En las comunidades indígenas
en Oaxaca y Chiapas la nostalgia no existe. Se vive y se muere el mismo día.
Pese a esa realidad, el sismo de 8.2 grados en la escala de Richter del jueves
pasado, expuso la vulnerabilidad a cielo abierto de quienes no tenían nada y
aún así, perdieron lo único de lo que eran dueños: la tranquilidad para dormir.
Las categorías para entender desde las ciudades lo que este sismo significó
para miles de indígenas en el sur mexicano, están caducas. ¿Cómo podrían
explicar que en Reforma de Pineda, en la frontera de Oaxaca con Chiapas, los
hornos donde preparan las tortillas y los totopos es el equivalente a vivir o
morir? Cuando los temblores los aplastaron, la población se quedó inerme: sin
tortillas, no tendrán ningún ingreso; sin totopos, perdieron su alimento.
Ante dramas con dobleces tan
primarios, los discursos sobre las políticas públicas que dicen funcionarios
federales se van a poner en marcha para la recuperación de esas comunidades,
trazan la brecha que existe en dos realidades que conviven sin mirarse, y que
sólo se cruzan cuando hay tragedias. En Reforma de Pineda, reportó el
corresponsal de Eje Central Jair Ávalos, se cayó el 76 por ciento de las casas.
Pero también la Alcaldía, el mercado, la estación del ferrocarril por donde
pasa La Bestia, el DIF y el auditorio. Los casi 3 mil habitantes que se
quedaron sin techo, se fueron al campo de futbol municipal, cuyas maltrechas gradas
se convirtieron en albergue. Poca ayuda les ha llegado, como a Santa María
Xadani, a 20 minutos de Juchitán, que se reinventa con el trabajo de sus
habitantes pero, observó Ávalos, la falta de comida y la escasez de agua
agudiza su sobrevivencia. “Ya no hay nada más que pueda caerse -agregó-, pero
el miedo inunda las calles de este pueblo que todavía la semana pasada sentía
el calor de los hornos y olía a tlayudas y pescado”.
En esas regiones del sur
mexicano, quedó demostrado que los pobres pueden ser todavía más pobres, y
perder hasta lo que nada tenían. Chiapas es el estado más pobre del país, con
80 por ciento de personas que viven en condiciones de marginación, y Oaxaca es
el tercero más desamparado, con el 63 por ciento de su población menesterosa.
El Índice GLAC tiene a Oaxaca y Chiapas en el sótano de su ranking de falta de
bienestar y de riesgos sociales e inestabilidad. Los dos, agobiados por la
corrupción de sus ex gobernadores, enfrentan altos niveles de pobreza y
marginación, que ante la mala calidad de vida, un brote social de inconformidad
está latente. Ambos estados se encuentran en los últimos lugares de
estabilidad, en situación cotidiana que se encuentra en países en guerra como
Pakistán y Somalia.
Esa realidad ya existía antes
de los sismos. Después de ellos, las condiciones van a empeorar de una manera
acelerada. No hay forma que la asistencia a todas las comunidades afectadas
llegue con la celeridad como exige la angustia de las víctimas. La tensión va a
crecer conforme avancen los días sin resultados tangibles de mejoramiento que
los pudiera llevar al precario bienestar en el que se habían acostumbrado -pero
no necesariamente resignado- a vivir.
Funcionarios estatales y
federales han comenzado a experimentar la inconformidad. El Gobernador de
Oaxaca, Alejandro Murat, camina todos los días por las zonas afectadas con la
cabeza gacha, sin mostrar control sobre la información. Los protocolos
estatales para casos de desastre no funcionaron. No hay prácticamente policías
municipales atendiendo a las víctimas y trabajando en las operaciones de
rescate, porque se encuentran ellos mismos rescatando a sus familiares y viendo
qué van a hacer. La seguridad en las comunidades que no están bajo la mirada de
las cámaras de televisión, la han tomado los propios pobladores para evitar
saqueos y actos de rapiña. Al Secretario de Educación, Aurelio Nuño, lo
increparon el martes en Juchitán por el colapso de 400 escuelas en ese estado
que, de sí, ha vivido un rezago educativo de casi una generación.
Entonces, ¿políticas públicas
eficientes para dos estados que han sido tirados a la basura por quienes más
tienen? ¿Podrá un nuevo diseño institucional reponer el rezago por el abandono
mexicano de mexicanos que se remonta a generaciones? No será algo inútil, pero
no hay que abrigar mucha esperanza en las condiciones actuales. Recordemos el
ambicioso plan del Presidente Enrique Peña Nieto sobre Zonas Económicas
Especiales con un paquete de incentivos fiscales para las empresas que
invirtieran en el sur mexicano, que se ha quedado como un gran proyecto donde
el interés por conectar al México del sur con el del centro y el norte, se ha
detuvo en un sueño alterado por la frustración.
Nadie, salvo el Gobierno,
está dispuesto a invertir en Chiapas y Oaxaca. Nadie en México, fuera del
Gobierno, está dispuesto a ir al rescate de toda esa región cuya pobreza
insulta y lastima. No hay que engañarse. La salvación de esa franja del País,
que no será en menos de 30 años -la diferencia de bienestar con el norte de México-,
no pasa por un nuevo diseño de políticas públicas, salvo que se trate de una
especie de Plan Marshall, que no sería para aliviar problemas de manera efímera
y que una vez pasada la emergencia, vuelvan a ser olvidados.
Hay que reconstruir esa región
y volver a pegarla al resto del País. Chiapas y Oaxaca, aunque con nuestras
acciones no queramos verlo, también son México.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ Raymundo Riva
Palacio/ 14/09/2017 | 01:00 AM)
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