El sábado pasado, en la
esquina superior derecha de la primera plana del diario The New York Times,
apareció a dos columnas una información muy negativa para el Gobierno mexicano.
Titulada “Investigators Say Mexico Has Thwarted Efforts to Solve Students’ Disappearance”,
se refería ampliamente, como señalaba su cabezal, a la forma como dentro del
Gobierno mexicano habían frustrado los esfuerzos para resolver la desaparición
de los normalistas de Ayotzinapa en Iguala en 2014. Pero una parte de ese largo
despacho se refería a una campaña de desprestigio que había comenzado poco
después de que refutaran la versión oficial del crimen, sintetizada
popularmente como “la verdad histórica”, presentada hace 16 meses por el
entonces procurador general, Jesús Murillo Karam.
El Times recordó los orígenes
de esa campaña mediática, que comenzó en las tres primeras semanas de noviembre
pasado, cuando se acusó a los miembros del Grupo Interdisciplinario de Expertos
Internacionales, el GIEI, de mal gastar el financiamiento del Gobierno mexicano
y de haber apoyado actos terroristas en el pasado. A lo que se refería el Times específicamente era a la denuncia de
José Antonio Ortega, presidente del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública
y la Justicia Penal en contra de la experta Claudia Paz y Paz, de quien dijo
había sido militante “del grupo terrorista guatemalteco”, Ejército Guerrillero
de los Pobres, y a la cadena sistemática de publicaciones en el diario La Razón, de la Ciudad de México.
El 21 de noviembre, el GIEI
se entrevistó con el subsecretario de Gobernación para Derechos Humanos,
Roberto Campa, en cuya reunión uno de los expertos, Carlos Beristáin, le dijo
que después de los ataques a Paz y Paz, la siguiente en la línea del
desprestigio sería Ángela Buitrago, la cabeza más visible del GIEI. Campa, de
acuerdo con varios participantes, le
respondió que no le hicieran caso a La Razón, que era un periódico que nadie
leía. Después de ello, Buitrago fue sometida a una intensa campaña de
desprestigio en prensa y radio que después continuó contra el propio Beristáin
(en este espacio se publicaron dos columnas críticas de él, y una réplica a los
textos).
Los expertos han resentido
las críticas en cascada, que casi nada de ello tiene que ver con su trabajo del
Caso Ayotzinapa. Aunque para ellos ha sido difícil entender las entrelíneas de
la prensa mexicana, dos expertos señalan que la línea conducente en esa campaña
es una crítica a su “antimilitarismo”, que es lo que aprecian en el trasfondo
de muchas de las descalificaciones.
Aunque los miembros del GIEI ubican en el mismo lado a quienes los han atacado
en los medios, el hecho que el resultado sea similar, tiene orígenes,
probablemente, diferentes.
El caso específico es el del
abogado Ortega, cuyos antecedentes ideológicos están en la extrema derecha de
Jalisco, y sus relaciones de poder lo vinculan con el Ejército. Su hermano
Alejandro fue el abogado defensor del general retirado Tomás Ángeles, cuando lo
acusaron de tener nexos con el narcotráfico –salió libre por falta de pruebas–,
y junto con el ex subsecretario de la
Defensa se reunió en mayo de 2012 con otro general retirado, Arturo Acosta
Chaparro, en la víspera de que lo asesinaran en un extraño incidente callejero
en la ciudad de México.
Acosta Chaparro participó en
la llamada guerra sucia de los 70 en la sierra de Guerrero, en donde se vinculó
al entonces gobernador electo Rubén Figueroa Figueroa, y a su hijo,
posteriormente gobernador también, Rubén Figueroa Alcocer. La familia Figueroa
es de Huitzuco, uno de los puntos señalados en las investigaciones del Caso
Ayotzinapa, como uno de los sitios a
donde llevaron un grupo de normalistas en 2014, y fue la promotora inicial en
la política de José Luis Abarca, el alcalde de Iguala cuando se llevó a cabo el
crimen.
Los dos ejes de la campaña
mediática se han establecido a partir de la coincidencia de los señalamientos
en La Razón y de Ortega. “Hay sectores dentro del Gobierno que no quieren que
se cuestionen ciertas cosas y por lo tanto hay un intento de reforzar la
‘verdad histórica’”, le dijo Beristáin al Times. “Esos sectores dentro del
Gobierno nos veían como una amenaza y esto endureció su punto de vista hacia
nosotros, lo que en la práctica refuerza la impunidad que detiene las cosas
para que cambien las cosas en este país”. Reiteradamente el Gobierno federal ha
negado estar detrás de ninguna campaña mediática, pero se negó a firmar un
comunicado conjunto para denunciarla.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE
PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 27 DE ABRIL 2016)
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