primer descalabro del entonces llamado
Cártel de Guadalajara. El capo fue detenido —con toda la fuerza del gobierno de
Estados Unidos sobre el de México— en abril de 1985. A la postre fueron
detenidos, en efecto dominó, sus secuaces, Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix
Gallardo.
Cuando Félix Gallardo fue
encarcelado, la estructura de cárteles de las drogas que hoy conocemos ya
estaba cimentada. Inició una era de corrupción e impunidad que sistemáticamente
ha llevado a los narcotraficantes a empoderarse de la mano de la estructura
política y administrativa mexicana; a mantener feudos mientras no trastoquen
intereses de Estados Unidos a raíz de las actividades ilícitas que se
diversifican según el gobierno y de acuerdo a quien resida en Los Pinos.
Carlos Salinas de Gortari y
Ernesto Zedillo Ponce de León tuvieron como antagonistas al cártel Arellano
Félix desde Baja California, y al cártel de Juárez, de Amado Carrillo Fuentes,
en la frontera con Texas. Los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix y su
amplia familia dominaron la escena criminal en México durante más de veinte
años, mientras los tentáculos de Carrillo Fuentes llegaron hasta las cárceles
de El Paso donde reclutó sanguinarios sicarios y dominó los cielos para trazar
las más lucrativas rutas de la cocaína desde Colombia hasta Estados Unidos.
A Carrillo Fuentes lo
declararon muerto en un hospital de la Ciudad de México a consecuencia de un
error quirúrgico; y ni Carlos Salinas ni Ernesto Zedillo tuvieron la capacidad,
el compromiso ni el interés, para detener a los hermanos Arellano Félix,
instalados en Tijuana, hasta que también se equivocaron a lo grande. En dos
ocasiones, una por sexenio.
En mayo de 1993, hacia el
ocaso del salinato, los Arellano asesinaron a tiros al cardenal Juan Jesús
Posadas y Ocampo, cuando protagonizaron un sangriento enfrentamiento, con quien
por esos años era su enemigo, un relativamente joven Joaquín Guzmán Loera, el
Chapo.
La presión de la Iglesia
católica y de la comunidad internacional ante los arrojos de los Arellano los
convirtieron en enemigos número uno de dos países, sin embargo, destinar un
millón de dólares al mes para el pago de protección a policías y fuerzas
armadas, lo que les permitió evadir la justicia cuando la impunidad tuvo precio
en el sexenio de Salinas de Gortari, administración que en el mismo 1993 sacó
de circulación al Chapo, dándole libertad de maniobra a los hermanos.
En el sexenio de Zedillo, los
Arellano siguieron dominando el negocio de la droga. Pero, otra vez, cometieron
un error irreparable: intentaron dar muerte al periodista J. Jesús
Blancornelas. También en Tijuana, el codirector del Semanario Zeta inició en el
primer lustro de la década de 1980 el periodismo de investigación en materia de
narcotráfico y crimen organizado.
Blancornelas investigó y
publicó las redes de corrupción de los hermanos Arellano y su participación
directa en el homicidio del cardenal Posadas. Luego de develar la forma en que
Benjamín y Ramón escaparon del Aeropuerto Internacional de Guadalajara en una
aerolínea comercial, apoyados por autoridades aeroportuarias, nueve sicarios
del cártel lo emboscaron. El periodista sobrevivió a cuatro balazos de los más
de ochenta que impactaron su camioneta. En este hecho de sangre murió su
escolta, el 27 de noviembre de 1997. El mismo día, la presidencia de Ernesto
Zedillo Ponce de León se hizo cargo de la seguridad del periodista y reinició
la persecución de los hermanos que, un sexenio atrás, no fueron detenidos.
El gobierno de Estados Unidos
reforzó a la par las investigaciones que sobre los Arellano tenía, y proveyó
información al gobierno mexicano para ubicar y aprehender a los principales
lugartenientes.
Ambos Arellano cayeron en el
2002. A Ramón lo mataron en Mazatlán en febrero, y a Benjamín lo detuvieron en
Puebla en marzo. El cártel inició su descenso. Hoy día, con el hijo de Ramón
Arellano, la familia busca recuperar el poder que por más de 20 años
ejercieron, particularmente, en las administraciones de Salinas y Zedillo. Su
reestructuración en tiempos de Enrique Peña Nieto es una prueba de la
corrupción y la impunidad que consiente el gobierno mexicano.
Un año antes de la caída de
Benjamín y Ramón, Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, escapó de la prisión de
máxima seguridad de Puente Grande, Jalisco, para convertirse en el capo de por
lo menos dos sexenios. El de Vicente Fox Quesada, el de Felipe Calderón
Hinojosa, y dos de los tres años que lleva el mandato de Enrique Peña Nieto.
En el de Fox, el Chapo se
convirtió en el narcotraficante más poderoso del mundo, y en el de Calderón
detonó la guerra contra las drogas que cobró, en seis años, más de 103 000
vidas en el país.
Al combatir a Guzmán, los
gobiernos federal y estatal acabaron con los liderazgos del resto de los
cárteles. En el sexenio de Felipe Calderón se desarticularon los Arellano, Los
Valencia, los del Golfo, los Beltrán Leyva, los Zetas, los de Nacho Coronel, lo
que permitió el crecimiento del cártel de Sinaloa y abrir la puerta a otros
grupos criminales escindidos de este, que también se alimentaron de la
impunidad y la corrupción para arraigarse en distintos estados.
Aunque Enrique Peña Nieto
reaprehendió al Chapo y poco más de un año después el sistema de corrupción en
el gobierno federal le facilitó la huida, este capo casi sexagenario no es el
del sexenio.
El que identifica al sexenio
de Enrique Peña Nieto es el Cártel Jalisco Nueva Generación. Liderado por
Nemesio Oseguera Cervantes, el Mencho, uno de los capos más violentos desde que
en 2010 se escindió del cártel de Sinaloa, e Ignacio Coronel, el Nacho, fue
abatido por las fuerzas armadas de este país. Entonces se convirtió en un
ilícito vigilante que pretendió acabar con Los Zetas y con los miembros del
cártel cuyo crédito comparten a la fecha Joaquín Guzmán Loera e Ismael Zambada
García.
Con la experiencia de los
cárteles precursores que brotaron en Guadalajara desde De la Madrid se gestó el
Mencho. Es considerado uno de los criminales más violentos, de alta
peligrosidad y rico del mundo. El cártel del sexenio lo encabeza un expolicía
que ha evadido a sus enemigos y a algunos representantes de la autoridad que
caminan por el lindero de la honestidad, a fuerza de balas.
El Mencho ha cometido
excesos. Muchos. Ha matado secretarios, jefes de la policía, federales,
militares y a miles de ciudadanos, en su lucha contra otros cárteles y en
represalia a operaciones cuyo objetivo es su captura. Es responsable de una
emboscada en abril de este 2015 donde fueron asesinados quince policías y
heridos otros, pertenecientes a Fuerza Única Jalisco.
El 1 de mayo, también de este
año, miembros del Cártel Jalisco Nueva Generación derribaron un helicóptero de
la Secretaría de la Defensa Nacional e iniciaron una justa criminal que afectó
tres estados y provocó daños cuantiosos en gasolineras, bancos, más de cien autos
y autobuses incendiados, quince muertos, otro tanto de detenidos y poco menos
de una decena de heridos. Además, el terror se generalizó en Jalisco, Michoacán
y Colima.
Estos excesos no han sido
suficientes para que el gobierno mexicano emprenda una investigación y una
búsqueda reales para la aprehensión del capo que va ganando terreno y
notoriedad en el mundo criminal. Estados Unidos ya lo tiene en la mira.
Comenzaron a investigar lo que el gobierno mexicano ha ignorado: la estructura
financiera del CJNG. El Departamento del Tesoro ha delineado la ruta del lavado
de dinero, y develado una red empresarial que da sustento a la organización
criminal.
El CJNG administra hoteles,
sociedades anónimas de bienes y raíces, de arquitectura y diseño, consultorías
integrales y administradoras de bienes turísticos en los principales puertos de
México. Estados Unidos ha descubierto la red de mujeres que desde la
clandestinidad que a los ojos de la autoridad mexicana les concede el género,
integran un grupo de lavado de dinero.
Pero el gobierno de Enrique
Peña Nieto no actúa en consecuencia. Los capos se están reorganizando cobijados
por una autoridad que, al no verlos, fomenta su crecimiento, dejándolos
desarrollar hasta convertirse, como es el caso del CJNG, y en los primeros tres
años, en el cártel de este sexenio.
(SEMANARIO ZETA/ REPORTAJEZ/ ADELA
NAVARRO BELLO/ 21 DE DICIEMBRE DEL 2015
A LAS 11:50:54)
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