La tragedia del Cerro del Centinela en
Mexicali acabó con la vida de cinco personas; jóvenes y adultos que dejan
familias en la pena y a una sociedad conmocionada. En el caso de los
rescatistas y policías perdieron su vida, pero salvaron a decenas
Rozaba los 18 años. Moreno de
ojos un poco almendrados, nariz gruesa, lampiño; sin un solo pelo sobre la cara
más que sus cejas, el joven oriundo de Chiapas no tenía mucho tiempo de haber
llegado al Estado de México.
Su destino: el Heroico
Colegio Militar. Recién cumplida su mayoría de edad -tres días después, para
ser precisos-, Noé Carrasco Ruiz recibió una carta firmada por el General de
Brigada del Estado Mayor, Manuel Sánchez Aguilar, quien un año atrás era
director de Transporte Militar y, en 2002, el presidente del Centro de Examen
en la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA); bajo esa investidura le dio
la buena noticia al flaco muchachillo.
Su examen había sido aprobado
para ser piloto aviador militar y debía presentarse cuatro días después a las
siete de la mañana en la escuela de aviación.
“Queremos que comparta con
sus padres la alegría que sin duda les causará el saber que su esfuerzo está
obteniendo sus primeros frutos…”, leyó el próximo piloto.
Así empezó una historia que
terminaría en la fatalidad.
Cuatro historias más
completamente diferentes, se enlazarían años después ante el “altivo y viejo
guardián” en Baja California.
“Comandante, encontramos a la
persona”
Llevaban más de doce horas de
búsqueda continua.A pesar de no tener la
certeza, los integrantes del grupo de rescate Los Aguiluchos suponían que
buscaban el cadáver de la joven que horas antes se había reportado como
desaparecida en el Cerro del Centinela en Mexicali.
Noé Carrasco Cruz, piloto PEP
“M’ijo, ¿vas a ir a trabajar
tú también? Ya te tienes que ir”, dijo Arturo López, el comandante de
Aguiluchos, a las 4:30 de la mañana, tras una larga jornada de búsqueda, a Roberto Caloca Quiroz, quien horas después
moriría tras rescatar el cuerpo sin vida de la joven, entre las rocas del
Centinela.
La pregunta del comandante no
era fortuita, Los Aguiluchos son un grupo de rescatistas conformados por
voluntarios:
“Todos tenemos familia, todos
tenemos trabajo, el momento disponible que tenemos es lo que le dedicamos al
grupo”. Los rescatistas no viven de eso, carecen de recursos, no son
patrocinados por el gobierno, pero sí llamados por éste en emergencias.
Profesor de educación física,
Roberto Caloca entraría a sus labores diarias ese lunes 13 de marzo al
amanecer, aun así, respondió al comandante:
“No; me voy a quedar porque
el incidente lo vamos a sacar antes de que entre a trabajar”.
La decisión de Roberto por quedarse también
respondía a que el grupo no cuenta con los recursos económicos necesarios,
prefirieron levantar un campamento en las faldas del cerro, que regresar,
movilizar vehículos y consumir combustible.
El sábado 11, jóvenes de un
gimnasio pagaron 120 pesos por persona por participar en un ascenso al cerro
frente a la Laguna Salada.
Al descender, se dieron
cuenta que Karen Violeta Ruiz Sánchez, una mujer de 26 años, no bajó como
todos. La reportaron como desaparecida. Karen era descrita por sus amigos como
alegre. Cumpliría 27 años.
Era soltera y había terminado
su carrera de contador público. Estudió primero en la Universidad de Occidente
en Los Mochis, Sinaloa, y después se
mudó a Mexicali, donde vivió los últimos seis años.
Cuando Karen apenas cumplía
dos años en su natal Sinaloa, el Grupo Bravo 10, al que pertenecía el
paramédico que reconocería y ayudaría a trasladar su cuerpo inerte, se estaba
creando, y casi simultáneamente, el rescatista que levantara su cuerpo para
luego morir, se estaba integrando al recién creado grupo.
Roberto Munguia, Bravo 10
El
domingo 12 de marzo por la tarde una compañera de Karen, quien había bajado el
cerro, llegó a su carro, se subió y se fue al Hospital General donde estuvo
internada por deshidratación.
Cuando la dieron de alta, regresó al cerro
para enterarse de la desaparición.
Se entrevistó con el equipo
de rescatistas, les dio información y se retiró. “Empezamos a rastrear el lugar
y le decimos que no hay nada”. Más horas de fracaso.
En la mañana del lunes, quien
sufrió la deshidratación regresó al lugar. La entrevistaron de nuevo y ella
pidió llevarlos al último lugar donde vio a Karen caminar detrás de ella.
“Yo dije -recuerda López, el comandante-
´Roberto por favor, llévate a la muchacha y llévate a dos compañeros de aquel
lado´”.
Al llegar al lugar, la mujer
les dice “por aquí bajé”.
Y dos minutos antes que
llegaran al cuerpo, otra persona en labores reportó el cadáver de Karen. “Me
habla Roberto y me dice: ‘Comandante, encontramos a la persona’”.
Un querido paramédico Jorge
Alberto Zavala Martínez tenía cara de niño. Inconfundible. Un peinado intacto.
Personalidad seria. Noble, caballeroso, un parado casi militar. Casado y padre
de un pequeño hijo. Tenía 31 años recién cumplidos cuando murió.
Jorge Alberto
Zavala, paramédico de la PEP
En vísperas de Navidad 2015,
Zavala terminó su cuarta carrera, la de policía.
Salió de la academia con un
reconocimiento por su “apoyo y auxilio en el área de enfermería” durante su
formación.
