Yadira Leos
Saltillo.- “¡No vales nada, me hace mejor el amor un hombre que tú!”, es la
frase que escuchó durante mucho tiempo María de Lourdes, quien después de
cuatro años de separada todavía la tiene grabada en su memoria, pues en más de
una ocasión se la dijo Víctor.
Haciéndose camino entre la oscuridad y calles desconocidas, acompañada de
su suegra y cuñada, llegó a una casa en la Mirasierra, al asomarse por la
ventana hombres, mujeres y gays practicaban todo tipo de sexo, más de 10
realizaban una orgía. Dejó salir un grito de decepción: “¡Víctor qué haces
aquí!”.
La escena que ella califica como fuerte, pues ver que su esposo estaba con
un hombre, rodeados de risas, juegos y bajas pasiones, automáticamente le quitó
la venda de los ojos: la persona que tanto amó desde la primaria y con quien
procreó a sus tres hijos no era lo que ella pensaba.
Faltaban sólo unos cuantos días para cumplir 16 años de casados y María de
Lourdes soñaba cómo festejaría tan memorable fecha; descubrir que a su esposo
le gustaban los hombres le interrumpió sus ilusiones, rompió su matrimonio y
calcinó el amor que sentía por él.
DE TODA LA VIDA
Víctor y María de Lourdes cursaron juntos desde el jardín de niños, la
cercanía de sus viviendas cosechó una amistad entre las familias, aquellas
calles de la colonia que los vio nacer fue testigo, en aquellos años, del amor
que fue creciendo entre los dos.
Cuando llegaron a la primaria, según ellos ya tenían edad de tener una
relación, por lo que decidieron hacerse novios, estaban en sexto de primaria,
disfrutaban de pasear y convivir con sus amigos.
María de Lourdes acababa de completar los 20 años y Víctor 19 cuando
decidieron contraer matrimonio, la idea no fue bien vista por la familia del
novio, que en todo momento se opuso a que se uniera por la Iglesia.
Recordó que la boda la prepararon en una semana, sólo sería por lo civil.
Enamorada y con un mar de ilusiones se dieron prisa para tener todo listo, ese
día era el más grande de su vida, pues a partir de esa firma sería la señora de
Víctor.
Faltaban tres días para la boda, María de Lourdes le dijo a su mamá: “Voy a
buscar a Víctor para ir al centro a comprar los zapatos”, al salir de su casa,
a sólo tres más se encontraba el novio platicando con unos jóvenes que atendían
una estética.
Al llamar a su futuro esposo, él dio la vuelta y se acercó a ella, juntos
se fueron a comprar los zapatos. A sólo un día del evento, se acercó Roberto,
uno de los que atendía la estética.
Con seriedad y temeroso le confesó que Víctor le había pedido tener
relaciones sexuales, “‘¿Víctor te pidió, qué?’, no le creí”, recordó. Presurosa
y confundida enfrentó a su pareja, éste lo negó todo y le juró amor eterno.
Ante esta confesión, ella tomó la decisión de no casarse, sin embargo su
mamá la convenció, pues no podía dejar todo a la deriva, ¿cómo le podía hacer
esto a Víctor?, todo estaba listo y le dijo: “Tienes que casarte, a él lo
conocemos de toda la vida, si lo dejas y te consigues otro y te sale golpeador,
tomador o yo qué sé…”, fue la última palabra.
INFECCIÓN EN EL PENE LA
HACE SOSPECHAR
Con la ilusión de un porvenir mejor, María de Lourdes comenzó a escribir su
historia. Los primeros días todo fue normal, tranquilo. A los pocos meses de
casados ella estaba parada en la puerta de su casa cuando llegó su esposo
acompañado de una persona, se saludaron y convivieron un rato hasta que la
visita decidió retirarse.
“¿Quién es, parece mujer, es gay?”, cuestionó inmediatamente cuando la
puerta se cerró. A lo que el marido respondió: “Es Miguel mi amigo y no, es
hombre”.
Cuando cumplieron un año de matrimonio, llegó Víctor muy asustado a su casa
y buscó a su mujer y le confesó que Miguel sí era gay, que estaban tomando y ya
con unas copas de más le había pedido tener una relación.
La vida continúa, la amistad con Miguel sólo era eso, una amistad, “somos
como carnales”, le decía Víctor cuando ella cuestionaba su estrecha relación,
“nunca vi nada que me hiciera sospechar”.
Llegaron los niños, todo estaba bien, los problemas comunes de un
matrimonio y después de 10 años de casados decidieron unirse ante Dios.
Toda la familia salía a pasear e invitaban a Miguel; cuando María de
Lourdes se encontraba ocupada o indispuesta, Víctor tomaba a los niños y junto
con Miguel los sacaban a pasear por la Alameda, la Deportiva o las calles del
centro de la ciudad.
Víctor decidió que era mejor operarse para ya no tener más familia, con
tres hijos era más que suficiente para poderles dar una vida digna, “se operó y
me obligó a operarme. Creo que después de eso comenzó todo”.
