De un ángulo, parecen hoteles de dos estrellas con baños,
televisión, camas limpias y tres comidas al día; de otro, son casas de
seguridad de donde hay que rescatar a migrantes.
Tamaulipas.- Depende de cómo se le vea. De un ángulo, podría parecer un hotel de
dos estrellas: acceso a baños con regaderas. Televisión a color. Camas
limpias. Tres comidas calientes al día y, a veces, pollo del Kentucky
Fried Chicken. Hay hasta una mesa para jugar cartas. Y como en cualquier
otro negocio, no se permite salir, sino hasta pagar la cuota por los
servicios recibidos.
Desde la óptica del gobierno federal es una
casa de seguridad, un sitio del que se debe rescatar a migrantes
indocumentados porque, dicta el argumento, han sido secuestrados por el
crimen organizado. Pero quienes han pasado por ahí sostienen que hay
otra connotación.
“Cuando iba al norte yo descansaba en esas casas
en lo que mi familia pagaba el cruce a Estados Unidos. Cuando pagaban
lo que costó el viaje, ya entonces me cruzaban al otro lado”, dice Elmer
G, un migrante hondureño que ha recurrido tres veces a guaridas de polleros en la frontera de Matamoros con Brownsville, antes de pasar el río Bravo.
Al
convertirse estas casas de seguridad en blanco de reiterados operativos
militares en los últimos meses —acciones definidas por el gobierno
federal como rescate de migrantes—, se abre el debate si en realidad se
trata de operativos antisecuestro o si algunas simplemente son redadas
en busca de indocumentados, una muestra más del paulatino endurecimiento
de la política migratoria en México.
¿Es secuestro? Para el
gobierno federal, sí. Desde 2007, la Procuraduría General de la
República (PGR) ha descubierto 49 casas de seguridad que considera eran
utilizadas para mantener privados de su libertad a migrantes en Reynosa y
Matamoros. Algunas de ellas, según la dependencia federal, estaban
dirigidas y operadas por los Zetas y el cártel del Golfo. La
Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) asegura haber rescatado en
Tamaulipas a cerca de mil 500 migrantes plagiados desde 2009.
Pero
la experiencia de Elmer apunta en el sentido de que no todas las casas
son sitios de secuestro y que hay algunas que son empleadas como un
punto de embarque para los tradicionales flujos migratorios. Se cobra,
sí, pero la cuota del pollero previamente acordada. Finalmente es un servicio: cruzar ilegalmente al norte.
“Así
es como se va a Estados Unidos”, explica este migrante hondureño,
deportado tres veces de la Unión Americana y quien actualmente se
encuentra en una estación migratoria de Chiapas. “Yo lo que hacía era
llegar a Matamoros e ir preguntando por la casa de los polleros. Hay quienes te dicen cómo llegar. Ahí te quedas hasta que pagan y ya después te vas”.
—¿Cómo se trata a la gente en las casas de paso?
—A
mí bien. A la gente con la que me ha tocado estar, bien. A las mujeres
se les respeta. Nos dan de comer. Hay colchonetas para dormir mientras
se espera. Te puedes bañar, ver la tele...
Pero si bien es una
casa de paso, no deja de tener una connotación de criminalidad.
Contactado vía telefónica gracias al Centro de Derechos Humanos Fray
Matías de Córdoba, Elmer admite que no se puede salir de las casas sino
hasta pagar la deuda contraída con el pollero. Quienes reniegan del pago son retirados a la fuerza.
“Nunca
supe a dónde se llevaban a los que no pagaban”, dijo este hondureño que
en los próximos días será deportado de vuelta a Centroamérica y quien,
tan pronto como pueda, asegura estar listo para emprender de nuevo el
camino al norte.
Hospedándose, por supuesto, en las casas de paso de los polleros.
(MILENIO/ Víctor Hugo Michel/Reportaje
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