Atendió a compañeros
lesionados en los entrenamientos. La atención médica era lo suyo. A eso se
dedicó durante 13 años.
Ya se había recibido como
técnico en Urgencias Médicas. Había estudiado Medicina y también Derecho, de la
última se recibió y ejerció en el despacho de su padre.
Litigó por cinco años.
Joven e inquieto, en 2016 se
estrenó como escolta de un mando estatal. En la Policía Estatal Preventiva
(PEP) era el oficial con mejor preparación como paramédico.
Cargaba siempre con un
botiquín enorme, una maleta más equipada que algunas ambulancias.
Ir con él, era estar seguro
de recibir la mejor atención en cualquier crisis. Eso le valió ser nombrado
hace menos de cuatro meses, Oficial Táctico de Vuelo en el helicóptero XC-PEP,
el mismo que se enredaría en los porta cables en la zona de El Centinela, y en
el cual perdería la vida junto con Noé Cruz, el piloto, Roberto y un rescatista
más.
Sin ninguna relación, en 2002,
a más de 2 mil 700 kilómetros, un día antes del cumpleaños 18 del cadete
aviador en el Distrito Federal, Jorge Alberto Zavala Martínez ingresaba a su
primer día de clases en la Secundaria Técnica Número 1 en Zona Río, sobre el
Bulevar Niños Héroes en Tijuana.
¿Quién diría que esas dos vidas se cruzarían
en el infortunio de la desgracia?
“Vivir y ver tantas
tragedias, con el tiempo te cobra la factura”
El domingo 12 y lunes 13 de
marzo, los días de búsqueda de Karen Violeta, Roberto Munguía, un experto en
rescate y emergencias médicas, se quedó en la base precisamente porque era
paramédico.
Ese día era el responsable de
la ambulancia del Grupo de Rescate Bravo 10 Modular tipo 1 4×4. Su presencia no era necesaria
en los cuadrantes de búsqueda.
Sin embargo, al mediodía,
cuando encontraron el cadáver de la mujer, los dos agentes de la PEP, Jorge y
Noé, comunicaron al Grupo Bravo 10 que se requería de la presencia de un
paramédico para dar fe que efectivamente el cuerpo ya no tenía signos vitales.
Es un protocolo. Y la presencia de Munguía era necesaria.
Roberto Caloca estaba a
metros del cuerpo cuando llegó la aeronave ya con Munguía. Se pidió el equipo
para la extracción y Munguía hizo el trabajo: empaquetar el cuerpo de Karen
dentro de la camilla de rescate, labor en la que le ayudaron las otras
personas.
El helicóptero llegó a base
con su misión.
Descendieron el cuerpo, pero
por el espacio, Caloca y Munguía se quedaron en el lugar del hallazgo. Los
policías decidieron regresar por los dos rescatistas y bajarlos en helicóptero
de la montaña para que no se cansaran.
“Ya tenían todo el día
anterior trabajando, se entendía que estaban cansados. De dos en dos los iban a
estar trayendo, el helicóptero había trabajado toda la mañana sin ningún
problema. El cambio de ruta, eso fue lo que nos llamó la
atención”, narra el mejor amigo de Munguía, el comandante del Grupo Bravo 10,
Raúl Ruiz.
Roberto Caloca, rescatista aguiluchos
Luego el llanto le interrumpe
la voz:
“Munguía estaba muy
emocionado por trabajar en helicóptero, no lo expresaba por la disciplina, pero
yo como amigo lo noté. Iba muy emocionado, era su primer viaje en helicóptero.
Creo que el piloto se regresó por ahí para que los muchachos nos saludaran
porque pasó arriba de nosotros, cuando vimos que iba a caer la aeronave,
pensamos que iba a caer encima de nosotros”.
Ruiz y Munguía además eran
vecinos, todas las mañanas compartían una taza de café:
“El martes mi esposa me dijo
que si me servía café y no pude tomármelo porque me acordé de mi amigo”,
regresa la voz quebrada. Roberto Munguía nació el 12 de junio de 1974, casi
diez años antes que los policías del XC-PEP nacieran.
Cuando ellos tenían seis o
siete años, el rescatista ya era parte del Grupo Bravo 10. Roberto fue
voluntario en la Dirección de Bomberos durante años en Mexicali, pero cuando
fue candidato a obtener una plaza, “le dijeron que como tenía 33 años, no lo
podían aceptar, solo a menores de 30 años, pero en Bomberos se necesita gente
de vocación y él la tenía”, recuerda su amigo.
Su último trabajo fue en la
fábrica de papel San Francisco, donde fue jefe de seguridad e higiene, pero
renunció porque aplicó para formar parte del Grupo Beta, ya había entregado sus
documentos y acudido a la entrevista, pero todavía no estaba definida su plaza
ni su fecha de ingreso.
“Estaba contento, amaba mucho
a su familia, apoyaba a sus amigos, daba la camiseta por otros y se quitaba el
pan de la boca para dárselo a quien estuviera a su lado”.
Excepto Karen, los policías y
rescatistas muertos dejaron a sus hijos huérfanos: Caloca era divorciado y con
hijos; Munguía dos niñas y un varón recién nacido; Zavala, un pequeño parecido
a él.
Por sí mismos, los hechos
ocurridos en las faldas del altivo Cerro del Centinela son una tragedia.
¿Pero qué hay detrás de cada nombre perdido?
Hoy, familias y amistades piden el fin de una pesadilla.
Las lágrimas que recuerdan a
sus amigos y familiares perdidos en el accidente son tan reales como
contagiosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario