Eso de andar de queda bien
con el Presidente de Estados Unidos, le debían haber dicho al diplomático
bisoño Luis Videgaray, nunca ha sido una buena idea. Con el Gobierno de Estados
Unidos hay que seguir la máxima atribuida a John Foster Dulles, Secretario de
Estado en la Administración de Dwight D. Eisenhower, de “Estados Unidos no
tiene amigos; tiene intereses”. No hay un registro histórico del dicho de
Dulles, que todo indica fue expresada por el Presidente francés Charles de
Gaulle. La leyenda sobre su origen viene aparentemente de una visita de Dulles
a México en 1958, donde fue recibido con manifestaciones callejeras y pancartas
que decían: “Estados Unidos no tiene amigos; tiene intereses”. Sea cual fuera
el autor intelectual de la frase, el principio se mantiene y Videgaray se ha
equivocado. Plegar la política exterior mexicana a la agenda de Donald Trump,
sólo ha recibido desprecio como pago.
Videgaray llegó a la
Secretaría de Relaciones Exteriores en enero pasado, con el reconocimiento en
público, que estaba ahí para aprender. No se sabe si alguien le platicó la
historia principista de la política exterior mexicana ni la manera como
pragmáticamente aplicaron la Doctrina Estrada, con casos excepcionales con la
España de Francisco Franco, la Cuba de Fidel Castro, la Nicaragua de Anastasio
Somoza, El Salvador de la junta militar, o incluso la Venezuela de Hugo Chávez.
Lo que sí está claro, es que no aprendió.
Desde que llegó cambió la
orientación de la política exterior con Venezuela y de una postura de búsqueda
del restablecimiento de la democracia a partir de la interlocución con el
régimen y sus opositores, tomó partido por estos últimos. Recientemente fue el
primer país en declarar persona non grata al Embajador de Corea del Norte, y
sin aparente razón, expulsarlo del País. Como Secretario de Hacienda metió al
Presidente Enrique Peña Nieto a la elección presidencial en Estados Unidos al
invitar al candidato Trump a una reunión en Los Pinos.
Para lograrlo, Videgaray
habló con el yerno de Trump, Jared Kushner, quien inició las negociaciones con
su suegro para que viajara a México. El conflicto en el que metió al Gobierno
por organizar esa visita le costó el trabajo en Hacienda, pero cuando ganó la
Presidencia, con la misma ligereza con la que se analizó el viaje de Trump, se
concluyó que había sido inteligente invitarlo y Peña Nieto lo volvió a utilizar
como emisario secreto para establecer los cimientos de lo que podría ser la
relación bilateral. Todo parecía que iba bien hasta que Trump asumió la
jefatura de la Casa Blanca en enero. Desde entonces, el Presidente
estadounidense ha sido un dolor de cabeza para los mexicanos por sus
bravuconerías, mentiras y ataques. Esto escaló la semana pasada.
Luego de que The New York
Times publicó que en una reunión en la Casa Blanca el miércoles pasado el jefe
de Gabinete, John Kelly, presentó un diagnóstico muy negativo sobre la
seguridad y estabilidad en México, funcionarios del gobierno de Estados Unidos
ampliaron la versión al corresponsal de Reforma en Washington, José Díaz
Briseño, y dijeron que el General calificó a México como “narcoestado fallido”.
El lunes hubo otra filtración, a Ariel Moustsatsos, corresponsal de Noticieros
Televisa y Foro TV, quien al preguntar sobre la eventual presencia del
Presidente Peña Nieto en la cena que ofreció Trump en Nueva York a los
presidentes latinoamericanos, le dijeron que no había sido requerido. Un
funcionario de Los Pinos dijo que Peña Nieto había cancelado su viaje a la
Asamblea General de las Naciones Unidas, desde hace un mes. Si no iba a estar,
tampoco había sentido de invitarlo. Las filtraciones fueron dagas al corazón
del gobierno peñista.
Las cosas se pusieron peor.
La Casa Blanca difundió el lunes la lista de invitados a la cena, que incluía a
tres presidentes, cuatro cancilleres, un ministro de Economía, un funcionario
de segundo nivel de la Casa Rosada, un alto funcionario del Senado Argentino, y
los embajadores de Brasil y Colombia en Washington. Videgaray, quien ante la
ausencia de Peña Nieto asumió la jefatura de la delegación mexicana, llegó el
domingo a Nueva York y participó el lunes en los trabajos de las Naciones
Unidas, pero no fue requerido. Tampoco el Embajador de México en Washington ni
otro funcionario mexicano. Cero mexicanos en un encuentro con sudamericanos y
centroamericanos para hablar, principalmente, de Venezuela, excluyéndolo de un
diálogo central para la estabilidad continental. La Secretaría de Relaciones
Exteriores no informó oficialmente las razones de esta no invitación, pero
extraoficialmente explicó que se debió a que como Peña Nieto no iba a estar,
tampoco él, porque no tenía Presidente para acompañar.
El Canciller más
pronorteamericano que se recuerde en mucho tiempo, se quedó sin participar por
razones, sugieren, protocolarias. Su relación con Kushner, con el General
Kelly, y con el Secretario de Estado, Rex Tillerson, no sirvió. Las buenas calificaciones
buscadas con Washington, no le han dado resultados positivos en los últimos
días, donde las críticas a México han tenido un tono que no se veía en décadas.
Cambiar su estrategia con Washington es algo que debería considerar Videgaray,
a quien los veteranos diplomáticos en la Cancillería le podrían decir que no se
preocupe, que discrepar con Estados Unidos no es insultarlos, y que mantener
una postura independiente y respetuosa de ellos, es mejor camino que ponerse de
rodillas en la Oficina Oval.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ Raymundo Riva Palacio/
20/09/2017 | 01:00 AM)
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