Javier Valdez/Columna
Malayerba
El reportero dio con datos sobre la guarida del Güero, ese capo de la mafia
sinaloense. La finca no era para nada discreta. Tan solo de frente tenía
alrededor de mil 500 metros de largo, cercas electrificadas, vigilancia a través
de cámaras de video y sensores de movimiento.
Escribió la nota después de confirmar que ahí se resguardaba el jefe del
narco. Incluyó testimonios de policías, de funcionarios de la Procuraduría de
Justicia, testigos y gente del bajo mundo. Nadie quiso que sus nombres
aparecieran, pero todos condujeron a lo mismo: es ahí, es de él, el jefe.
Entregó su información al diario nacional para el que trabajaba. Su nota
salió bajo un encabezado grande, su nombre más pequeño en la base del cabezal y
luego la nota de cerca de 3 mil 500 caracteres. Estaba contento porque la nota
se publicó y en una posición destacada de la plana y en sección Política.
Chingón, dijo, mientras leía el diario. Pero no quiso quedarse ahí. Se
levantó a mear y sintió lo que podía ser el seguimiento de esa nota, mientras
el chorrito caía en el resumidero redondo y lleno de hoyitos que parecían
mirarlo y sonreírle. Carraspeó, hizo un montoncito entre lengua y paladar y
escupió. Sí, le voy a dar otra nota sobre lo que hacen estos cabrones.
Escribir, decía, es una necesidad fisiológica. Es como respirar o cantar,
comer. Escribir es como ir a mear. Y en esa meada pensó en que debía pelearse
de nuevo con las teclas de su Dell Vostro para mantener el tema en su cabeza,
en esos dedos temblorosos y en las páginas del diario del que era corresponsal.
Indagó sobre contactos, operadores, socios, negocios inmobiliarios y también
del mundo político, dentro y fuera del Gobierno.
Aquí está. Lo tengo. Y se puso de nuevo a escribir. En el encabezado se
leía Políticos, empresarios y policías, en la nómina del Güero. Líder del
cártel, jefe de la plaza, nuevo patrón en la ciudad, el principal operador de
la organización criminal, fueron expresiones que se repitieron generosamente en
la historia. Y él ufano: meón y cantor.
El jefe de la sección del periódico le llamó. Párale cabrón, le ordenó. No
te puedo decir por teléfono. Mandé un mensaje por correo. Míralo y me dices,
pero de este tema ya no habrá nada más. En el mensaje le decían: paren a ese
pinche reportero, díganle que le baje de güevos, que ya sabemos quién es y
dónde vive, y conocemos todos los movimientos, domicilio, de su familia en la
capital.
Él se sorprendió. Pocos, muy pocos sabían de sus parientes en esa ciudad.
Dudó. Frotó sus manos y pasó sus dedos por el cabello negro y ondulado. Una
camioneta negra se le emparejó. Un hombre carraspeó y escupió para convocarlo.
Él volteó y vio la pistola. Bájale de güevos, güey, le dijo blandiendo el arma.
Y se le quitó lo meón.
3 de mayo de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Columna
Malayerba de Javier Valdez/Mayo 5, 2013)
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