> Las encuestas dicen que los
mexicanos sí quieren ciudadanos en puestos de elección popular, pero que no
compitan de manera independiente, sino arropados por un partido. Este es el
México de los inconformes que quieren la disrupción, pero no terminan de
hacerla, un país bronco que actúa como zombi en sus sueños colectivos.
1ER. TIEMPO: Los payasos
profesionales y los votos. En octubre de 1980, Michel Colucci anunció en su
Teatro del Gimnasio en París, que competiría por la presidencia francesa en
1981. La clase política se rió de Coluche, su apodo, quien era un afamado comediante
que se caracterizaba por su irreverencia. Dos meses después, Le Journal de
Dimanche, el único periódico francés que salía los domingos, publicó una
encuesta que alarmó a la clase política. Coluche tenía 16% de las preferencias
electorales, en una contienda donde participaban el presidente Valery Giscard
d’Estaing, el socialista François Mitterrand, el favorito, quien apenas lo
aventajaba por dos puntos porcentuales, el conservador Jacques Chirac, y el
comunista George Marchais. Grandes figuras todas en el paisaje francés, que
irrumpió Coluche, que estaba cachando todos los votos de protesta. Coluche
utilizaba tantas palabras obscenas cuando aparecía de payaso en la televisión,
que el mexicano Brozo sería casi un monje en comparación con él. Usaba como lema
de campaña que era el único candidato de todos que no necesitaba mentir, que
reforzaba los símbolos que tenían de él los franceses, de donde abrevaba, en
los sectores frustrados y enojados con la clase política, todos sus apoyos. El
Estado francés se preocupó. Los medios se comenzaron a cerrar y no permitían
que lo entrevistaran. En plena campaña electoral en 1981, su director
artístico, René Gorlin, fue asesinado de dos tiros en la cabeza, un crimen que
la policía caracterizó como pasional. Era el comienzo. Cuarenta y ocho horas
después, Coluche recibió una carta anónima. “¡Cuídate de la muerte!”, decía.
Siguieron las llamadas telefónicas. En una de ellas, le advirtieron: “Su pasión
por el libertinaje puede ser fatal. Puede seguir la misma suerte que su amigo”.
Un mes antes de la elección, que finalmente ganó Mitterrand, Coluche se retiró
de la contienda. El Estado francés había visto que la frescura entre el
electorado de alguien que conectara con la gente, que le dijera cosas distintas
por más inocuas y carentes de destino que fueran, horadaba la credibilidad de
los partidos y los políticos establecidos. El peligro de que un don nadie en el
campo que pensaban dominado los derrotara, era demasiado grande, como en los
años venideros, comenzaron a comprobarlo.
2O. TIEMPO: Los comediantes
rompen estructuras. La sociedad japonesa es compleja y se organiza en múltiples
capas. Hay la creencia de que son únicos —no comen carne porque su intestino es
más corto que el del resto de los humanos, es una de las ideas más falsas que
tienen—, y los niveles sociales juegan un papel determinante en su vida, que
se aprecia en comportamientos cotidianos y en el lenguaje. No hay mucha
diferencia, por cierto, de la sociedad mexicana, que es tan difícil de penetrar
como la japonesa, donde las apariencias públicas son altamente valoradas,
mientras que se esconde el fuero interno. Pero esta rígida estructura social
comenzó a desmoronarse en los 90, cuando como resultado de un partido
hegemónico, el Demócrata Liberal, que no pudo encontrar la salida tras cinco
años de recesión, se pudrió por la corrupción y el contubernio con los
empresarios, y los japoneses comenzaron a buscar opciones electorales. Las
encontraron en Tokio y Osaka, las dos principales ciudades en el archipiélago,
donde dos actores de teatro, uno de ellos interpretaba papeles de travesti, con
menos de dos mil dólares invertidos cada uno en las campañas, derrotaron a los
candidatos establecidos. No sería la última vez. En 2008, Hashimoto Toru, otra
personalidad de la televisión de revista, arrasó en las elecciones para la
gubernatura de Osaka con un mensaje sencillo: quería regresarle la sonrisa a
los ciudadanos de esa prefectura. Menos lejos de México, en Guatemala, Jimmy
Morales, el nombre que se puso James Ernesto Morales Cabrera en 2011, cuando
inició su carrera política, asumió la presidencia de su país en enero del año
pasado tras ganar la elección en segunda vuelta. Jimmy llegó a las urnas en un
momento crítico para Guatemala, que vivía su Primavera Árabe en contra del
presidente Otto Pérez Molina, que terminó en la cárcel por corrupción. Mucho
descontento galvanizó Morales, quien durante 15 años en su programa de
televisión abierta Moralejas, repitió lo que sería el lema más importante de su
campaña: “Ni ladrón, ni corrupto”. Se lanzó a la contienda “en busca del
cambio” y, como los japoneses, buscó un sistema de comunicación alterna, a
través de las redes sociales, donde lanzaba ideas como “Quieres una Guatemala
diferente, deja de ser tú, indiferente”. Los guatemaltecos le perdonaron que
estuviera vinculado a exmilitares —esa nación tiene una negra historia
golpista—, pues lo que querían era acabar con el statu quo. Esta es una
lección que se repetiría el año pasado en el Reino Unido y en Estados Unidos,
la confirmación de un patrón donde los electores quieren que una nueva luz los
alumbre.
3ER. TIEMPO: Los mexicanos
también buscan el camino. Es cierto. Desde hace varios lustros, como cuota de
los artistas, una curul del PRI se le da al sindicato. Ahora le está tocando a
Carmen Salinas, cuyo paso por el Congreso ha sido memorablemente patético.
Otros partidos han hecho lo propio. María Rojo fue senadora inocua por el PRD,
y Bruno Bichir, Damián Alcázar y Héctor Bonilla fueron constituyentes prófugos
en la Ciudad de México por Morena. Los partidos están buscando qué pueden hacer
para ganar votos, elecciones y prerrogativas. Sin importar la historia de
Cuauhtémoc Blanco como candidato del Partido Social Demócrata, que al ganar el
ayuntamiento de Cuernavaca comenzaron a pelearse, Encuentro Social ya le
ofreció la candidatura para la gubernatura el próximo año si se afilia a ese
partido, y que también buscó a Hugo Sánchez para lanzarlo como candidato a jefe
de Gobierno en la Ciudad de México. La mala experiencia en el gobierno de Nuevo
León de Jaime Rodríguez El Bronco, el candidato independiente sobre el que
tantas expectativas levantaron, casi ha aniquilado la posibilidad que en
próximas elecciones en México, esa figura sea un hit. Las encuestas dicen que
los mexicanos sí quieren ciudadanos en puestos de elección popular, pero que no
compitan de manera independiente, sino arropados por un partido. Los partidos
quieren que más ciudadanos vistan sus colores para tratar de neutralizar el
coraje que tienen contra el statu quo, pero sin mostrar más creatividad que el
mecanismo para corporativizar ciudadanos, a quienes se les secó el cerebro para
buscar el poder por fuera de los partidos. Este es el México de los inconformes
que quieren la disrupción, pero no terminan de hacerla, un país bronco que
actúa como zombi en sus sueños colectivos. La pasividad y la irresponsabilidad,
como lo demostraron los artistas-políticos, todavía no atraviesa el umbral como
en tantas otras naciones. Pero nadie puede decir que es un camino que no se
atravesará, porque apenas todo comienza.
RRIVAPALACIO@EJECENTRAL.COM.MX
TWITTER: @RIVAPA
(EJECENTRAL/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO | MIÉRCOLES 15 DE MARZO, 2017)
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