La relación con Miguel era más estrecha, continuó platicando María de
Lourdes, en una ocasión llegó a casa con sala, comedor y hasta un carro, “¿Y
todo eso, Víctor de dónde?”, a lo que él respondía: “Me lo regaló Miguel, ya
sabes que somos carnales”.
Desde siempre le gustó la bebida, pero para estas fechas él ya era otro, de
la semana se perdía tres días y no le daba dinero.
¿Cómo empezaste a sospechar?, le pregunta la reportera.
“Cuando él contrajo una infección en sus partes, traía como roña, ronchas rojas
en las piernas y muchas grietas en su pene”.
María de Lourdes le cuestionaba el porqué de esa enfermedad, le exigía que
le dijera la verdad, pues de seguro traía otra mujer.
Ella platicó con sus amigas de lo que le estaba ocurriendo en la intimidad y
las amigas le aconsejaron que toda mujer casada debe ser mujer, amiga, amante,
de todo para tener una mejor relación.
No se dejaría, era su matrimonio, sus hijos y tomó la decisión de
sobrellevar a su marido y hacer las cosas que él pidiera.
“‘Ahora quiero que te comportes como prostituta’, me decía, lo hacía para
tenerlo contento”.
En otras ocasiones llegaba con juguetes sexuales, los ponía en la mano de
María de Lourdes y giraba la instrucción, “anda métemelo”.
“Eso ya no lo acepté, me rehusé”. Al poco tiempo le dijo entre broma, si
quieres podemos traer a mi amigo y los tres participamos. “Menos acepté, eso no
es normal”.
Aunado a los juegos sexuales que cada día subían más de tono y al ver que
su enfermedad avanzaba, ella decidió retirarse un poco de su marido, ya no le
lavaba la ropa, “cómo revolver su ropa con esa enfermedad y la de mis hijos,
no”.
Esta acción enojó a la familia de él y la tachaban de floja, de mentirosa,
los roces comenzaron aún más, sin embargo, ella siempre respetó a sus suegros,
sólo callaba y bajaba la mirada.
ORGÍA LO CONFIRMA
El evitar tener relaciones con Víctor terminó por enojarlo y salía de casa
más seguido buscando apagar sus lujuriosas pasiones con quien sí lo permitiera.
María de Lourdes comenzó a vivir una etapa difícil en su vida, sólo de vez en
cuando veía a su marido y pocas veces cumplía con los gastos de la casa.
Hasta que un día en la madrugada recibió una llamada, era su marido, “la
voz era rara, me preocupé”. Habló para informar que no iría a su casa, el tono
de su voz angustió a la todavía enamorada esposa a quien no le importó la hora
que era y comenzó a buscarlo.
“Le hablé mi hermano, que en una ocasión ya me había dicho que lo había
visto por la Mirasierra y le pregunté “¿dónde mero lo has visto?’”.
Era un 21 de marzo de 2010, estaba por amanecer y nuevamente tomó el
teléfono y le habló a la suegra y cuñada con la finalidad de que se dieran
cuenta de lo que era su hijo.
Con enojo e impotencia todavía recuerda como si fuera ese día, “estaban en
el primer cuarto todos, en un colchón king size, unos acostados, otros parados.
Yo tumbé todo para que vieran mis suegros, los que pudieron corrieron mientras
que otros se escondían en el colchón.
“Inmediatamente vinieron los reclamos de él, ‘¿Por qué haces esto?’.
“Yo le contesté, ‘por qué no hablas con la verdad y nos separamos’, me
agarró de las manos y me dijo ya no voy a regresar a la casa”.
TRES RETOÑOS EN
SUFRIMIENTO
Después de ese día se destapó la ola de mentiras en la que había vivido sin
darse cuenta. A los pocos días llegó Miguel a su casa y le confesó la verdad,
durante los 16 años habían sido pareja. Se dio cuenta que estaba despechado,
pues Víctor ya se iba con el mejor postor, en su mayoría viejos gays.
La primera vez que se fue, el niño grande entró en depresión y se orinaba
en la cama, a los tres días terminó por pedirle a Víctor que regresara a casa y
se dieran una nueva oportunidad. Llegaba el fin de semana y el hogar de María
de Lourdes volvía a lo mismo, por segunda vez lo corrió, pero ahora sería su
hija la que sintió la ausencia, “me recomendaron que me juntara”.
Aceptó vivir nuevamente con Víctor. Por más que se esforzaba en buscar la
felicidad ya nada era igual, ni siquiera en la intimidad. En esta época los
niños sólo veían que sus papás tenían discusiones como cualquier otro
matrimonio, pero no se enteraron del porqué.
Las humillaciones que le hacía Víctor cada vez eran más fuertes, en
repetidas ocasiones le gritaba, “no vales nada, me hace mejor el amor un hombre
que tú”, esto fue la gota que derramó el vaso.
“El que te engañen con una mujer es feo, pero no tan humillante, tenemos lo
mismo, pero que te cambien por un hombre, sí se siente feo, te hacen sentir que
no vales nada”, explicó María de Lourdes.
Ya cansada de tantas humillaciones y maltratos psicológicos lo corrió.
Ahora sí la definitiva.
María de Lourdes había tenido al margen a los niños, ella no quería que sus
dos hijos y la niña se enteraran de las preferencias de su padre. Juntos
comenzaron una nueva etapa, con dificultades y pleitos ante los juzgados.
Al año encontró trabajo en una fábrica y las cosas marchaban medio bien,
pero caminaban. Un día en diciembre decidió llevar a sus hijos a un mercadito,
acudieron acompañados de una de sus hermanas, la que se ofreció a llevarla en
el carro.
Cuando estaban bajando del vehículo, el niño mayor apretó fuertemente el
brazo de María de Lourdes, y con voz bajita, para que no escucharan sus
hermanos, le dijo:
“¿Ya viste a mi papi?, ¿por qué le abre la puerta a su amigo como si fuera
mujer?, ¿por qué le agarra la mano?, ¿qué pasa mamá?”.
Ante esa escena no pudo hacer nada y tuvo que platicarle lo más suave el
problema. Duró llorando todo el día, su figura de padre se derrumbó, su familia
y el corazón del pequeño estaba deshecha.
El niño mayor siente recelo por su padre, el menor se despierta en la
madrugada y no duerme porque está pensando, “nunca dice en qué” y la niña cursa
el segundo de primaria y no sabe leer.
Indicó que no la deja trabajar porque la sigue, la intimida y la asusta con
quitarle a los niños; Víctor le deposita 160 pesos a la semana y a lo mucho
400, lo que no le permite solventar los gastos de la casa y mucho menos comprar
despensa.
“Me siento mal, hay veces que no tengo nada, los niños me dicen ¿qué vamos a almorzar?’, yo les digo un vaso de
agua de la llave, porque ni a garrafón llego, y en la comida también”.
Pero el hambre les gana a los pequeños, quienes piden a su mamá algo más
que no sea agua y con pena los manda a pedirles a las vecinas una sopa o
tantitos frijoles para apaciguar el hambre de sus retoños.
“Por eso acepté que se fueran los viernes, sábados y domingos con su papá
para que coman bien, ya de perdido su abuela les da de comer, comen lo que no
comen acá”.
DIOS NO EXISTE
Al ver que el sufrimiento cada día aumenta y la desesperación que siente de
ver a sus hijos con hambre y no tener con qué alimentarlos llegó a reclamarle a
Dios, a renegar de él, “por qué permite que mis hijos sufran tanto, y dejé de
confiar en él”.
Así que un día dijo “Dios no existe, estamos solos mis hijos y yo”. Después
llegó una vecina y platicando le comentó que ella no cree en Dios porque la
deja sola, la vecina la regañó y orientó, ahora habla con Él y con la Virgen,
sabe que por algo pasan las cosas, sólo le pide paciencia y fuerza de voluntad
para aguantar la prueba que le pone.
“Espero que pronto termine todo y yo, junto a mis hijos, salir adelante, yo
sé que no tengo dinero para pagarles una carrera, pero contra viento y marea
lucharé para que terminen la prepa, para que puedan encontrar un trabajo
estable y no se me conviertan en unos pandilleros”.
Añora un final feliz
Después de cuatro años de separada se pone a recapitular su vida y deduce
que año tras año de su matrimonio había “cositas” que la hacían parar las
antenas, pero el amor no permitía que viera con claridad las cosas.
“Yo sí lo quería, es el padre de mis hijos”.
Después de separados, un día Víctor la invitó a salir, María de Lourdes se
dio la oportunidad, tenía que saber si todavía lo amaba, “ese día me invitó a
un hotel y tuvimos relaciones, ahí me di cuenta que ya no sentía nada por él y
comencé los trámites del divorcio”.
Víctor y Miguel siguen viéndose, aunque más esporádicamente, porque el que
fuera esposo y padre de familia sigue buscando personas con quien dejarse
llevar al mundo de la lujuria.
Ahora la preocupación es prestarle los niños, “cada que van con él les
hablo para preguntarles cómo están. Entre pláticas le pregunta al niño cuáles
son las actividades cuando se van con él, como el niño mayor ya sabe, yo le
digo ‘ustedes no se anden yendo con su papá solos’.
“Estoy preocupada porque él quiere quedarse con los niños, pero él fue
quien falló, para qué los quiere si cuando se los lleva los deja con su abuela
y sólo el domingo los pasea, pero lamentablemente él tiene licenciado de paga,
mientras que yo tengo uno de oficio y ni se mueve, pero no dejaré de luchar”.
Nunca le faltó nada con él mientras el matrimonio duró, ahora ella prefiere
trabajar y sacar adelante a sus hijos que soportar la doble vida de Víctor.
“No le deseo a nadie lo que yo viví y que sigo viviendo, quiero decirle a
las jovencitas que se fijen con quién se van a casar, desde solteros pueden
presentar otros gustos y no te das cuenta hasta que ya es demasiado tarde”.
(ZOCALO/ REVISTA VISION SALTILLO/Redacción/06/05/2013 - 05:00 AM)
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